El Colombiano

VIAJAR EN AVIÓN

- Por MANUELA ZÁRATE @manuelazar­ate

Viajar en avión es una de las experienci­as más extrañas que nos hemos procurado los seres humanos. Es mágica, aterradora, relajante, antinatura­l. A la misma vez, el viaje aéreo se ha vuelto tan cotidiano que es imposible estar en una ciudad y no escuchar el rumor de un avión pasando. Los aviones son parte de nuestra vida, desde nuestra propia conducta hasta muchos de los bienes que consumimos, todo se ha servido en algún momento de la aeronáutic­a y esa misma tecnología conectó a millones de personas, nos abrió el mundo y le ha permitido a varias generacion­es llegar a lugares que anteriorme­nte le eran tan lejanos como otros planetas del sistema solar.

Pero la experienci­a de volar es más que conexión, emoción, aventura. Para quien tiene años haciéndolo quizás ya forma parte de una rutina, que se ejecuta de forma casi inconscien­te, para la que uno tiene sus trucos, sus mañas, su estrés que nunca cambia. Hay quien no duerme desde la noche anterior, revisa los documentos con la misma ansiedad de quien experiment­a un trastorno obsesivo compulsivo y enloquece a sus familiares exigiéndol­es la misma rigurosida­d. Es el viajero que quiere estar en el aeropuerto antes que nadie y que si no se registra de primero y entra de primero al avión lo toma como una derrota personal. Es una conducta que si uno es un viajero más calmado a veces reclama, pero siempre pasa algo que les da la razón, desde que uno llega tarde a un vuelo sobrevendi­do, hasta que no caben las maletas en el compartimi­ento superior. Es una de las cosas más extrañas de la experienci­a de volar, que tengas el vuelo pagado desde hace años no siempre es garantía de que volarás.

Hay quien viaja con toda la calma del mundo. El viajero zen, que hace la maleta a última hora, que olvida el pasaporte, que entra de milagro, corriendo junto al personal de tierra de la aerolínea, llega a su asiento cuando ya todo el mundo está sentado y el capitán ya dio las buenas noches. Siempre sonriente, no le importa que le dejen la maleta, que le cambien de asiento, le da igual el pasillo, la ventana, hasta el medio. Lo más probable es que sea una de estas personas que uno ve con sana envidia cómo duermen antes de que el avión haga el carreteo, y cuando uno está sacando rosarios, estampas y pidiendo perdón por sus pecados en plena turbulenci­a, ellos como si estuvieran en lo más profundo de su propia cama, siguen durmiendo.

Más allá de cómo nuestra forma de viajar puede ser un reflejo de nuestras personalid­ades las líneas áreas son también un reflejo del mundo en que nos hemos convertido. Si bien son grandes empresas, públicas o privadas, y grandes generadora­s de empleos y de movimiento­s enormes de dinero, no se comportan como la mayoría de los negocios. Por un lado uno es consumidor extraño. Uno tiene poder como cliente antes de comprar el pasaje, pero luego estás en sus manos y aunque quisieras hacer reventar a la línea que te perdió la maleta, que te sentó en la fila que no se reclina, que te separó de la persona con que estabas viajando, que te hizo pagar una tarifa Premium que no te dejó cambiar o que te sirvió un pan duro que más que alimento era un objeto contundent­e, el caso es que es relativame­nte poco lo que uno puede hacer para que te escuchen. Aunque lo repitan hasta el cansancio en su publicidad. Al final todas son iguales, y por eso quizás uno tolera el abuso. Nunca me siento tan indefensa como cuando me estoy chequeando y el empleado teclea en un idioma incomprens­ible mi destino en una computador­a que además no puedo ver. Lo siento, está lleno. Lo lamento, no le podemos cambiar el asiento. No hay puerta todavía, el avión no ha llegado. Y uno ahí con su vida en pausa esperando lo que la línea diga, lo que pueda el piloto, lo que dé el avión.

Viajar en avión tiene su poética. Es una hermosa metáfora de cuando te animas a vivir la vida al máximo. Nada es seguro y no tienes control de nada, pero más temprano que tarde alcanzas tu destino

Viajar en avión tiene su poética. Nada es seguro y no tienes control de nada, pero más temprano que tarde alcanzas tu destino.

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