HASTA LOS HUEVOS
He sido asaltado. Hoy mismo. En Madrid; a plena luz del día. Había decenas de testigos, pero nadie hizo nada. Lo peor es que me atracó la autoridad, nada menos que en tres ocasiones. Porque solo puede considerarse un robo a mano armada la extensión de los parquímetros y otros dispositivos de hurto al ciudadano en las grandes ciudades bajo el pretexto de que se pretende combatir la contaminación e incentivar la utilización del transporte público. Tamaña memez es un sinsentido de proporciones colosales. Porque si esa fuera la pretensión, con prohibir la circulación en toda la ciudad se acabaría el problema. Pero claro, la muchedumbre reventaría encolerizada los miles de coches oficiales que surcan cada día las calles. Este asunto me recuerda a las incongruentes campañas antitabaco. A bombo a platillo llenan las cajetillas con leyendas terroríficas. Luego les ponen un timbre estatal y engordan la mitad de su precio con impuestos. ¿No habría que meter en la cárcel a todos los gobernantes que, cual shérifs de Nottingham, llenan las arcas con dinero sucio a sabiendas de que “fumar mata”? Yo creo que sí. Por eso, necesitamos Robin Hood que luchen para evitar que estos mangantes sigan robando al pueblo con la excusa del bien común.
Porque si ya pagamos impuestos sobre nuestras rentas y sobre absolutamente todos los productos que consumimos (con los que se asfaltan las calles, se pavimentan las aceras y se les da mantenimiento) y además abonamos religiosamente los impuestos municipales y los de circulación de vehículos, por qué debemos pagar por aparcar en las calles.
Imaginen que quedan a tomar un café y, después de abonar la cuenta, el mesero vuelve a tratar de cobrarnos. –Joven, ya pagué antes. –Caballero, abonó los cafés. Ahora debe pagar el aire respirado, la luz, las servilletas y el vasito de agua que le he puesto para quitarse la acidez que le dejó el cafelito-.
Bajo coerción, con la amenaza de recurrir a la autoridad, más de uno pagaría acongojado.
Y eso es exactamente lo que ocurre. Hoy mismo una controladora me ha multado por excederme seis minutos en el ticket que puse al coche. Ella no podía saber que el candado de la taquilla donde guardaba la llave de mi coche después de una hora de natación había enloquecido y que, tras ser reventado por un operario, había logrado acceder a mi ropa. Traté de explicarme, pero solo recibí indiferencia y desprecio.
–Me da igual lo que le haya pasado. Se ha excedido y punto-.
Pero lo peor fue su contestación cuando le expliqué que me estaba robando, pues me cobraba sin ofrecer servicio alguno. No solo no había vigilado mi coche sino que ni siquiera me lo había lavado.
“Si quiere eso, llévelo a un parking público”, espetó la señorita, a quien por momentos le salían verrugas por toda la cara y le crecía la nariz.
No pude más. Entre espumarajos me revolví como fiera enjaulada. “¿Y que es la calle más que un espacio público? Ya he pagado esta maldita calle. ¿Cuántas veces tengo que pagarla?”.
Me quedé vociferando a una farola, temí por mi buen juicio.
Total, acabé gastando en dos horas nada menos que 10 euros por aparcar al raso. Un atraco.
Como los que se perpetran todos los días en París, Nueva York, Berlín o Londres, donde aparcar media hora en el distrito de Westminster cuesta cuatro libras.
Así, en vez de reducir el tráfico lo que consiguen los políticos es reservarse los huecos para sus coches oficiales. Normal que los franceses hayan enviado a los viejos partidos al rincón de pensar. Estamos hartos de chorizos. Aquí y en Medellín. Recauden menos y gasten lo justo. Es sencillo. La mayoría lo hacemos todos los días para poder vivir