El Colombiano

LA LECCIÓN DEL LUNES

- Por JUAN JOSÉ HOYOS redaccio@elcolombia­no.com.co

Este lunes, más de 11 mil niños y jóvenes de Mocoa regresarán a clases, dos semanas después de la avalancha de agua, lodo y rocas que causó la muerte a 321 personas y destruyó buena parte del casco urbano de la capital del Putumayo.

En la tragedia murieron más de 120 niños. Entre los que lograron sobrevivir, muchos perdieron a sus padres, sus hermanos, sus amigos. La mayoría perdieron sus casas. Las calles donde jugaban desapareci­eron. Ahora tienen que volver a empezar sus vidas.

Me pregunto qué les dirán los maestros apenas vuelvan a encontrars­e en los salones de clase. Creo que no es fácil estar en su lugar. Yo, que pasé en las aulas la mitad de mi vida, pienso qué les diría.

Para empezar, les pediría que se abracen con sus compañeros, que celebren el milagro más grande que existe que es estar vivos. Le pediría a cada uno que nos cuente cómo logró sobrevivir. Les hablaría del poder de la palabra para curar las heridas y conjurar los miedos.

Después les contaría la historia de un país donde miles de hombres, como sus padres, han tenido que irse lejos de los pueblos y ciudades donde nacieron a rebuscarse la vida trabajando en minas, tumban- do selvas y abriendo potreros para el ganado, o trabajando en empresas petroleras.

Les diría que ellos hacen parte de un país que se ha olvidado de sus fronteras. Que muchos colombiano­s tienen que mirar un mapa para saber dónde queda el Putumayo. Que hace muchos años ese era uno de los territorio­s más grandes del sur de Colombia y que sus tierras abarcaban el Caquetá, Guainía, Guaviare, Vaupés, el Amazonas, la provincia ecuatorian­a de Sucumbíos y la peruana de Loreto, y parte de los estados del Amazonas venezolano y brasileño.

Que algunos de esos territorio­s los perdimos en diferendos limítrofes que no supieron manejar los gobiernos de la época. Que a fines del siglo XIX, empresario­s colombiano­s y peruanos empezaron a explotar la quina y el caucho de sus selvas. Que su nombre fue conocido en el mundo cuando una empresa peruana financiada por ingleses esclavizó a miles de indios en las plantacion­es caucheras. Que en esa época Mocoa era un caserío de apenas cinco cuadras.

Les diría que su historia es la misma de regiones como el sur del Tolima, Huila, Caquetá, el Guaviare, los Llanos Orientales, adonde fueron a parar miles de colonos expulsados por la violencia política y la pobreza en los años cincuenta.

Les contaría que en sus selvas se juntaron los sueños de miles de campesinos que buscaban nuevos horizontes para sus vidas pero que naufragaro­n en las aguas turbulenta­s de una realidad para la cual no estaban preparados: la llegada de las grandes compañías petroleras, la expansión de las haciendas ganaderas, la tala despiadada de los bosques promovida por las compañías madereras, la expansión de los cultivos de coca, la minería ilegal, la aparición de los grupos guerriller­os, la llegada de los grupos paramilita­res, la construcci­ón de las carreteras que los conectaron con Nariño y el Huila y abrieron nuevos frentes de colonizaci­ón…

Les diría que hace 50 años hubo una creciente parecida a la de abril, pero que entonces los árboles todavía protegían las orillas de los ríos, no había explotacio­nes de arena río arriba, y Mocoa no se había extendido hasta ocupar las orillas de los ríos donde hoy está edificada porque entonces no había llegado tanta gente en busca de un lugar para vivir, disputándo­se la tierra con el cauce antiguo de las aguas. Y no había gobernante­s corruptos que permitiera­n edificar junto a los ríos.

Por último, les diría que el invierno, cultivándo­lo, es tan fecundo como el verano… Y que mientras ellos existan, nada está perdido

Para empezar, les pediría que se abracen con sus compañeros, que celebren el milagro más grande que existe que es estar vivos.

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