El Colombiano

UNA SOLA VIDA

- Por ANA CRISTINA ARISTIZÁBA­L URIBE anacauribe@gmail.com

Intento mantener el corazón a salvo; intento mantenerlo humano (con asombro, esperanza y alegría) en medio de un país con tantas noticias absurdas y ‘descorazon­adoras’. En este momento está pasando un suceso muy significat­ivo para Colombia, pero como los acontecimi­entos de los últimos años nos volvieron escépticos, nos cuesta creer. Además, el mundo informativ­o expulsa de manera escandalos­a cada minuto noticias que se atropellan para mantener el rating: escándalos de corrupción, Trump, Siria, feminicidi­os, Yuliana, los partidos de la Champions, el invierno, la crisis ambiental, Mocoa, Maniza- les, Maluma…, logrando con ellos mantenerno­s en vilo y con una profunda amnesia.

Pero yo no olvido que desde la década de los años 90, hasta 2016, las noticias en Colombia prácticame­nte giraron en torno a un solo tema: la violencia atroz y permanente producida por atentados guerriller­os que se multiplica­ban como arroz, asediando el país. Aún recuerdo el sentimient­o de dolor, impotencia, rabia, desazón y desesperan­za que ello producía. ¿Acaso lo hemos olvidado? Nos parecía que Colombia estaba “condenada” a vivir así.

Por eso, intento mantener mi corazón sano y celebro que hasta ahora las Farc hayan aca- llado los fusiles. Fueron muchos los acontecimi­entos para lograrlo: primero, una arremetida militar que los hizo retroceder; luego, como en el mundo civilizado, un diálogo y un acuerdo. Y entonces, llevamos más de 1.500 días en los cuales, al menos las Farc, que llegó a ser el grupo guerriller­o más poderoso en el país, no ha vuelto a actuar.

A mí, eso, me tiene contenta, con esperanza. Con esperanza de humanidad. Las noticias de zozobra siguen siendo la carroña que alimenta los noticieros televisivo­s, que desafortun­adamente son los que más sintonía tienen y ocultan una verdad que ya muchos han olvidado: que la mayor parte del territorio colombiano vivía en un estado permanente de guerra, y ya no. ¿Cuántas personas han dejado de morir durante estos más de 1.500 días? Eso solo, para mí, ya es motivo de celebració­n, alegría, regocijo y esperanza.

El ser humano sí puede cambiar el rumbo de la vida, de su vida. Nadie está condenado a vivir en medio de la violencia. Entiendo que el proceso aún es frágil; pero para mí, hasta aquí, ya valió la pena, porque aún permanecen en mi conciencia las enseñanzas de la niñez: vale la pena cualquier esfuerzo para salvar, aunque sea, una sola vida

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