CONVERSIÓN ECOLÓGICA
A punto de entrar en la Semana Santa, tal vez el mayor sentimiento que debería embargarnos en este tiempo, tan lleno de resonancias religiosas, es el compromiso ecológico y las exigencias que deberíamos tener con el medio ambiente, como católicos o como creyentes de cualquier religión que habitamos esta “Casa Común”.
Todavía con el sabor amargo de la tragedia de Mocoa y apenas a una semana larga de la alerta roja por contaminación del aire, decretada en Medellín, que parece se va a reimplantar tras haber echado para atrás la medida en forma prematura, es este un tiempo propicio para hacer un examen de conciencia de los pecados ecológicos cometidos, como personas y como sociedad.
Estoy seguro de que en Co- lombia nadie se ha confesado nunca de pecados no ya contra los animales, sino contra los bosques, el aire, el agua, los ríos y quebradas y que han ocasionado los males que no hemos sabido evitar, los desastres que ahora nos consternan. No creo que exista un sacerdote que alguna vez haya oído en confesión un pecado ecológico. Ni un penitente que lo haya confesado. Tal vez, de niños, por haber matado pajaritos. De ahí nace la indiferencia generalizada que mostramos hacia este dulce reino de la tierra.
Dice el Papa Francisco en la Encíclica Laudato si’: “Tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les hace falta entonces una conversión ecológica” (cursiva en el original). De ahí, de una conversión ecológica individual, que debe ser también comunitaria, como lo señala el Papa Bergoglio, nace la “espiritualidad ecológica” que propone en su encíclica y que debería ser tema de lectura y reflexión al menos durante esta Semana Santa. El pontífice resume esa conversión en una actitud de gratitud y gratuidad, es decir, “un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia”. Y que propone afianzar con dos virtudes: la sobriedad y la humildad. “No es fácil desarrollar esta sana humildad y una feliz sobriedad si
nos volvemos autónomos, si excluimos de nuestra vida a Dios y nuestro yo ocupa su lugar, si creemos que es nuestra propia subjetividad la que determina lo que está bien o lo que está mal”.
Las dos virtudes sobre las que trata el Papa en el capítulo sexto y último de la encíclica configuran, a mi parecer, la ascética de una espiritualidad ecológica. Viene luego una vivencia mística de la ecología, el más bello y emotivo momento del reencuentro de todos los seres vivos con y en la “Casa Común”, expresión que se menciona en el subtítulo del
Laudato si’ de Papa Francisco y es como un “leit-motiv”.
Una mística ecológica. Tema para otro comentario. O para un enjundioso silencio contemplativo