¿PARA QUÉ LA CICLORRUTA?
La semana pasada, cuando pedaleaba de la universidad a mi casa, me encontré con una señora paseando a una niña pequeña en su coche por toda la ciclorruta en un parque del barrio San Joaquín.
Normalmente, cada que veo una persona caminando, hablando por teléfono o hasta haciendo visita con alguien más en medio de la bicivía (cosa que pasa casi todos los días) confirmo cada vez más que la cultura de la ciudad no ha podido respetar al ciclista urbano como otro actor en movimiento. Sin embargo, esta vez, más que molestarme, fue un motivo de preocupación porque es un peligro que a los bebés se les dé un paseo por una vía en la que hay velocidades medianamente altas donde un ciclista puede aporrearlos, no precisamente por su culpa.
Entonces, me dirigí a la señora para expresarle que era arriesgado que estuviera con su niña caminando por la bicivía porque ese no es el espacio que se le ha asignado al peatón en la ciudad. Al final, ella aceptó mi apreciación, pero expresó que el andén tenía huecos: una excusa porque estábamos en un parque con más de un andén para el peatón.
Hay ciudadanos que no saben para qué sirve la ciclorruta. Pareciera que ni las ven, andan por ellas como si fueran los únicos en la vía. Por ejemplo, en San Juan es muy común que los peatones la usen como andenes; en Palacé, motoclistas ven en ella un carril para adelantar y, por lo menos en mi barrio, los recicladores encontraron en ella un espacio para organizar sus carretas. ¿Y entonces para quiénes se construyeron?
La ciclorruta es para las bicicletas, el andén para los peatones y la calle para los vehícu- los de motor. ¿Por qué algunas personas sí se atreven a caminar por la ciclorruta, pero no por la calle? Simple: en Medellín los carros “se ganaron” un respeto, tan alto que hace que ni en medio de las innumerables alertas naranja por la contaminación, la Alcaldía tenga el carácter que se necesita para regularlos más… prohibirlos, si hace falta. Al tiempo, la bicicleta en la práctica sigue siendo la “alternativa”, mas no la respuesta. ¡Lástima!
La cultura de la ciudad no ha podido respetar al ciclista urbano como otro actor en movimiento.
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