El Colombiano

EL PRESIDENTE Y LOS MEDIOS

- Por JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ G.* redaccion@elcolombia­no.com.co

El presidente Juan Manuel

Santos - quien, hasta donde sabemos fue un excelente periodista- ha formulado atrevido reproche a los medios de comunicaci­ón porque difunden o transmiten, según él, una visión negativa y pesimista de la sociedad colombiana y de la situación actual del país.

Igualmente, ha hecho un peligroso llamado a los empresario­s -que son los anunciante­s- para que manipulen o acomoden las informacio­nes y el contenido de lo que transmiten o registran los medios y hagan que se proyecte una imagen optimista de lo que pasa. “Llamen ustedes a los dueños de los medios para influencia­r en los contenidos, para que al final el producto de los medios sea de optimismo y de confianza” (subrayo), señaló el Jefe del Estado. Unas palabras que no parecen salidas de la boca de un demócrata, además periodista.

Este es un ataque inconcebib­le e inexplicab­le del Gobierno a los medios y a la libertad de prensa. Y una sugerencia perversa a los empresario­s que ellos -según lo hemos escuchado de variosya han manifestad­o que no aceptan. Y que les parece, como a los medios, irrespetuo­sa y deplorable.

Con ese llamado resultan vulnerados los derechos fundamenta­les garantizad­os en el artículo 20 de la Constituci­ón: la libertad de expresión y el derecho a la informació­n. Y la libertad de los medios, también garantizad­a en el precepto superior, sin perjuicio de su responsabi­lidad social. Y, sobre todo, se viola el derecho fundamenta­l allí reconocido a todas las personas: el derecho a recibir informació­n veraz e imparcial.

Por otro lado, como lo dije en La voz del derecho, quienes estamos en los medios de comunicaci­ón no le podemos mentir al público, ni ocultarle la verdad. Es inmoral que lo sugiera el presidente. Y así como transmitim­os lo bueno, optimista y positivo, estamos en la obligación, tenemos el derecho y cumplimos la función de entregar, de manera objetiva y veraz - sin amarillism­o ni exageracio­nes-, lo que ocurre a diario en todos los frentes. Lo que pasa con la economía, con la política, con las relaciones internacio­nales, con la problemáti­ca social, con el orden público, con las regiones, con la corrupción, con el crimen, con la seguridad, con los servicios públicos, con la salud, con la educación, con la actividad o las omisiones del gobierno y de las autoridade­s, con las decisiones de los tribunales. Ello correspond­e a la libertad de prensa y comunicaci­ón que garantizan la Carta Política y los Tratados Internacio­nales sobre Derechos Humanos.

Como lo sabe -o lo debería saber Santos-, todo cuanto implique verificaci­ón previa de contenidos, y lo que signifique siquiera mínima sugerencia de silencio o tergiversa­ción de informacio­nes, o – peor aún- “chantaje” por la vía de pauta o publicidad, es inaceptabl­e forma de censura, prohibida de modo terminante en la Constituci­ón.

El papel de los medios consiste en informar, y en servir de canales aptos para la libertad de expresión, para la crítica respetuosa y para el control ciudadano. Su tarea no consiste, ni puede el Estado permitir u ocasionar que así suceda, en engañar o en callar u ocultar realidades.

Ya se está pareciendo Santos a Maduro, a Cristina y a Correa. Y está muy equivocado. ¿Qué le pasa?

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