¿Cuándo dejarán las Farc de ser guerrilla?
El grupo armado desaparecerá como tal. Una nueva organización política creada por ellos acogerá a sus miembros.
Desde que inició el proceso de negociación con las Farc (un poco más de 4 años), una pregunta ha rondado: ¿cuándo dejará este grupo de llamarse guerrilla? Técnicamente dejará de serlo cuando entregue las armas y los insurgentes no vuelvan a utilizar el uniforme.
¿Qué es una guerrilla entonces? Es toda tropa ligera que combate casi siempre al Estado y que responde a las órdenes de un mando centralizado. El término se utiliza desde la época de Napoleón Bonaparte para demostrar la diferencia cuantitativa entre los ejércitos y pequeños grupos, que usaban tácticas de golpear y retirarse.
Hoy, las Farc están en una situación de transición dentro de las zonas veredales para convertirse en movimiento político; y como todavía la ONU no ha recibido todas las armas, continúan siendo un grupo armado al margen de la ley. En sus campamentos hacen entrenamientos militares y continúa la estructura jerárquica, aunque ya no utilicen su fuerza militar para enfrentar al Estado, como lo explica Álvaro Villarraga, director de Acuerdos de Verdad del Centro Nacional de Memoria Histórica.
Es de suponer, tal y como ha pasado en otros procesos de paz con guerrillas, que una vez dejen las armas la relación entre miembros será más horizontal y, al fin, se desintegrará la organización armada. Sin embargo, las Farc aspiran a que todos sus integrantes hagan el tránsito al movimiento político.
Comandantes
“Para determinar cuando un guerrillero deja de serlo, vale la pena tener en cuenta la relación de los desmovilizados con sus jefes comandantes, con el nombre de guerra y con el arma”, afirma Jorge Gaviria Vélez, asesor del programa de Reintegración Sostenible para un Territorio en Paz de Medellín.
Gaviria asegura que lo más determinante es el primer factor: “Cuando para el guerrillero su jefe deje de ser el comandante y pase a ser su compañero, su amigo, ya pasó al otro lado”.
Este mismo elemento fue determinante en el caso de las autodefensas. Un informe realizado por el Centro Nacional de Memoria Histórica, titulado ‘Desmovilización y reintegración paramilitar’, sostiene que “la desmovilización debe estar asociada a la ruptura de las cadenas de mando y la eliminación de sus formas de pertenencia y a los ‘juramentos de obligación’, puesto que si permanecen se perpetúa o reproduce la organización armada”.
La protección del arma
Para León Valencia, director de la Fundación Paz y Reconciliación, desmovilizado del Eln, el momento más decisivo es cuando se deja el arma: “Porque en últimas él ha confiado al arma y a sus compañeros, su vida y la causa por la que ha luchado, a veces por casi toda la vida. Han confiado en ella su causa política, sus aspiraciones y sus sueños”.
Mario Agudelo, director de Corpolibertad y desmovilizado del Epl, va más allá en la relación del guerrillero con el fusil: “El arma es la verdadera compañera, hace parte de uno mismo e inclusive es más importante que un pie, que una mano o que un ojo, porque no solamente se trata de incorporarla a su cuerpo sino que es la que le garantiza la seguridad”.
Y, quizás, por esa razón, dejar su arma liberó a Vera Grabe, exguerrillera del M-19 y directora del Observatorio de Paz, quien le dijo a en una entrevista a EL COLOMBIANO: “Lo viví como una inmensa liberación de volver a salir a la calle, volver a estar con la gente, poner la cara, recuperar la vida cotidiana, recuperar los amigos, eso es una gran posibilidad”.
Eso es lo que espera sentir alias “Ramiro Durán”, comandante político del Bloque Sur de las Farc, quien aguarda el momento en la zona veredal de La Carmelita, en Puerto Asís (Putumayo).
“La lucha por medio de las armas ha sido para alcanzar nuestro objetivo para el pueblo, pero ya nuestros pensamientos no son las armas, ahora debemos pensar en la lucha política”, dice.
Él cree que las armas han sido solo una herramienta para “autodefendernos”.
Por eso, Jorge Gaviria advierte que no hay que generalizar acerca de la relación del guerrillero con su arma, pues cada una de las escuelas psicológicas le da un tratamiento diferente, “si es la escuela freudiana es el arma como extensión del cuerpo, como una figura fálica, pero hay escuelas de la sociología que dicen que es más una relación de poder”.
Dejar atrás el alias
Cuando Mario Agudelo cami- na por las calles de Currulao, en Turbo (Antioquia), quienes lo recuerdan le dicen “Perucho”, algunos, un poco más tímidos, lo llaman Pedro, su nombre desde que combatía al Estado alzado en armas, un nombre que lo ha perseguido 26 años después de que el grupo armado al que pertenecía hiciera la paz con el Gobierno de César Gaviria.
“El alias para un guerrillero se convierte en parte de su identidad, no solamente su identificación ante los demás para protegerse ocultando el nombre propio, sino que final- mente se asume como la verdadera identidad”, dice Agudelo quién era miembro del Partido Comunista Marxista Leninista de Colombia, cuyo brazo armado era el Epl.
Mario Agudelo recuerda el día en que tuvo que asumir de nuevo su nombre de pila, dejar atrás los apodos que durante la guerra lo acompañaron, lo protegieron. “Es casi que lo equivalente al efecto que tiene dejar el arma. A uno le da demasiado duro volver a adaptarse al nombre propio”, dice.
El proceso es lento. Gradualmente los compañeros se van
“Para un guerrillero ser nombrado de otra forma anuncia una nueva cotidianidad”. ÁLVARO VILLARRAGA Director de Acuerdos de Verdad
acostumbrando al nombre que les pusieron los padres.
“Cuando uno llega a la organización por seguridad se cambia el nombre”, comenta “Ramiro Durán”. Es la manera de mantener la clandestinidad. Durante sus años en la guerrilla la mayoría de los guerrilleros obedecen a diferentes seudónimos.
Durán llegó al Frente 14 en el 2000 e inspirado en un “legendario guerrillero que dio su vida por un cambio en este país” escogió su nombre, que lo ha acompañado durante 17 años.
Ni siquiera sus compañeros más cercanos, los que son prácticamente su familia, saben su verdadero nombre. Por ahora, supone que al reincorporarse a la vida civil, que será como un nuevo comienzo, va a utilizarlo, pero todavía no se atreve ni a mencionarlo.
“El alias es una identidad de guerra que se construye durante años, el ser nombrado de otra forma anuncia otra cotidianidad y otra realidad de vida. Aparentemente es un cambio de forma pero es un cambio profundo. El nombre de guerra sugiere una militancia, un arma y una predisposición para actuar en el conflicto. El nuevo nombre está asociado a esas nuevas relaciones sociales”, afirma Villarraga, quien militó en el Epl.
Gaviria Vélez explica que los guerrilleros tienen una relación muy importante con el nombre que escogen: en algunos momentos hacen referencia a un arraigo geográfico como ‘ paisa’ o ‘ costeño’; en otros se refiere a una relación de poder frente al otro, por ejemplo, ‘patrón’, ‘el malo’ o ‘cuchillo’; en otras categoría se encuentra la definición de carácter como ‘ burro’ a quien es muy terco, y por último un seudónimo de nombre y apellido que usualmente es elegido en honor a alguien con mucha significación para el guerrillero.
“Los alias son casuales, de momentos, pero tienen una relación muy profunda con ellos”, anota el experto.
Jorge Mejía, exasesor de Reconciliación de Medellín, asegura que el Estado y la sociedad tienen que entender que todo esto hace parte del proceso de sanación de estas personas, respecto a abandonar su pasado y arriesgarse a construir un futuro en condiciones muy distintas: “abandonar el alias y las armas que se habían convertido en algo constitutivo de su ser es muy significativo, es como dejarlos desnudos de un momento a otro”.
¿Se dará el gran paso?
Si nada cambia en el cronograma de dejación de armas, en los anaqueles de la historia quedará el Día D+180 (30 de mayo de 2017), como el día en que las Farc dejaron de existir como guerrilla. Aunque persisisten los retrasos en la construcción de las zonas veredales, tanto el Gobierno como las Farc, se comprometieron a que cumplirán con el calendario acordado en La Habana, y la Oficina del Alto Comisionado para la Paz confirma que “la dejación debe terminar por completo el día D+180; en ese momento el componente
internacional de la ONU deberá notificar que recibió la totalidad del armamento”.
Pero, dependerá mucho de la atención psicosocial que los excombatientes reciban para dejar de sentirse guerrilleros.
León Valencia confirma que siempre hubo una parte suya en la guerrilla, sus conversaciones, desde 1994, año en que se desmovilizó, han girado en torno a lo que es la insurgencia y a su vida pasada: “Como si no hubiera otra historia qué contar, de hecho escribí un libro para eso y trabajo todo el tiempo para eso”.
La pregunta que tiene que responder todo el aparato de reincorporación, de acuerdo con
Jorge Mejía, es ¿cómo lograr que el colectivo se convierta en un factor no solamente aglutinante sino protector y en ese sentido evitar desbandadas que terminan generando más violencia? “Eso fue lo que se perdió con los paramilitares”, asegura.
Sin embargo, para Jorge Gaviria, las respuestas ya están dadas y la experiencia en nueve procesos de reincorporación es suficiente para atender a una población que llega con miedos y traumas de la guerra. “El 76 % de los desmovilizados que asisten al acompañamiento psicosocial en los programas de intervención salen adelante, si se revisa esa cifra en las cárceles es al contrario, el 75 % reinciden, es una relación que es muy efectiva en términos de reintegración”.
No obstante, Villarraga dice que nunca es suficiente, “nunca se puede decir que se está totalmente preparado porque hay nuevos desafíos, porque es la guerrilla más grande, más organizada y el proceso tiene más impacto en el cierre de la guerra, aún hay falencias y se han demostrado debilidades del Estado y del Gobierno en responder incluso en asuntos mínimos como los operativos, en ese sentido hay una gran exigencia para el Gobierno”.
Agudelo es más radical. Considera que el país nunca ha podido entender la magnitud de lo que pasa con la desmovilización de guerrilleros, que se le soluciona la vida de quienes van a participar políticamente, pero que los demás quedan en situaciones muy complicadas.
“No se le da la importancia suficiente, no se da el acompañamiento, no se entiende qué es cambiar radicalmente una forma de vivir, de relacionarse con los demás, llegar a un entorno completamente diferente, ese cambio muchos lo nombran como duelo, dejar el grupo armado es romper con una familia es romper con toda la gente con la que se convivió muchos años. Yo conocí casos de excombatientes que se suicidaron, no fueron capaces de adaptarse pero tampoco quisieron regresar a la violencia”.
Valencia indica que también hay una reticencia de los guerrilleros de someterse a esos procesos porque siempre implican vulnerabilidades y la guerra está hecha de esas fortalezas artificiales entre los hombres y las mujeres; someterse a la idea de que tienen que hablar de ese pasado los muestra frágiles.
Así que la respuesta a la pregunta ¿cuándo las Farc dejarán de ser una guerrilla? Se resolverá cuando dejen las armas, sus uniformes y su dependencia bélica; pero la de ¿cuándo los guerrilleros dejarán de serlo? Es tan compleja que ningún experto da un dictamen preciso.
La pregunta también puede formulársele a la comunidad internacional. Para Mauricio Jaramillo Jassir, internacionalista de la U. del Rosario, EE.UU. podría sacar a las Farc de la lista de terroristas este mismo año, siempre y cuando muestren claramente su decisión de no volver a las armas, aunque aclaró que todo lo relacionado con el presidente Donald Trump es atípico.
Lo que sí está claro es que los miembros de las Farc pasarán a conformar un partido político, del que todavía no se conoce su nombre. Y el proyecto de acto legislativo que les permitirá entrar en la arena política está en manos del Congreso y ya pasó el primer debate en la Cámara.