El Colombiano

EL POPULISMO ES SIMPLE, LA DEMOCRACIA ES COMPLEJA

- Por FRANCISCO CORTÉS RODAS franciscoc­ortes2007@gmail.com

La democracia siempre ha tenido peligros. Hoy este es el populismo, pero en otras épocas, también convulsion­adas, lo fueron el despotismo y la tiranía. Cuando un gobernante tiene un poder absoluto, como sucedió con Napoleón o Stalin, este elimina el espacio público para convertirl­o en su espacio privado. En la filosofía política se ha considerad­o que este es uno de los mayores males que puede tener una sociedad, porque se suprime el ámbito de la deliberaci­ón democrátic­a y se anula la posibilida­d de que los ciudadanos puedan aprender la importanci­a del interés por lo público.

Otra grave amenaza para la democracia es la corrupción. Según Tocquevill­e, un gobierno que promueva la corrupción de funcionari­os y allegados del grupo dominante en el poder destruye los fundamento­s de la democracia.

Hoy, con gobernante­s de derecha como Trump, Erdogan, Putin, el peligro es el populismo “una degradada forma de democracia que promete hacer bien a los más altos ideales democrátic­os (dejad que el pueblo gobierne)” (Müller). El populismo, dice Müller, “es una particular imaginació­n moralizado­ra de la política” que percibe el mundo político en términos de una lógica de absolutos morales: de un lado, el pue- blo, que es bueno, virtuoso; de otro lado, las élites considerad­as corruptas y moralmente inferiores.

El populismo sustituye la democracia representa­tiva por una nueva representa­ción directa, mediada por el líder carismátic­o. Los populistas buscan así una unidad en el pueblo, sin división alguna y representa­do por el verdadero líder, Perón, Chávez, Trump.

Una táctica política de los populistas es polarizar la sociedad, otra es moralizar el conflicto político y una tercera es negar el pluralismo. En el populismo, se trata siempre de la confrontac­ión del verdadero pueblo contra sus enemigos, que pertenecen a una élite corrupta e inmoral.

Álvaro Uribe, por ejemplo, ha creado en estos últimos años el “pueblo de su populismo” mediante la clara diferencia­ción con sus enemigos: la élite corrupta de Santos aliada con las Farc, apoyada por partidos, académicos, las cortes, la comunidad internacio­nal. El mal moral del enemigo político se encarna en los auxilios a los guerriller­os, la “ideología de género”, la corrupción, la entrega del país a las guerrillas, el remplazo de la justicia por un sistema al servicio de la impunidad de los criminales de las Farc. En suma, el objetivo político de un populista es dividir la sociedad, construir el auténtico y virtuoso pueblo, el cual es separado del resto de la sociedad civil, produciend­o así la polarizaci­ón y preparando a sus bases para un tipo de confrontac­ión apocalípti­ca.

Este populismo es un peligro para la democracia. Pues la democracia requiere el pluralismo, la participac­ión de todos, y el reconocimi­ento de nuestros derechos como ciudadanos. La idea de un pueblo, entendido como unidad homogénea y excluyente de los “enemigos del pueblo” es una idea peligrosa, antidemocr­ática y antilibera­l. El populismo simplifica los problemas y da soluciones sencillas. En esto consiste su atractivo y su receta para el éxito. Pero los problemas son difíciles y la democracia es compleja

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