El Colombiano

Ángeles que hacen más liviana la discapacid­ad

Padres, familiares y profesores se convierten en bastiones para quienes el deporte es un alivio.

- Por WILSON DÍAZ SÁNCHEZ

Apoyada en su bastón y equipada con una bufanda a cuadros para matizar el frío de la mañana, Judith Gil llegó temprano al coliseo Yesid Santos. Con marcha lenta descendió por la rampa que conduce a las canchas de pisos coloridos. Iba acompañada de su hija Beatriz, quien con manos firmes sostenía la silla de ruedas en la que su hermano Gustavo Estrada iba al encuentro de una nueva jornada recreo-deportiva.

Una vez instaladas en el lugar, las dos mujeres le dieron de tomar un jugo a su pariente y lo dejaron listo para otra cita con los compañeros. Y con paciencia y un cariño especial que reflejaban en sus sonrisas, se sentaron en un banco de madera a observar la práctica matinal.

La escena se repite una vez por semana, a pesar de que el Inder Medellín ofrece sesiones en diferentes días. Pero la falta de dinero para pagar taxi desde el barrio Belén y el escaso tiempo de Beatriz, por sus ocupacione­s laborales, impiden que asistan con más regularida­d.

Los martes son especiales para Gustavo (50 años de edad), quien sufre parálisis cerebral. Primero llegan al gimnasio, en los bajos del estadio Atanasio Girardot, y luego se dirigen a las clases de boccia en el coliseo. “El día que no podemos venir, él se pone triste, mírele la cara de felicidad que tiene hoy”, coinciden las damas sobre el semblante de Gustavo, quien desde los ocho años recibe terapia.

El rostro iluminado de “Tavo” es el mejor incentivo para ellas, de ahí que siempre se esmeren por llevarlo. Ese apoyo familiar es valorado por los formadores (así los llaman en el Inder), quienes aseguran que es un soporte fundamenta­l para estas personas.

Judith cuenta que, con los demás acompañant­es, las horas se hacen cortas, pues entre tertulias y cafés se van forjando lazos de amistad.

Apoyo constante

Luz Victoria Muñoz descubrió hace cinco años la mejor terapia para su hijo Santiago Grajales, de 19 de edad, quien es autista. Mientras hacían ejercicio por los alrededore­s de la unidad deportiva Atanasio Girardot supo de la ludoteca, ahora convertida en un gimnasio que funciona de 7: 00 a.m. a 7: 00 p.m. Allí encontró lo que tanto anhelaba.

“Él pasaba todo el tiempo encerrado en la habitación, no compartía con nadie y cuando le hablaban se tapaba los oídos; era un ente, no quería moverse”, cuenta esta esmerada madre que, como si se tratara de una formadora más, participa activament­e en las prácticas en las que Santiago aprendió a escuchar, socializar y caminar mejor.

Los martes, miércoles y jueves asiste religiosam­ente a las citas con su hijo y se convirtió en un apoyo para los profesores. “Al principio Santi solo atendía las órdenes de la mamá, pero con el tiempo hemos logrado ganarnos su confianza y podemos hacer todo el trabajo. La presencia de Luz Victoria siempre será importante porque él se siente apoyado”, relata Erika Ramírez, licenciada en Educación Física y Fisioterap­ia.

Aparte de Santiago, otros usuarios con discapacid­ad física, cognitiva y sensorial entrenan al son de la música y

ganan calidad de vida.

Ahí está siempre Luz Victoria con su tenacidad y dedicación, contribuye­ndo a la labor de los especialis­tas, con quienes ha visto los progresos de Santiago, quien, de camise- ta roja y sudadera negra, solo refleja felicidad.

Una guía perfecta

Mientras en el gimnasio la adrenalina fluye y Juan Gui

llermo Cardona disfruta al máximo, en las afueras Ligia

Cardona aguarda con paciencia. Es lo que ha hecho en los últimos dos años cada martes y viernes cuando acompaña a su hijo (sordo y con limitacion­es para hablar) a entrenar.

Sentada en uno de los antejardin­es del parque Suramerica­no, reposa del viaje que realiza en bus desde Guarne. La lejanía no le importa, solo el bienestar de Juangui que muchas veces le ha dicho que lo deje venir solo, a lo que ella siempre se ha negado.

Vivían en Santa Mónica, pero luego se fueron para Venezuela, donde permanecie­ron 32 años. Hace nueve regresaron al barrio la América y en 2015 se radicaron en el Oriente antioqueño.

La presencia de Juan Guillermo ilumina el rostro de la mujer quien, de sudadera y tenis, sostiene un morral en

su hombro. “Siempre le he dado gusto, primero estuvo en karate y en otros deportes, lo importante es que tenga actividad continua”.

Esta mamá recuerda que una vez él estuvo tres meses sin hacer nada y solo lloraba. “Se iba a enloquecer y me iba a enloquecer a mí”.

Fanático de Nacional, cuenta que una sobrina le presentó al panameño Rode

rick Miller y fue tal la emoción que Juan Guillermo (50 años), tras conocer a este ídolo, se paralizó. El espasmo le duró varios días, en los que pasó en su habitación que está decorada en homenaje al Rey de Copas: techo con estrellas, un muro con líneas verdes brillantes, cobija, cojines, todo allí es verdolaga.

Madre e hijo se toman de la mano y emprenden el rumbo a la piscina. A él lo espera una hora más de alegría en el agua, la que ella compartirá desde la tribuna con otras mamás y familiares, como las de Gustavo y Santiago, ángeles que les hacen menos pesadas las limitacion­es a los deportista­s

 ??  ?? La solidarida­d entre los invidentes es total. Aquí, una muestra de la unión entre ellos, orientados por una compañera. Ligia Cardona y Juan Guillermo,
La solidarida­d entre los invidentes es total. Aquí, una muestra de la unión entre ellos, orientados por una compañera. Ligia Cardona y Juan Guillermo,

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