UNA SOLA VIDA
Intento mantener el corazón a salvo; intento mantenerlo humano (con asombro, esperanza y alegría) en medio de un país con tantas noticias absurdas y ‘descorazonadoras’. En este momento está pasando un suceso muy significativo para Colombia, pero como los acontecimientos de los últimos años nos volvieron escépticos, nos cuesta creer. Además, el mundo informativo expulsa de manera escandalosa cada minuto noticias que se atropellan para mantener el rating: escándalos de corrupción, Trump, Siria, feminicidios, Yuliana, los partidos de la Champions, el invierno, la crisis ambiental, Mocoa, Maniza- les, Maluma…, logrando con ellos mantenernos en vilo y con una profunda amnesia.
Pero yo no olvido que desde la década de los años 90, hasta 2016, las noticias en Colombia prácticamente giraron en torno a un solo tema: la violencia atroz y permanente producida por atentados guerrilleros que se multiplicaban como arroz, asediando el país. Aún recuerdo el sentimiento de dolor, impotencia, rabia, desazón y desesperanza que ello producía. ¿Acaso lo hemos olvidado? Nos parecía que Colombia estaba “condenada” a vivir así.
Por eso, intento mantener mi corazón sano y celebro que hasta ahora las Farc hayan aca- llado los fusiles. Fueron muchos los acontecimientos para lograrlo: primero, una arremetida militar que los hizo retroceder; luego, como en el mundo civilizado, un diálogo y un acuerdo. Y entonces, llevamos más de 1.500 días en los cuales, al menos las Farc, que llegó a ser el grupo guerrillero más poderoso en el país, no ha vuelto a actuar.
A mí, eso, me tiene contenta, con esperanza. Con esperanza de humanidad. Las noticias de zozobra siguen siendo la carroña que alimenta los noticieros televisivos, que desafortunadamente son los que más sintonía tienen y ocultan una verdad que ya muchos han olvidado: que la mayor parte del territorio colombiano vivía en un estado permanente de guerra, y ya no. ¿Cuántas personas han dejado de morir durante estos más de 1.500 días? Eso solo, para mí, ya es motivo de celebración, alegría, regocijo y esperanza.
El ser humano sí puede cambiar el rumbo de la vida, de su vida. Nadie está condenado a vivir en medio de la violencia. Entiendo que el proceso aún es frágil; pero para mí, hasta aquí, ya valió la pena, porque aún permanecen en mi conciencia las enseñanzas de la niñez: vale la pena cualquier esfuerzo para salvar, aunque sea, una sola vida