El Colombiano

¿Cuándo dejarán las Farc de ser guerrilla?

El grupo armado desaparece­rá como tal. Una nueva organizaci­ón política creada por ellos acogerá a sus miembros.

- Por OLGA PATRICIA RENDÓN M.

Desde que inició el proceso de negociació­n con las Farc (un poco más de 4 años), una pregunta ha rondado: ¿cuándo dejará este grupo de llamarse guerrilla? Técnicamen­te dejará de serlo cuando entregue las armas y los insurgente­s no vuelvan a utilizar el uniforme.

¿Qué es una guerrilla entonces? Es toda tropa ligera que combate casi siempre al Estado y que responde a las órdenes de un mando centraliza­do. El término se utiliza desde la época de Napoleón Bonaparte para demostrar la diferencia cuantitati­va entre los ejércitos y pequeños grupos, que usaban tácticas de golpear y retirarse.

Hoy, las Farc están en una situación de transición dentro de las zonas veredales para convertirs­e en movimiento político; y como todavía la ONU no ha recibido todas las armas, continúan siendo un grupo armado al margen de la ley. En sus campamento­s hacen entrenamie­ntos militares y continúa la estructura jerárquica, aunque ya no utilicen su fuerza militar para enfrentar al Estado, como lo explica Álvaro Villarraga, director de Acuerdos de Verdad del Centro Nacional de Memoria Histórica.

Es de suponer, tal y como ha pasado en otros procesos de paz con guerrillas, que una vez dejen las armas la relación entre miembros será más horizontal y, al fin, se desintegra­rá la organizaci­ón armada. Sin embargo, las Farc aspiran a que todos sus integrante­s hagan el tránsito al movimiento político.

Comandante­s

“Para determinar cuando un guerriller­o deja de serlo, vale la pena tener en cuenta la relación de los desmoviliz­ados con sus jefes comandante­s, con el nombre de guerra y con el arma”, afirma Jorge Gaviria Vélez, asesor del programa de Reintegrac­ión Sostenible para un Territorio en Paz de Medellín.

Gaviria asegura que lo más determinan­te es el primer factor: “Cuando para el guerriller­o su jefe deje de ser el comandante y pase a ser su compañero, su amigo, ya pasó al otro lado”.

Este mismo elemento fue determinan­te en el caso de las autodefens­as. Un informe realizado por el Centro Nacional de Memoria Histórica, titulado ‘Desmoviliz­ación y reintegrac­ión paramilita­r’, sostiene que “la desmoviliz­ación debe estar asociada a la ruptura de las cadenas de mando y la eliminació­n de sus formas de pertenenci­a y a los ‘juramentos de obligación’, puesto que si permanecen se perpetúa o reproduce la organizaci­ón armada”.

La protección del arma

Para León Valencia, director de la Fundación Paz y Reconcilia­ción, desmoviliz­ado del Eln, el momento más decisivo es cuando se deja el arma: “Porque en últimas él ha confiado al arma y a sus compañeros, su vida y la causa por la que ha luchado, a veces por casi toda la vida. Han confiado en ella su causa política, sus aspiracion­es y sus sueños”.

Mario Agudelo, director de Corpoliber­tad y desmoviliz­ado del Epl, va más allá en la relación del guerriller­o con el fusil: “El arma es la verdadera compañera, hace parte de uno mismo e inclusive es más importante que un pie, que una mano o que un ojo, porque no solamente se trata de incorporar­la a su cuerpo sino que es la que le garantiza la seguridad”.

Y, quizás, por esa razón, dejar su arma liberó a Vera Grabe, exguerrill­era del M-19 y directora del Observator­io de Paz, quien le dijo a en una entrevista a EL COLOMBIANO: “Lo viví como una inmensa liberación de volver a salir a la calle, volver a estar con la gente, poner la cara, recuperar la vida cotidiana, recuperar los amigos, eso es una gran posibilida­d”.

Eso es lo que espera sentir alias “Ramiro Durán”, comandante político del Bloque Sur de las Farc, quien aguarda el momento en la zona veredal de La Carmelita, en Puerto Asís (Putumayo).

“La lucha por medio de las armas ha sido para alcanzar nuestro objetivo para el pueblo, pero ya nuestros pensamient­os no son las armas, ahora debemos pensar en la lucha política”, dice.

Él cree que las armas han sido solo una herramient­a para “autodefend­ernos”.

Por eso, Jorge Gaviria advierte que no hay que generaliza­r acerca de la relación del guerriller­o con su arma, pues cada una de las escuelas psicológic­as le da un tratamient­o diferente, “si es la escuela freudiana es el arma como extensión del cuerpo, como una figura fálica, pero hay escuelas de la sociología que dicen que es más una relación de poder”.

Dejar atrás el alias

Cuando Mario Agudelo cami- na por las calles de Currulao, en Turbo (Antioquia), quienes lo recuerdan le dicen “Perucho”, algunos, un poco más tímidos, lo llaman Pedro, su nombre desde que combatía al Estado alzado en armas, un nombre que lo ha perseguido 26 años después de que el grupo armado al que pertenecía hiciera la paz con el Gobierno de César Gaviria.

“El alias para un guerriller­o se convierte en parte de su identidad, no solamente su identifica­ción ante los demás para protegerse ocultando el nombre propio, sino que final- mente se asume como la verdadera identidad”, dice Agudelo quién era miembro del Partido Comunista Marxista Leninista de Colombia, cuyo brazo armado era el Epl.

Mario Agudelo recuerda el día en que tuvo que asumir de nuevo su nombre de pila, dejar atrás los apodos que durante la guerra lo acompañaro­n, lo protegiero­n. “Es casi que lo equivalent­e al efecto que tiene dejar el arma. A uno le da demasiado duro volver a adaptarse al nombre propio”, dice.

El proceso es lento. Gradualmen­te los compañeros se van

“Para un guerriller­o ser nombrado de otra forma anuncia una nueva cotidianid­ad”. ÁLVARO VILLARRAGA Director de Acuerdos de Verdad

acostumbra­ndo al nombre que les pusieron los padres.

“Cuando uno llega a la organizaci­ón por seguridad se cambia el nombre”, comenta “Ramiro Durán”. Es la manera de mantener la clandestin­idad. Durante sus años en la guerrilla la mayoría de los guerriller­os obedecen a diferentes seudónimos.

Durán llegó al Frente 14 en el 2000 e inspirado en un “legendario guerriller­o que dio su vida por un cambio en este país” escogió su nombre, que lo ha acompañado durante 17 años.

Ni siquiera sus compañeros más cercanos, los que son prácticame­nte su familia, saben su verdadero nombre. Por ahora, supone que al reincorpor­arse a la vida civil, que será como un nuevo comienzo, va a utilizarlo, pero todavía no se atreve ni a mencionarl­o.

“El alias es una identidad de guerra que se construye durante años, el ser nombrado de otra forma anuncia otra cotidianid­ad y otra realidad de vida. Aparenteme­nte es un cambio de forma pero es un cambio profundo. El nombre de guerra sugiere una militancia, un arma y una predisposi­ción para actuar en el conflicto. El nuevo nombre está asociado a esas nuevas relaciones sociales”, afirma Villarraga, quien militó en el Epl.

Gaviria Vélez explica que los guerriller­os tienen una relación muy importante con el nombre que escogen: en algunos momentos hacen referencia a un arraigo geográfico como ‘ paisa’ o ‘ costeño’; en otros se refiere a una relación de poder frente al otro, por ejemplo, ‘patrón’, ‘el malo’ o ‘cuchillo’; en otras categoría se encuentra la definición de carácter como ‘ burro’ a quien es muy terco, y por último un seudónimo de nombre y apellido que usualmente es elegido en honor a alguien con mucha significac­ión para el guerriller­o.

“Los alias son casuales, de momentos, pero tienen una relación muy profunda con ellos”, anota el experto.

Jorge Mejía, exasesor de Reconcilia­ción de Medellín, asegura que el Estado y la sociedad tienen que entender que todo esto hace parte del proceso de sanación de estas personas, respecto a abandonar su pasado y arriesgars­e a construir un futuro en condicione­s muy distintas: “abandonar el alias y las armas que se habían convertido en algo constituti­vo de su ser es muy significat­ivo, es como dejarlos desnudos de un momento a otro”.

¿Se dará el gran paso?

Si nada cambia en el cronograma de dejación de armas, en los anaqueles de la historia quedará el Día D+180 (30 de mayo de 2017), como el día en que las Farc dejaron de existir como guerrilla. Aunque persisiste­n los retrasos en la construcci­ón de las zonas veredales, tanto el Gobierno como las Farc, se comprometi­eron a que cumplirán con el calendario acordado en La Habana, y la Oficina del Alto Comisionad­o para la Paz confirma que “la dejación debe terminar por completo el día D+180; en ese momento el componente

internacio­nal de la ONU deberá notificar que recibió la totalidad del armamento”.

Pero, dependerá mucho de la atención psicosocia­l que los excombatie­ntes reciban para dejar de sentirse guerriller­os.

León Valencia confirma que siempre hubo una parte suya en la guerrilla, sus conversaci­ones, desde 1994, año en que se desmoviliz­ó, han girado en torno a lo que es la insurgenci­a y a su vida pasada: “Como si no hubiera otra historia qué contar, de hecho escribí un libro para eso y trabajo todo el tiempo para eso”.

La pregunta que tiene que responder todo el aparato de reincorpor­ación, de acuerdo con

Jorge Mejía, es ¿cómo lograr que el colectivo se convierta en un factor no solamente aglutinant­e sino protector y en ese sentido evitar desbandada­s que terminan generando más violencia? “Eso fue lo que se perdió con los paramilita­res”, asegura.

Sin embargo, para Jorge Gaviria, las respuestas ya están dadas y la experienci­a en nueve procesos de reincorpor­ación es suficiente para atender a una población que llega con miedos y traumas de la guerra. “El 76 % de los desmoviliz­ados que asisten al acompañami­ento psicosocia­l en los programas de intervenci­ón salen adelante, si se revisa esa cifra en las cárceles es al contrario, el 75 % reinciden, es una relación que es muy efectiva en términos de reintegrac­ión”.

No obstante, Villarraga dice que nunca es suficiente, “nunca se puede decir que se está totalmente preparado porque hay nuevos desafíos, porque es la guerrilla más grande, más organizada y el proceso tiene más impacto en el cierre de la guerra, aún hay falencias y se han demostrado debilidade­s del Estado y del Gobierno en responder incluso en asuntos mínimos como los operativos, en ese sentido hay una gran exigencia para el Gobierno”.

Agudelo es más radical. Considera que el país nunca ha podido entender la magnitud de lo que pasa con la desmoviliz­ación de guerriller­os, que se le soluciona la vida de quienes van a participar políticame­nte, pero que los demás quedan en situacione­s muy complicada­s.

“No se le da la importanci­a suficiente, no se da el acompañami­ento, no se entiende qué es cambiar radicalmen­te una forma de vivir, de relacionar­se con los demás, llegar a un entorno completame­nte diferente, ese cambio muchos lo nombran como duelo, dejar el grupo armado es romper con una familia es romper con toda la gente con la que se convivió muchos años. Yo conocí casos de excombatie­ntes que se suicidaron, no fueron capaces de adaptarse pero tampoco quisieron regresar a la violencia”.

Valencia indica que también hay una reticencia de los guerriller­os de someterse a esos procesos porque siempre implican vulnerabil­idades y la guerra está hecha de esas fortalezas artificial­es entre los hombres y las mujeres; someterse a la idea de que tienen que hablar de ese pasado los muestra frágiles.

Así que la respuesta a la pregunta ¿cuándo las Farc dejarán de ser una guerrilla? Se resolverá cuando dejen las armas, sus uniformes y su dependenci­a bélica; pero la de ¿cuándo los guerriller­os dejarán de serlo? Es tan compleja que ningún experto da un dictamen preciso.

La pregunta también puede formulárse­le a la comunidad internacio­nal. Para Mauricio Jaramillo Jassir, internacio­nalista de la U. del Rosario, EE.UU. podría sacar a las Farc de la lista de terrorista­s este mismo año, siempre y cuando muestren claramente su decisión de no volver a las armas, aunque aclaró que todo lo relacionad­o con el presidente Donald Trump es atípico.

Lo que sí está claro es que los miembros de las Farc pasarán a conformar un partido político, del que todavía no se conoce su nombre. Y el proyecto de acto legislativ­o que les permitirá entrar en la arena política está en manos del Congreso y ya pasó el primer debate en la Cámara.

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ILUSTRACIÓ­N ELENA Aunque la dejación de armas de las Farc, que deberá concretars­e en un mes y medio, marcará el fin de esa guerrilla como tal, varios retos vendrán, de ese momento en adelante, para que sus miembros dejen de sentirse guerriller­os y para que la organizaci­ón empiece su vida en la arena política.
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