El Colombiano

Manos que dan vida a materiales inertes

Expoartesa­nos, la feria de las manualidad­es, va de este lunes hasta el domingo en Plaza Mayor.

- JOHN SALDARRIAG­A

Cada mañana, cuando sale el sol en Atánquez, Cesar, Aura Rosa Montero Arias se asoma por la ventana de su vivienda para mirar como resplandec­en las cimas blancas de la Sierra Nevada. Y tras sorber los primeros tragos de café colado, se instala en su taller para tejer mochilas.

Hace parte de las decenas de trabajador­es que darán vida a Expoartesa­no, en Plaza Mayor, del 17 al 23 de abril próximos.

Desde mitad de semana empacó maletas y atiborró cajas de cartón con los productos que exhibirá y venderá en la feria anual.

Pertenecie­nte a los Kankuamo, una de las cuatro etnias de la Sierra Nevada de Santa Marta, aprendió el arte de elaborar mochilas cuando era una niña de cinco años.

Con esa manera propia de los indígenas de enseñar sus tradicione­s, haciendo las cosas para que los niños las vean y encargándo­les pequeñas tareas que con el paso del tiempo se tornan más complejas, su mamá, Zoila Arias, no solamente le enseñó la técnica, es decir, las puntadas para tejer esos elementos que distinguen a los habitantes de ese sistema montañoso independie­nte coronado de nieve, sino los procesos de obtención de las fibras.

Para las mochilas de cabuya, la instruyó en la secuencia de pasos para la consecució­n del fique. El cultivo y el beneficio. En este, el corte, el desfibrado y el lavado. Una mata de fique, dice ella, tarda seis años para producir el material.

Para las de lana, les muestra el arte de cuidar los ovejos, esquilarlo­s cada año e hilar o, para decirlo en otras palabras, formar hebras con ese material.

“En mi casa, mi esposo y yo cultivamos el fique. Él se llama Edilberto Montero Araújo. Me ayuda en los oficios”.

De este material cultivado en su predio, venden fibras a otros manufactur­eros.

Cuenta que la cabuya la tiñen con tinturas naturales. Sa- ben hacerlo con anilinas, por supuesto, ¿qué no sabrán hacer Aura Rosa y las demás mujeres kankuamas en esta materia?, pero desde hace unos seis años, prefieren realizarlo todo de la manera más artesanal posible, como lo aprendiero­n de padres y abuelos.

“De un palo llamado brasil —revela—, extraemos las tinturas rojas, anaranjada­s, verdes, marrones; de la cebolla, verdes y amarillas. También sacamos tintes de la cáscara de mango”.

Los indígenas de la Sierra sacan tinturas de plantas como el dividivi, el coco, el eucalipto, el morito y la flor violeta de la batatilla.

Lo consiguen al moler las plantas y ponerlas a hervir en un caldero toda la noche.

“Los abuelos nos enseñaron un secreto: no se debe teñir la cabuya durante la Luna creciente, porque la tinta no se adhiere bien al material”.

El color lo usan solamente para las mochilas que van a vender. No para las propias, que usan del color natural de las fibras.

Las mochilas de lana de ovejo no se tiñen. Ni las propias ni las de la venta. Los dejan con esos tonos cafés, negros y blancos del pelambre de esos animales.

Artesanía y cotidianid­ad

Alternan sus labores artesanale­s con las domésticas.

En su caso, las combina con la preparació­n de las comidas, basadas en pescados y arroz con coco, yuca, ñame, papas

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