EL POPULISMO ES SIMPLE, LA DEMOCRACIA ES COMPLEJA
La democracia siempre ha tenido peligros. Hoy este es el populismo, pero en otras épocas, también convulsionadas, lo fueron el despotismo y la tiranía. Cuando un gobernante tiene un poder absoluto, como sucedió con Napoleón o Stalin, este elimina el espacio público para convertirlo en su espacio privado. En la filosofía política se ha considerado que este es uno de los mayores males que puede tener una sociedad, porque se suprime el ámbito de la deliberación democrática y se anula la posibilidad de que los ciudadanos puedan aprender la importancia del interés por lo público.
Otra grave amenaza para la democracia es la corrupción. Según Tocqueville, un gobierno que promueva la corrupción de funcionarios y allegados del grupo dominante en el poder destruye los fundamentos de la democracia.
Hoy, con gobernantes de derecha como Trump, Erdogan, Putin, el peligro es el populismo “una degradada forma de democracia que promete hacer bien a los más altos ideales democráticos (dejad que el pueblo gobierne)” (Müller). El populismo, dice Müller, “es una particular imaginación moralizadora de la política” que percibe el mundo político en términos de una lógica de absolutos morales: de un lado, el pue- blo, que es bueno, virtuoso; de otro lado, las élites consideradas corruptas y moralmente inferiores.
El populismo sustituye la democracia representativa por una nueva representación directa, mediada por el líder carismático. Los populistas buscan así una unidad en el pueblo, sin división alguna y representado por el verdadero líder, Perón, Chávez, Trump.
Una táctica política de los populistas es polarizar la sociedad, otra es moralizar el conflicto político y una tercera es negar el pluralismo. En el populismo, se trata siempre de la confrontación del verdadero pueblo contra sus enemigos, que pertenecen a una élite corrupta e inmoral.
Álvaro Uribe, por ejemplo, ha creado en estos últimos años el “pueblo de su populismo” mediante la clara diferenciación con sus enemigos: la élite corrupta de Santos aliada con las Farc, apoyada por partidos, académicos, las cortes, la comunidad internacional. El mal moral del enemigo político se encarna en los auxilios a los guerrilleros, la “ideología de género”, la corrupción, la entrega del país a las guerrillas, el remplazo de la justicia por un sistema al servicio de la impunidad de los criminales de las Farc. En suma, el objetivo político de un populista es dividir la sociedad, construir el auténtico y virtuoso pueblo, el cual es separado del resto de la sociedad civil, produciendo así la polarización y preparando a sus bases para un tipo de confrontación apocalíptica.
Este populismo es un peligro para la democracia. Pues la democracia requiere el pluralismo, la participación de todos, y el reconocimiento de nuestros derechos como ciudadanos. La idea de un pueblo, entendido como unidad homogénea y excluyente de los “enemigos del pueblo” es una idea peligrosa, antidemocrática y antiliberal. El populismo simplifica los problemas y da soluciones sencillas. En esto consiste su atractivo y su receta para el éxito. Pero los problemas son difíciles y la democracia es compleja