ATRAPADO ENTRE DOS AVALANCHAS
Cuando el alud arrasó con todo,
Óscar Pérez, a quien conocen sus vecinos como ‘Cachaco’ ya estaba despierto y atento al agua que escurría por la loma en donde se ubica el barrio. “Todos salimos listos para ayudar y lo primero que hicimos fue quedarnos muy callados, para tratar de escuchar a alguien pidiendo auxilio”, asegura este hombre de algo más de 1,6 metros, a quien al parecer el frío no le afecta. Eran aproximadamente las 2:30 a.m. del miércoles y en ese estado de alerta estuvieron, Cachaco y sus vecinos, algo más de una hora. Sin embargo, hacia las 3:30 escucharon otro estruendo, esta vez más fuerte y a sus espaldas. El desprendimiento de la montaña en la parte alta del barrio acabó con la relativa calma en la que intentaban encontrar posibles víctimas. “Ahí en ese momento nos enloquecimos. Todos salimos corriendo, ¿pero para dónde? la tierra se nos vino encima por lado y lado”, cuenta señalando los dos extremos de la calle en donde estuvo trabajando las últimas horas para tratar de sacar a las víctimas que devoró la avalancha. Cachaco, presa también del pánico, agarró a su hermana y dos sobrinos, con los que vivía y se apresuró loma abajo hasta un barrio llamado Villaluz, en donde vive una hermana.
“Yo dije: nos llegó la hora. Ya me veía muerto”. Poco pudo quedarse en la casa. “Yo tengo 54 años y he vivido 46 en este barrio. Conocía a todos los habitantes. Entonces me devolví. A mi me nació porque, como dicen, hoy por ti mañana por mi”. Pasadas las 4:00 a.m. llegó este hombre al barrio y cuando salió el sol empezó a sacar barro. Una labor desgastante y lenta, pero necesaria en un sitio que, por su topografía, es de difícil acceso para la maquinaria pesada. Desde entonces no ha parado, salvo para comprar algunas curitas para los dedos. “Las carretillas están ya astilladas y lastiman”, dice aunque reconoce que no quiere parar. ¿Por qué?, pues porque detenerse es recordar. “Uno puede ser muy echado pa´ lante, pero ante esto, uno siente pánico y angustia por todos los que fallecieron. Hay mucho sentimiento, por ver que se mueren los amigos de uno”, dice y le flaquea por primera vez la voz. No le dura mucho. Acto seguido, parece recordar que el trabajo no ha terminado, se sacude las manos para ver que las curas hayan quedado bien agarradas a las ampollas y se marcha, no antes de recordar que “bendito Dios que no nos pasó nada”.