A UN PERIODISTA, MAESTRO Y AMIGO…
Todos en la vida tenemos un maestro, un guía, un ídolo… alguien a quien admiramos, queremos, respetamos, agradecemos o todas las anteriores. Uno de ellos, en mi caso, es Víc-
tor León Zuluaga Salazar, periodista y defensor de las audiencias en este periódico hasta hace pocos días.
En su hoja de vida consta que es comunicador social - periodista de la Universidad de Antioquia con especialización en Periodismo Urbano de la UPB. Fue redactor y coordinador regional de Radiosucesos RCN, jefe de redacción del periódico El Mundo y director del Noticiero ANT, en Teleantioquia. Fue jefe de comunicaciones de la Alcaldía de Medellín y de Coltejer, decano de la Facultad de Comunicación y Relaciones Corporativas de la Universidad de Medellín y, para completar el perfil, ha sido profesor en varias universidades de la ciudad. Ahí perdonan el buñuelo pero es de El Santuario.
Por más de veinte años estuvo vinculado a EL COLOMBIANO. Cuando tuve el inmenso placer de conocerlo se desempeñaba como editor de opi- nión y editorialista. Allí me recibió cuando doña Ana Mercedes
Gómez, entonces directora, me dio la bienvenida como columnista de este diario y yo, sin saber aún en lo que me estaba metiendo, me aferré a Víctor como un lisiado a su bastón. Decir que me acogió sería quedarme a mitad de camino: a veces siento que me adoptó. Cuando algunos periodistas profesionales se pegaban del techo al descubrir artículos firmados por una señora común y corriente, él sentía que era un plus: “No hay ninguna ama de casa escribiendo artículos de opinión en ningún otro periódico importante del mundo. ¡Adelante!”, me dijo muchas veces. Tal vez sin darse cuenta me quitó el bastón y me puso alas. A su lado supe que podía volar y encontré el valor para hacerlo.
Con un respeto total por mi autonomía, me enseñó que no hay temas malos ni vedados, que ser columnista es un privi- legio de unos pocos con una carga enorme de responsabilidad y que la crítica, adversa o a favor, se recibe con humildad, entre muchas otras lecciones para la vida y el oficio.
Lo demás se fue dando por generación espontánea. Entre artículos, lecturas sugeridas y un café de tarde en tarde, nos hicimos grandes amigos. Su pueblo y el mío; su amado El
Santuariano, periódico casi centenario que dirige con un sentido de compromiso admirable; nuestras familias; los amigos comunes; la situación del país, un poco de política y sin chismes de farándula, porque el rey de la discreción no los permite, son temas recurrentes en esos encuentros.
Víctor, a diferencia de algunos periodistas, honra la profesión: no genera escándalos ni polémicas. No se cree el de Aguadas. No vocifera. No siembra discordia. No padece “doctoritis”. No hace alarde de sus logros ni se acomoda a beneficio propio. No dice mentiras ni verdades a medias. Clama por un periodismo riguroso que busque la verdad, la autocrítica y la generación de credibilidad para garantizar el derecho a la información veraz de los ciudadanos. Así se ganó el respeto y la admiración del gremio.
Todo eso, sumado a la ética profesional y personal que lo caracteriza, hace que, a mis ojos, Víctor León sea considerado un grande entre los grandes maestros del periodismo colombiano. Harán mucha falta sus letras, sin duda, pero mi corazón agradecido le desea un felicicicísimo jubileo
Me enseñó que no hay temas malos ni vedados. A su lado supe que podía volar.