El Colombiano

Miedo movió a Manizales

16 muertos iban hasta anoche, pero algunas personas sobrevivie­ron porque no querían repetir lo ocurrido en Mocoa.

- Por JULIÁN AMOROCHO BECERRA Y MANUEL SALDARRIAG­A Enviados especiales, Manizales

El morro que corona al barrio Aranjuez, en Manizales, rugió hacia las 2:30 de la madrugada de ayer, y todos los vecinos escucharon ese ruido porque ninguno había podido conciliar el sueño. El miedo y el recuerdo fresco de la avalancha de Mocoa no los había dejado dormir.

Fue en ese momento cuando una parte de la montaña cedió ante las lluvias que llevaban casi siete horas cayendo en este sector popular del occidente de la capital de Caldas.

“Sentí como un trueno”, recuerda Luz Dary Osorio del momento en que cayó la avalancha. Esta señora habitaba una de las casi 20 casas que componen la calle 40, la última línea de viviendas del barrio Aranjuez antes de llegar a la montaña.

“Yo le grite a mi hijo: ¡Jorge, estamos en peligro, levántese! y cuando me pudo sacar fue que se vino la tierra”, relata esta mujer, que desde esa hora no ha soltado de sus manos una figura de la Virgen de Guadalupe, que es de las pocas pertenenci­as que le quedaron.

Aunque su casa quedó cubierta de lodo y escombros y poco de ello se pudo rescatar, afirma que lo suyo fue un milagro, pues las tres siguientes viviendas quedaron reducidas a una montaña de lodo y escombros, en donde falleciero­n tres personas.

Minutos antes, Luz Dary, a sus 71 años, se encontraba preparando una agua de panela y rezando el rosario. Sin embargo, el presagio de lo que iba a pasar apareció pasadas la 1:30 a.m., cuando la luz se fue y sobre los techos de zinc de las casas de la calle 40 empezaron a caer pequeñas piedras.

De la cima de la montaña se alcanza a ver una enorme cicatriz color tierra que marca el sitio exacto que se desprendió y provocó la tragedia. Sin embargo, para esa hora de la madrugada, todo era oscuridad y agua.

“Olía a barro con agua. Eso nos hizo presagiar lo peor”, cuenta Aníbal González Bedoya, quien ha vivido 20 de sus 54 años en este mismo sector, que hoy quedó casi destruido.

Su casa hoy es más barro que cemento. Sin embargo, asegura que a su familia la salvó un tanque de agua que instaló hace siete años, justamente, ante el peligro que en ese entonces les significab­a vivir pegados a la montaña.

Fue pasada la medianoche cuando el tanque empezó a escupir agua pintada con lodo. González Bedoya y su familia vivían en el segundo piso de la planta y cuando notó este fenómeno, entendió que era cuestión de segundos para que se desatara la tragedia.

Otros vecinos no contaron con la misma suerte. González cuenta que uno de sus vecinos, a cuatro casas de la suya alcanzó a sacar a sus familiares, pero al volver por algún objeto personal, la avalancha se lo llevó.

“No había nada que hacer, solo ponernos a salvo y esperar”, relató.

Fueron minutos de pánico los que sucedieron a la avalancha. Sin haber mermado del todo la lluvia, el desespero de

muchos vecinos y la confusión de no saber si estaban todos a salvo los llevó a aventurars­e en el barro, aún movedizo y peligroso.

Ingresar a la zona en donde yacían los cuerpos de los vecinos y amigos que falleciero­n puso en peligro mortal a quienes se atrevieron a intentarlo.

En el mejor de los casos, hasta el cinturón llegaba el barro espeso que impedía poder moverse.

Por ello hubo que esperar hasta la llegada de los equipos de rescate, que hicieron su aparición antes de que

“Tenemos suspendido­s los servicios básicos en los barrios afectados, de manera preventiva, con el fin de no generar nuevas emergencia­s”. CARLOS IVÁN MÁRQUEZ Director de la Ungrd “Tenemos disponible­s coliseos para habilitar albergues con el fin de atender a las personas que no tengan cómo conseguir un arrendamie­nto”. OCTAVIO CARDONA Alcalde de Manizales

despuntara el sol.

No obstante, la situación no mejoró con el amanecer. Contó el señor Aníbal, quien para las horas de la tarde había pasado de tener un color moreno en la piel a un marrón claro de barro seco que hoy su súplica es “no tener que repetir esto, que no nos den unos centavos para medio acomodar las casas, sino que nos per- mitan seguir viviendo tranquilos tal vez en otra zona”.

Una tragedia anunciada

Conforme fue saliendo el sol, las familias de la calle 40 del barrio Aranjuez tuvieron que iniciar la triste procesión de todas las tragedias de su tipo: ir a tratar de sacar lo poco que quedó de utilidad.

Los vecinos cuentan que antes de las 4:00 a.m., llegaron los primeros organismos de socorro. Después de ponerse en la tarea de sacar los cuerpos sin vida de los fallecidos, empezaron a ayudar con el trasteo de los enseres que quedaron.

Desde ese momento, a este encumbrado barrio manizaleño inició una caravana interminab­le de carros de trasteo y de vecinos embarrados desde los pies hasta la cabeza, sacando colchones, cuadros, televisore­s y aparatos de sonido, aunque es probable que muchos de ellos no vuelvan a servir más.

La romería, cual fila de hormigas sobre un árbol, se dirige a la cancha ubicada en la parte baja de Aranjuez. En este punto empezaron a instalarse las primeras ollas comunitari­as que alimentará­n a muchos que hoy no tienen un hogar.

“Esto se veía venir”, recalca Aníbal González mientras le pasan una lámpara rota y embarrada, que claramente no

volverá a prender, pero que aún así termina en el camión de mudanzas.

Cuenta que hacía siete años pasó exactament­e lo mismo con ese cerro, “pero después de todo solo nos dieron tres millones de pesos que no nos sirvió para salir del barrio, aún cuando era obvio que esto podía pasar”.

Antes de subir al camión, afirma con resignació­n que “esto es un segundo llamado y no creo que haya un tercero. Aquí no se puede vivir”.

Lo mismo cree Luz Dary sin soltar aún su virgen, que parece que fuera su salvavidas para no hundirse en la tristeza: “Ya aquí nadie puede vivir. Aunque nos quedamos sin nada, nos vamos de arrimadas a la casa de mi hermana. Es que con miedo no se puede”.

De forma paradójica, ambos coinciden en que fue el temor, ese mismo que los despertó y los sacó de las casas, el que finalmente le permitió seguir viviendo, así sea para iniciar desde cero

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El Gobierno detectó 12 puntos críticos en Manizales, uno de ellos está en el barrio Aranjuez. FOTOS
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MANUEL SALDARRIAG­A, ENVIADO ESPECIAL

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