El Colombiano

Trump aprieta al régimen sirio

En un viraje frente a la diplomacia de Obama, y a su misma percepción de que era innecesari­a una intervenci­ón militar, Trump aplastó una base aérea de al Asad e inquietó a su protector: Rusia.

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Donald Trump dio su primer golpe internacio­nal de autoridad militar y política: atacó una base aérea siria después de seis años de una guerra en la que Estados Unidos había evitado una acción bélica unilateral y directa. Con ello, rompe el statu quo, el “estado de cosas”, en un conflicto en el que ha mantenido cooperació­n y coalición con Rusia. Tras el incidente las partes no pueden perder de vista el combate a las facciones yihadistas y buscar solución definitiva a los excesos del régimen de Bashar al Asad.

La incursión ordenada por Trump recibió el respaldo mayoritari­o de potencias como Reino Unido, Alemania y Francia, de aliados como Australia, Arabia e Israel y de organizaci­ones como la OTAN y sectores de la Unión Europea. China marcó distancia prudente, mientras que Rusia e Irán no ocultaron su malestar, en particular por su apoyo al régimen de al Asad.

A las 7: 40 de la noche del jueves (hora colombiana), los destructor­es USS Porter y USS Ross, lanzaron desde el Mediterrán­eo oriental 59 misiles Tomahawk, cada uno con 450 kilos de explosivos, y acabaron con radares, hangares, defensas antiaéreas y depósitos de armas y combustibl­e.

Los analistas hacen la salvedad de que Trump avisó su ataque a los gobiernos de Rusia y China. Además, buscó precisión en los objetivos para reducir al mínimo las bajas humanas. Según fuentes gubernamen­tales sirias, 16.

Quienes conocen a Trump advierten que aunque mantenía la tesis de no intervenir en Siria, se sintió -como la comunidad internacio­nal- golpeado por el bombardeo químico en Jan Sheijun, el martes pasado, por parte de aviones al parecer de la fuerza aérea siria, que dejó 86 civiles muertos, entre ellos 30 niños. Las fotos de aquellos chicos, en sus muecas finales de desesperac­ión y terror, hicieron que Trump ordenara oprimir el botón rojo de su arsenal por primera vez.

Este contexto deja una pregunta obligada: ¿cuál será la ac- titud de Rusia de aquí en adelante? En lo inmediato, Moscú suspendió el memorando de compromiso con Estados Unidos para evitar incidentes aéreos en el conflicto en Siria. Y consideró el bombardeo como una hostilidad contra un Estado soberano, mediante un pretexto que “causa importante daño a las relaciones” de ambas potencias.

Pero si bien la primera opción debe ser la salida política al conflicto, en los escenarios de diálogo en Ginebra y Astaná, era imperativo que un actor mundial de primer orden frenara los excesos de al Asad, con antecedent­es de ataques químicos en las afueras de Damasco, en 2013, con 1.400 víctimas civiles.

Los comunicado­s de diferentes gobiernos, incluido también el de Turquía, dejaron constancia: “un importante paso para asegurar que ataques químicos y convencion­ales contra la población civil no queden sin castigo”. Siria ha batido marcas de inhumanida­d en los conflictos internos de los últimos 50 años. Cinco millones de refugiados y seis millones de desplazado­s en su territorio, más de 350.000 muertos y una paliza constante a los no combatient­es.

El respaldo a Trump, incluso de congresist­as demócratas y algunos republican­os que no simpatizab­an con él, lo pone en primera línea de la expectativ­a mundial sobre cuál será su paso siguiente y qué movida hará Putin, que en el discurso goza del reconocimi­ento del jefe de la Casa Blanca, para “nivelar” la situación.

El ataque marca el inicio de un nuevo pulso entre dos potencias que, más que ahondar diferencia­s, deben buscar puntos de acuerdo para poner fin al dilatado y brutal conflicto en Siria

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ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

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