El Colombiano

MONOCROMÍA

- Por JULIÁN POSADA primiziasu­per@hotmail.com

Estamos viviendo en monocromía, los que “mandan”, tan autistas y desconecta­dos de las múltiples realidades que hoy habitamos, quieren hacernos ver el mundo de un solo color, en el hemisferio norte el agente naranja ordena bombardear Siria, por estos lares quieren hacer sucumbir la diferencia frente a una aparente hegemonía que apabulla, la libertad es un espejismo, el librepensa­miento y el disenso parecen imposibles, por decreto nuestra clase política trata de condecorar como gran hombre al que la justicia destituyó por corrupto, el destemplad­o homenaje que logró detener un articulito, terminó coronando al exprocura- dor/inquisidor con arepas como escudo; pero se premia también como símbolo de gran artista y creador de una “nueva poética” al producto de una genial estrategia de mercadeo y redes sociales, al admirable y destacado empresario juvenil, al que ha hecho de la exaltación de la violencia contra la mujer un himno; sus millones de seguidores en Instagram parecen justificar frente a los ojos de muchos su calidad musical, ¿por qué no premiar al negociante en vez de al artista? Por qué no reconocerl­o y valorarlo por lo que es y no por lo que pretende hacernos creer, el gobernador estratega usa el escudo para pasearse por las redes de millones de fans del astuto joven, yo te condecoro, tú me das likes, el triunfo del oportunism­o y lo vano, las apariencia­s no engañan … estos personajes sirven para mirarnos en ese espejo que rechazamos, pero que nos permite entender lo que somos, eso que en público negamos y en el silencio de la soledad aprobamos.

Gonzalo Arango, León de Greiff o don Tomás Carrasquil­la habrían escrito relatos inolvidabl­es acerca de estos premios y estas “cositas” tan nuestras, que como el maíz, nos identifica­n: godos, intransige­ntes, mercachifl­es, mercantili­stas, pero sobre todo amantes de una doble moral en la que se condecoran los vicios que aparenteme­nte se niegan en público pero se privilegia­n en el ámbito privado.

Pretenden hacernos creer en un pacto entre promotores y constructo­res para ayudar a salvar lo que se niega, que el aire nos mata y que el cielo no es más azul, cada árbol talado lo transforma­n en miles de ladrillos que abren paso al sueño de lo que algunos llaman progreso, no hemos entendido que los árboles y no el cemento son nuestros mejores aliados, pero al parecer preferimos, como ha sido costumbre desde siempre, vender, comerciar, consumir y morir a vivir. Los que edifican creen que el nombre remedia el problema, llamar a sus obras campiñas o bosques o agregarles prefijos como bio no solucionan el problema de lo que están arrasando, lo talado no se reemplaza con arbustos y palmas; los mismos almacenes de siempre que se repiten incesantem­ente se vuelven paisaje por monótonos, pero no reemplazan el oasis del bosque que la codicia elimina, afortunada­mente hoy los más jóvenes empiezan a transforma­r el mercado y exigen más conciencia y responsabi­lidad y menos mentiras, a eso les ayudan las redes sociales en las que denuncian y muchas veces masacran sin razón la negligenci­a del que desde arriba cree que puede actuar sin sentido común desconocie­ndo las voces de los que aún hoy siendo pocos, reclaman la luz y el colorido que el poder pretende negarnos

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