LA LÍNEA DE LOS NUEVE TRAZOS
Para entender la nueva alianza ruso-americana hay que desplazarse al Mar del Sur de la China. Allí se libra desde el arranque de siglo una feroz batalla por el control de unas aguas que superan en un millón de kilómetros cuadrados las del Mediterráneo. Hasta seis países (China, Filipinas, Vietnam, Malasia, Taiwán y Brunéi) reclaman un territorio potencialmente rico en hidrocarburos, con importantes pesquerías y una ruta clave para el comercio internacional: por allí circulan anualmente más de cinco billones de dólares en mercancías.
China es el mayor consumidor de pescado del mundo en volumen, aunque aún está a años luz del consumo per cápita de Japón o España. Dispone de la mayor flota pesquera, que opera en todos los mares, y de la tercera mayor superficie marítima, lo que le convierte en el mayor exportador de pescado. La voraci- dad china también le ha convertido en el tercer país importador de pescado por detrás de Estados Unidos, Japón y justo por delante de España. El control de la fuente de proteínas que acumulan las aguas en disputa es vital para la supervivencia china. Aunque la FAO estima que el 57 % del pescado para consumo humano provendrá de la acuicultura en 2025, es insuficiente para abastecer a las superpobladas ciudades chinas.
En 1947, China fijó en un mapa la «línea de los nueve trazos» que, amparándose en supuestos derechos históricos desde los siglos XIV a XVII, otorgaría a Pekín la soberanía del 90 % del Mar Meridional e incluye territorios (islotes, arrecifes e incluso rocas) situados a 2.000 kilómetros de sus costas. El poderío militar chino ha hecho que su armada alcance un tamaño equivalente a la de EE. UU. Esto no significa que disponga de la misma capacidad ofensiva, pues no ha sido probada en ningún conflicto mientras que las flotas estadounidenses surcan permanentemente los océanos, pero sí de la suficiente fuerza como para intimidar y hostigar a sus vecinos.
Para asegurarse la posesión de esas aguas ante futuras reclamaciones, China lleva años levantando islas artificiales en el sureño archipiélago Spratly, hasta hace unos lustros poco más que un conjunto de arrecifes y rocas sin habitar. Algunas de estas islas disponen hoy de pistas de aterrizaje y de baterías de misiles. No hay más que teclear en Google Earth el nombre de unos cuantos islotes (Dongmen Reef o Chingua Reef en los arrecifes Union o Swallow Reef, frente a Malasia) para darse cuenta de la magnitud expansionista china ante la que otros países, como Vietnam, han respondido de la misma manera (en los mismos Union Reef hay dos islas en las que ondea la bandera vietnamita).
En el terreno diplomático, Filipinas ha logrado que la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya desmonte la denominada «línea de los nueve trazos». La corte, que no se ha pronunciado sobre la soberanía de estos territorios, también invalida otro de los principales argumentos de Pekín, ya que considera que el archipiélago de las Spratly (donde se incluyen Itu Aba, Thitu o la isla West York) «son legalmente rocas que no generan una zona económica exclusiva». Según la Convención de la ONU sobre el Derecho Marítimo, una isla genera el derecho a disfrutar de una zona económica exclusiva de hasta 200 millas marinas, cuyos recursos pueden ser explotados, mientras que una roca tan solo otorga derecho a una frontera territorial de doce millas marinas.
La victoria es tan solo moral ya que China, armada hasta los dientes, no reconoce la autoridad del tribunal y seguirá haciendo lo que se le antoje en una zona vital hasta ahora para el comercio global. Los «halcones» de Estados Unidos, que no confían en el apoyo militar de Europa, saben que no pueden hacer frente solos al desafío chino así que ha optado por buscar el apoyo de la otra gran potencia militar: Rusia. Unidos por un enemigo común, los viejos protagonistas de la Guerra Fría van de la mano mientras Europa y China fortalecen sus lazos. El mundo al revés.
(Mi duelo y oraciones para las víctimas de la tragedia de Mocoa y sus familiares)