EL TIGRE ESTÁ MUERTO
Nuestro reto como sociedad es hacer de los procesos de paz logros no reversibles. Lamentablemente, por limitaciones, imprevisiones y responsabilidades, ellos están en estado de alta y creciente vulnerabilidad.
Existen suficientes motivos para que impere la satisfacción y la esperanza, pero lamentablemente la realidad es otra. Las transformaciones positivas que el país viene teniendo no son suficientemente evidentes para aclarar nuestras mentes, pues ellas están afectadas por la incertidumbre, el temor, la rabia, la sed de venganza, el rumor, la mentira y todos los sentimientos negativos que obnubilan nuestro pensamiento, como producto del efectismo de las redes sociales en lo que se hizo común denominar como la política de posverdad: “Conspiremos, mintamos y hagamos lo que sea para ganar… y después veremos”.
La desinformación no puede triunfar. Los beneficios de la paz que debemos construir colectiva y solidariamente son innegables. Ya hay cifras contundentes sobre la disminución de la violencia y el ahorro de vidas humanas que no podemos ni ignorar ni soslayar. Desafortunadamente, pareciera que matamos el tigre y ahora nos asustamos con el cuero.
La marca Farc está en camino a desaparecer como amenaza a los intereses del Estado, y la del Eln lentamente toma rumbo en la misma dirección, pero eso no es suficiente. Es solo un cambio de prioridades en los temas esenciales del Estado, y la oportunidad de mirar responsablemente debilidades de complejidad diferente, retardadas en su solución.
Ya comienzan a mostrarse problemas atávicos que debemos afrontar y que el conflicto armado ha hecho por décadas invisibles o de muy baja prioridad en el planeamiento y ordenamiento presupuestal del Estado. El abandono de poblaciones altamente vulnerables, la explotación ilegal de los recursos naturales y su colateral efecto negativo en el ecosistema, la corrupción rampante y la inequidad social, son fenómenos éticos y moralmente inaceptables, como también política, social y económicamente insostenibles en el mediano plazo. En ello deberán focalizar su atención los próximos go- biernos, sin que se diga, para satanizarlas, que son exigencias u obsequios obligados a las Farc.
Al respecto hay que encender las alarmas. Ahora que se acercan los comicios para presidencia y órganos legislativos, se hace necesario luchar con denuedo para hacer, como lo propone el padre
Francisco de Roux, que la política se subordine a la ética.
En ese contexto, es necesario suprimir posiciones maniqueas que nos lleven a pensar que las opciones se reducen al mundo de la luz o de las tinieblas, y que nuestras propuestas son la única opción de salvación. No podemos apostarle a la desgracia, sino crear espacios para el análisis objetivo de las circunstancias y las posibilidades reales de cambio constructivo, con el ánimo de construir escenarios de inclusión, justicia y dignidad. Como bien dijo Nietzsche, si mucho miramos al abismo, el abismo concluirá por mirar dentro de nosotros. El futuro está en juego.
Debemos asumir posiciones transaccionales, frenar la polarización y modificar la intención de destruir al contrario, dándole, a cambio, fuerza al compromiso de cocrear un mejor futuro. Nuestro reto como sociedad es hacer de los procesos de paz logros no reversibles. Lamentablemente, por diferentes circunstancias, limitaciones, imprevisiones y responsabilidades, ellos están en estado de alta y creciente vulnerabilidad. Entonces, es indispensable llamar a construir capacidades sociales para defender argumentativamente lo ganado.
Si bien el tigre está muerto, existen esfuerzos para revivirlo y mantener el estado de cosas, de las cuales, los hoy escépticos, han usufructuado históricamente. La invitación es a actuar políticamente con visión de futuro, a no conspirar sin razonar, a no tragar entero, a despreciar los procedimientos y usos de la posverdad, para hacer posible la construcción, con compromiso, solidaridad y persistencia, del país que podemos llegar a ser