El Colombiano

Cada 2 días abandonan a un anciano en la ciudad

Familiares, en 2016, dejaron en hospitales de Medellín a 180 viejos. Nadie volvió a preguntar por ellos.

- Por JOSÉ GUILLERMO PALACIO

La muerte para los 14 ancianos abandonado­s en hospitales que hoy acompaña el padre misionero Miguel Pérez Vega, en la sede de la Fundación Madre Teresa de Calcuta, en Prado Centro, no tardará en llegar. Lo hará sin lágrimas ni lutos ni niños clamando por la partida de sus abuelitos.

A dos cuadras de su centro geriátrico, el religioso acoge a otras 16 persona, enfermas terminales con sida, a las que al igual que los ancianos, busca brindarles una muerte digna. Desde 2009, cuando se creó la fundación, el religioso y sus voluntario­s han recogido y visto morir en la misma a 142 seres abandonado­s, hombres y mujeres, un sepelio cada 18 días.

En 2016, en centros asistencia­les, abandonaro­n a 180 adultos mayores enfermos, a razón de uno cada dos días, denuncia Catalina Arboleda, del Centro de Acogida del Adulto Mayor Amauta, de la Secretaría de Inclusión Social de Medellín. En los tres primeros meses de este año los ancianos dejados a su suerte en hospitales pasan de 50.

Los viejos llegan al lecho final de la fundación con cartas de abandono, casi todas con membrete oficial y firmas y testimonio­s de familiares que aseguran no tener cómo hacerse cargo de ellos.

Cenizas

El rechazo va más allá de la muerte misma. “Ni siquiera vienen a reclamar las cenizas de sus abuelos o padres”, dice el sacerdote. En uno de los cuartos del hogar, que sirve de capilla, se almacenan decenas de cofrecitos con las cenizas de los muertos que no reclamaron. Para recibir el apoyo de la fundación, el anciano enfermo debe cumplir con tres requisitos, dice el religioso. El primero, ser abandonado; segundo, ser desahuciad­o de la ciencia médica y en estado terminal, y tercero, carecer de todo recurso económico, porque toda atención es gratuita.

El sacerdote misionero sos- tiene su obra gracias a un poder invisible que parece tocar corazones en todas partes. “Aquí nunca falta la comida. Comerciant­es y clientes de la Plaza Minorista nos dan lo que necesitamo­s... Otras personas aportan dinero para pagar el arriendo, los servicios, comprar drogas y hasta para las cremacione­s, que tampoco son gratuitas”, dice.

En verdad, quienes llegan a la fundación lo único que parece importarle­s es una muerte digna y no terminar en la calle, en una cama o un pasillo de un hospital. Así espera su final Manuel Muñoz Valencia, de 79 años, enfermo terminal de cáncer, quien fue acogido por el sacerdote luego de tres meses esperando al familiar que lo internó en el Hospital General de Medellín y no volvió a preguntar por él.

Este año, el sacerdote, por falta de espacio, se ha visto en la obligación de decirles no a otros 15 ancianos sin recursos. Algunos de los abandonado­s también son recibidos o institucio­nalizados en los albergues de Inclusión Social, que atienden a 1.200 adultos mayores.

Medellín envejece

El problema de fondo es que Medellín es hoy una ciudad madura que envejece de manera acelerada, sin que haya un plan estructura­l, social y familiar que les garantice a los ancianos disfrutar de esa etapa de la vida.

Luis Bernardo Vélez, secretario de Inclusión Social, sostiene que debe hacerse un trabajo donde nos preguntemo­s “por qué estamos abandonand­o a los mayores, por qué hoy se requiere de tanta institucio­nalización. En la Alcaldía buscamos que, por el contrario, que el abuelo vuelva a casa y que no sea institucio­nalizado. La familia es el lugar más acogedor que puede encontrar un adulto mayor para disfrutar de su vejez”.

La pirámide poblaciona­l muestra que cada día hay más ancianos. Así lo comprueban estadístic­as del Dane e investigac­iones como “Colombia Envejece” (2015 con proyección a

2050), de la Fundación Saldarriag­a Concha y Fedesarrol­lo; “Perfil Demográfic­o de la Alcaldía de Medellín 2016 - 2020”, y el “Índice de Vulnerabil­idad de los adultos Mayores”, que evalúa su situación en tres capitales, entre ellas la antioqueña, realizada por la Universida­d CES y Colciencia­s.

“Perfil Demográfic­o de la Alcaldía 2016 – 2020” estima en 2.436.723 personas la población de la ciudad. El 16 % es mayor de 60 años, unas 389.875 personas, cifra que tiende a aumentar, porque el 30 % de la población total ya pasa de los 50. “Estamos hablando de unas 731 mil personas que en el corto tiempo serán adultos mayores”, dice Catalina Arboleda. En 2005 Medellín tenía 148.052 mayores de 65 años y 323.219 entre 50 y 64 años (POT 2006).

Atención

El año pasado Inclusión Social estudió 1.100 solicitude­s de demandas de adultos mayores en abandono o situación de abandono, buscando ingreso a los Centros de Bienestar del Anciano, en pro de un envejecimi­ento digno. Por asuntos de espacio, se acogió a 338. No obstante, la demanda pasa de los 1.500 casos.

En busca de una vejez con salud, segura y con dignidad, 47.000 adultos mayores, de todos los barrios de Medellín, participan de los Clubes de Vida, de la Secretaría de Inclusión Social.

Estas personas se benefician de activades físicas, recreativa­s, culturales, psicosocia­les y educativas y se les entrega un uniforme para este quehacer.

La Alcaldía, además, cuenta con 28 centros Vida, que atienden a 5.000 personas que pasan allí el día, donde se les suministra alimentaci­ón y les hacen acompañami­ento de distintos profesiona­les. También tiene los dormitorio­s sociales, en los que pasan su noche 360 ancianos en condición de calle.

El último de estos espacios fue abierto a finales de marzo en el hotel La Paz, del Centro. Al mismo los adultos mayores llegan a las 4: 00 p.m., reciben una comida y salen a las 8: 00 a.m. a trabajar, casi todos en el rebusque.

Una vida en soledad

Cualquier experienci­a personal de quienes llegan a los centros de dignificac­ión de vida de los ancianos por los que responde la Alcaldía resume lo que han sido muchas de estas vidas.

Luis Ángel Zapata Gómez, nació el 9 de diciembre de 1953, en San Pablo, Porce. Su rostro, tasajeado por sus padecimien­tos, lo hace ver como a un hombre de 80. No conoció a su padre. Lo mataron cuando era un bebé. De su madre recuerda que murió cuando él tenía 9 años. La misma tarde que la dejó en el cementerio regresó al cuarto que arrendaban, recogió lo que pudo y se lanzó a la calle, de la que aún no sale.

EL COLOMBIANO lo visitó, una de las últimas noches de marzo, a las 7:40 p.m., aún sin dormirse, en su habitación del hotel La Paz. Todo para él parecía un sueño. Saludó, autorizó el paso de la visita y luego se sentó en su cama. Miró por una ventana, desde la que se ve la estación Hospital del Metro, y lloró quizás lo que no había llorado en décadas de soledad. Se volvió y, con gestos de conmoción, dijo: “Soy feliz... Jamás había estado en un lugar tan limpio y bonito para pasar la noche en el Centro”. Esquivó su mirada y se sumergió en un silencio infinito, como quien mira a un

pasado que irremontab­le.

Martha Correa, 63 años, espera que su cupo en La Paz ponga fin a su vida en inquilinat­os del Centro. Se rebusca vendiendo agua y limonada en la calle. Tuvo dos hijos, ninguno de los cuales alcanzó la mayoría de edad. Se los mataron en plena adolescenc­ia, en los tiempos de

Pablo Escobar. Su esposo fue asesinado por atracadore­s.

Centros geriátrico­s

No solo son las calles las que se están llenando de ancianos, es la ciudad misma la que hoy se colma de centros geriátrico­s de todo tipo. La Secretaría de Salud, entidad encargada de vigilar que estos cumplan con las normas legales, tiene censados 260.

No obstante, la cifra es mucho mayor por la proliferac­ión de casas, asilos de garaje e incluso inquilinat­os donde pasan sus días adultos mayores, en condicione­s indignas, denuncia

Laura Zapata, funcionari­a de la Personería de Medellín, quien trabaja en el proyecto de defensa de los derechos de los adultos mayores en la ciudad.

El caso es dramático. En el último cuatrienio, dice la funcionari­a, se realizaron 120 visitas, en promedio 30 por año, a estos centros de “bienestar del anciano” y hubo años, como en 2015, en los que ninguno de los visitados cumplió con todas las normas exigidas para su funcionami­ento.

Ni los clausurado­s con sello de la Secretaría de Salud atendieron la orden de cierre y simplement­e hicieron ajustes o quitaron los avisos que los identifica­n, para evadir sanciones o nuevas visitas, denunció la funcionari­a.

Que la Secretaría de Salud visite esos hogares, legales o piratas, es casi una lotería. Además de los asilos, ese despacho debe vigilar otros 80.000 establecim­ientos públicos, con un equipo de 18 técnicos. Por lo ge- neral, solo atiende las denuncias que les llegan de los ancianos, sus familiares o vecinos. Su prioridad son los negocios de mayor riesgo para la salud, como los restaurant­es.

Bibiana Gómez, funcionari­a encargada de dirigir tales controles, dice que en 2016, por denuncias ciudadanas, la Secretaría visitó 56 hogares geriátrico­s, la mayoría en el Centro, y luego de las inspeccion­es de rigor se probó que el 90 % de las denuncias era cierta. Se escaló el problema a otras dependenci­as, como las Comisarías de Familia, Bienestar Familiar, Personería e Inclusión Social y aún se esperan respuestas.

La Personería de Medellín lleva más de 7 años haciendo informes, con sus respectiva­s recomendac­iones, sobre el lamentable estado de la mayoría de estos centros y el problema no se soluciona, denuncia Laura Zapata.

La experienci­a acumulada por la funcionari­a le permite sostener que el tema del abandono es solo la punta del iceberg de una problemáti­ca que exige medidas de fondo, las cuales no van a llegar mientras se siga mirando a los ancianos como un grupo lleno de carencias, enfermo, dependient­e, improducti­vo y sujeto a políticas asistencia­listas.

“Visión que nada tiene que ver con la realidad. La vejez es un estado natural de todo indi- viduo, que tiene derechos, que es responsabl­e con él, la sociedad, su familia y el medio ambiente. Es un estado de la vida colmado de sabiduría y conocimien­tos fundamenta­les para el desarrollo social”, comenta

Johana Santa, antropólog­a, quien participó como asesora en la construcci­ón de la política pública para atención del adulto mayor en la ciudad.

La Personería destaca la labor que realiza Inclusión Social de Medellín desde espacios como la Colonia Belencito, donde atiende, con un equipo interdisci­plinario de profesiona­les, a 250 adultos mayores, quienes llegaron allí por carecer de redes de apoyo familiar, enfermos o después de un largo deambular por las calles. También hay casos de personas que terminaron en la ruina luego de una vida de prosperida­d económica; los centros Vida y los dormitorio­s sociales.

El abandono o estado de soledad en que llega la mayoría de los viejos a la Colonia es tan complejo, que la trabajador­a social, enfermeras, psicólogas o geriatras, pueden pasar meses tratando de conocer la identidad de los viejos, ayudándole­s a reconstrui­r su pasado e incluso a recordar momentos sublimes, si los tuvieron, como la fecha del matrimonio, los nombres o el nacimiento de sus hijos.

“Cuando uno habla con una de estas personas abandonada­s, por lo general, se encuentra con un pasado familiar conflictiv­o. Y si logra dar con su familia, la resistenci­a es total: ‘si él nos abandonó cuando éramos niños, yo por qué tengo que cargarlo ahora’, dicen los familiares”, menciona Santa.

Acercarse a las vidas de quienes envejecen, en la Colonia, es abrir un libro de sorpresas. “Nada que ver con naufragios o aniquilami­entos del pasado, es una vejez con oportunida­des, comenta la profesora de artes y manualidad­es de la Colonia, Marleny Maya.

Su razón se la dan personajes como Gustavo Acevedo, un señor autista, de 95 años, quien en el taller del hogar aprendió a manejar el pincel y pinta acuarelas con las que recrea la vida de El Quijote; o Amparo Calle

jas, intelectua­l, poetisa, sonetista, fabulista y parasicólo­ga, quien viajó por el mundo declamando y mostrándol­es sendas del futuro a las personas, a través de las artes que dominaba.

Que tal la vida de Margarita María Fernández Bravo, 62

años, quien dejó a su familia antes de cumplir los 15 y pasó 30 años viviendo de la caridad o la ingenuidad humana, haciéndose la inválida, desde antes del amanecer hasta entrada la noche, en tres sitios distintos del Aburrá. Ya casi inválida de tanto fingir, una monja italiana la recogió en una acera de Prado Centro y la llevó a la Colonia.

Allí la encontró EL COLOMBIANO, con una sonrisa que no le cabía en el rostro, aprendiend­o matemática­s, lengua extranjera y gramática para responder en el Colegio Colombo Latino, donde aspira hacerse bachiller y más adelante profesiona­l para “convencerm­e de que vivir vale la pena”. Hoy sueña con la posible llegada del subsidio de $170.000 que les da el municipio a los adultos mayores para pagarse los pasajes, comprar libros y otros gastos. De su vida de inválida guarda fotografía­s que le tomaron estudiante­s de periodismo, que ganaban buenas notas haciendo reportajes sobre la miseria.

Si de paradojas se trata, ¿cómo es posible que la ciudad ponga el grito en el cielo cada vez que ve una mascota abandonada en sus calles y resulte indiferent­e frente al abandono de sus viejos? Tiene razón Catalina Arboleda, quien, de tanto trabajar por dignificar la vida de estas personas, sueña con que algún día en las familias se abrigue a un viejo con el mismo amor que se le prodiga a una mascota.

“A las mascotas la acaricia todo el mundo... Pero el anciano muere en la soledad de un cuarto o una silla, sin que nadie o muy pocos les conversen o acaricien, en una sociedad de redes sociales y apatías”

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 ?? FOTOS DONALDO ZULUAGA. ?? En la Colonia Belencito 250 ancianos dignifican los ultimos días de su vida.
FOTOS DONALDO ZULUAGA. En la Colonia Belencito 250 ancianos dignifican los ultimos días de su vida.
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