¿QUÉ ESTÁ EN JUEGO CON LA CONTAMINACIÓN DEL AIRE?
Svante Arrhenius, quien obtuvo el Premio Nobel de Química en 1903, fue el primero en plantear que la quema de combustibles fósiles produce el calentamiento global debido al efecto invernadero.
Stewart Callendar fue un ingeniero inglés e inventor, y su principal contribución fue proponer en 1938 la teoría que vinculaba el cambio en la temperatura con el aumento de las concentraciones de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera. Estas teorías se convirtieron en la base de nuevas investigaciones que llevaron a buena parte de la comunidad científica a mostrar, en los años 70, que el CO2 es el gas de efecto invernadero (GEI) producido por la acción humana, que más ha contribuido al calentamiento global, el cual “se produce como consecuencia del consumo de los combustibles fósiles – petróleo, carbón y gas– y de la deforestación” ( Manuel Rodríguez).
El consumo de estos ha sido determinante para el desarrollo de los diferentes campos de la producción de nuestras economías. Así, la forma de vida que hemos construido, basada en la industrialización, que busca satisfacer las necesidades básicas de la población, ha terminado provocando el calentamiento en el sistema climático.
La idea del calentamiento global ocasionado por el hombre, defendida por Arrhenius, Callendar, en los informes del IPCC y en el Protocolo de Kioto, ha sido duramente cuestionada por académicos y periodistas, apoyados por empresas petroleras, termoeléctricas y de la industria automotriz, que han buscado desacreditar las evidencias científicas sobre el cambio climático y, así, evitar restricciones en el uso de combustibles fósiles.
De esta historia global paso al asunto local de la calidad del aire en el Valle de Aburrá. La evidencia de numerosos estudios en diferentes partes del mundo relaciona las altas concentraciones de contaminantes del aire con efectos agudos y crónicos en la salud. En esta dirección, investigadores de la Facultad de Salud Pública de la U. de A. han mostrado que en el Valle de Aburrá, desde hace 27 años, se presenta un aumento de la mortalidad por enfermedades respiratorias crónicas y cáncer de pulmón. En estas investigaciones se ha podido correlacionar la mala calidad del aire con un grupo amplio de patologías (Toro, 2010).
Es, pues, un hecho verificable que la presencia de niveles contaminantes que exceden las normas de calidad del aire están incidiendo en el aumento de mortalidad por causas cardiovasculares, respiratorias, cáncer de pulmón e infecciones respiratorias agudas en los niños.
El cambio que se debe proponer para enfrentar estos y otros problemas relacionados con la contaminación exige un alto grado de responsabilidad de científicos, políticos, empresarios y ciudadanos. No podemos permitir que quienes minimizan los efectos negativos en la salud derivados de la mala calidad del aire, o que quienes niegan el cambio climático defendiendo los intereses de los industriales, comerciantes o transportadores, determinen la dirección de las políticas que se deben emprender para reorganizar nuestra sociedad. Es una situación de alto riesgo respirar el aire en nuestro entorno, pero no es aún una catástrofe. Esto implica que estamos a tiempo para actuar. Debemos hacerlo