EL JUEGO DE MIRAFLORES
El domingo en la tarde, al finalizar una de las semanas más violentas de su presidencia, Nicolás
Maduro soltó su tradicional monólogo en televisión para insistir en que el chavismo es el “triunfador de la verdad, vencedor de los violentos y constructor de paz”. Un proyecto político sustentado “en el amor a la patria”.
Todo normal. El venezolano no es el único –ni será el último- de los mandatarios oportunistas que hablan con frases prefabricadas en momentos de populismos, pero es el que permite encontrar falsedades con una mayor rapidez. Muchos mienten en el poder, pero al de Miraflores la torpeza le acelera la caída.
Tan solo unos días antes, el lunes 17 de abril, ante la proxi- midad de las marchas de la oposición, un nervioso Maduro llamaba a la lealtad de las Fuerzas Armadas y prometía dotar a la Milicia Nacional Bolivariana (ese grupo civil armado que responde como célula político-militar) hasta llevarla al medio millón de efectivos. El dirigente del amor y la paz anunciaba un “fusil garantizado” para “cada uno”.
Los bandazos discursivos del sucesor de Chávez son ya, a los cuatro años del inicio de su gobierno, un clásico de la política latinoamericana contemporánea, pero en los últimos tiempos dan pistas de la angustia de una cúpula que cava un hoyo para encontrar salida sin darse cuenta que, lo más probable, es que nunca pueda salir de él.
Al heredero del Socialismo del Siglo XXI lo sostiene el comando militar, pero la fidelidad que le profesan se fundamenta más en prebendas que en un apego al discurso nacionalista y antimperialista que pierde tracción con el aumento de la crisis económica. Cuando se compran las lealtades se abona el camino a la soledad.
La estrategia de Maduro es garantizar su permanencia en una lucha diaria. Llegar a la noche y luego esforzarse por permanecer hasta el amanecer. ¿Qué vendrá mañana? Ya se verá. Denunciar un complot incomprobable, una refriega con Colombia o un arresto opositor. El objetivo es evadir la realidad. Mirar para otro lado como si el infierno no pasara y tomar la realidad como un juego.
Justo eso mostró el sábado en sus redes sociales. Mientras el país seguía humeante por el choque político en las calles, él se vistió de sudadera y gorra y salió a practicar béisbol. “Aquí estamos jugando”, dijo. “Jugando para ganar”
Muchos mienten en el poder, pero al de Miraflores la torpeza le acelera la caída. Cuando se compran lealtades, se abona el camino a la soledad.