EDITORIAL
Independiente de si se es creyente o no, de si estos días los aprovechará para el descanso o la oración, la Semana Santa invita a la reflexión interior y a dirigir la mirada hacia quienes sufren.
“Independiente de si se es creyente o no, de si estos días los aprovechará para el descanso o la oración, la Semana Santa invita a la reflexión interior y a dirigir la mirada hacia quienes sufren”.
La Semana Santa, independiente de si se es creyente o no, si se aprovecha para descansar u orar, anima a la reflexión, el perdón, la solidaridad, el acompañamiento de quienes sufren en cárceles, por la miseria, las persecuciones, las desgracias relacionadas con el mal manejo del medio ambiente, la barbarie humana y otra lista infinita de padecimientos que el hombre provoca a su propia especie y a otras, y a sus recursos.
En su mensaje al mundo por motivo de la Cuaresma 2017, el Papa Francisco nos invitó a “abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido”.
El sufrimiento del pueblo de Mocoa, que perdió a más de 400 de sus habitantes y aún busca a 80 desaparecidos, está vivo y necesita de máximo acompañamiento.
Lo vivido en esa noche de terror, los relatos de los sobrevivientes, las imágenes de dolor en los sepelios colectivos, los niños deambulando en busca de sus familias o padres en busca de sus hijos y la ciudad arrasada, deben animarnos en estos días santos a mantener en alto nuestro espíritu de solidaridad para que la reconstrucción y la recuperación de quienes lo perdieron todo en la tragedia sea un gran proyecto colectivo.
Que estos días nos lleven a reaccionar por la dignificación de quienes hoy purgan sus penas en las cárceles del país, la mayoría de ellas convertidas en depósitos de seres humanos, sitios en los que se violan las normas mínimas de los derechos humanos. La complejidad del problema llevó a la Corte Constitucional a declarar el Estado de cosas inconstitucional del sistema carcelario, pero las soluciones no llegan y las políticas de resocialización y reconducción de los presos por el camino correcto solo parecen tener vigencia en el papel.
Qué gran obra harían los dirigentes de las colectividades políticas, gremios y centros de pensamiento, si apro- vecharan estos días para apostarle a la consolidación de la democracia, la depuración de los partidos, las libertades colectivas e individuales y el desarrollo del país, desde un proyecto colectivo, lejos de apetitos individuales, populista o de protagonismos en las redes sociales, las calles y las tribunas oficiales.
El radicalismo, que hoy tiene a Venezuela en la hecatom- be social, no surgió de la nada. Fueron los dirigentes de los partidos tradicionales los que terminaron convertidos en cuervos para sacarse los ojos a sí mismos, en disputas individuales para hacerse, elección tras elección, al poder en campañas en las que todo se valía.
Qué lejos estamos del pensamiento de Nelson Mandela, quien tras años de guerra fratricida en la Sudáfrica del apartheid, comprendió que el único camino posible de la reconciliación nacional era el diálogo civilizado y la multiplicación de las oportunidades para todos.
“Si quieres hacer la paz con tu enemigo tienes que trabajar con él. Entonces, se convierte en tu compañero”, decía Mandela, afirmación que hoy cobra toda vigencia en nuestro país.
Profunda reflexión también deben generar entre los hombres y mujeres que profesan la libertad en el mundo, las matanzas de cristianos, el Domingo de Ramos, en dos iglesias de Egipto, por seres adoctrinados en una visión fanática del islamismo.
El hecho es solo el último capítulo de una escalada global contra todo aquel que no haga parte de sus credos radicales religiosos