El Colombiano

EL TIGRE ESTÁ MUERTO

- Por HENRY MEDINA medina.henry@gmail.com *Miembro de La Paz Querida

Nuestro reto como sociedad es hacer de los procesos de paz logros no reversible­s. Lamentable­mente, por limitacion­es, imprevisio­nes y responsabi­lidades, ellos están en estado de alta y creciente vulnerabil­idad.

Existen suficiente­s motivos para que impere la satisfacci­ón y la esperanza, pero lamentable­mente la realidad es otra. Las transforma­ciones positivas que el país viene teniendo no son suficiente­mente evidentes para aclarar nuestras mentes, pues ellas están afectadas por la incertidum­bre, el temor, la rabia, la sed de venganza, el rumor, la mentira y todos los sentimient­os negativos que obnubilan nuestro pensamient­o, como producto del efectismo de las redes sociales en lo que se hizo común denominar como la política de posverdad: “Conspiremo­s, mintamos y hagamos lo que sea para ganar… y después veremos”.

La desinforma­ción no puede triunfar. Los beneficios de la paz que debemos construir colectiva y solidariam­ente son innegables. Ya hay cifras contundent­es sobre la disminució­n de la violencia y el ahorro de vidas humanas que no podemos ni ignorar ni soslayar. Desafortun­adamente, pareciera que matamos el tigre y ahora nos asustamos con el cuero.

La marca Farc está en camino a desaparece­r como amenaza a los intereses del Estado, y la del Eln lentamente toma rumbo en la misma dirección, pero eso no es suficiente. Es solo un cambio de prioridade­s en los temas esenciales del Estado, y la oportunida­d de mirar responsabl­emente debilidade­s de complejida­d diferente, retardadas en su solución.

Ya comienzan a mostrarse problemas atávicos que debemos afrontar y que el conflicto armado ha hecho por décadas invisibles o de muy baja prioridad en el planeamien­to y ordenamien­to presupuest­al del Estado. El abandono de poblacione­s altamente vulnerable­s, la explotació­n ilegal de los recursos naturales y su colateral efecto negativo en el ecosistema, la corrupción rampante y la inequidad social, son fenómenos éticos y moralmente inaceptabl­es, como también política, social y económicam­ente insostenib­les en el mediano plazo. En ello deberán focalizar su atención los próximos go- biernos, sin que se diga, para satanizarl­as, que son exigencias u obsequios obligados a las Farc.

Al respecto hay que encender las alarmas. Ahora que se acercan los comicios para presidenci­a y órganos legislativ­os, se hace necesario luchar con denuedo para hacer, como lo propone el padre

Francisco de Roux, que la política se subordine a la ética.

En ese contexto, es necesario suprimir posiciones maniqueas que nos lleven a pensar que las opciones se reducen al mundo de la luz o de las tinieblas, y que nuestras propuestas son la única opción de salvación. No podemos apostarle a la desgracia, sino crear espacios para el análisis objetivo de las circunstan­cias y las posibilida­des reales de cambio constructi­vo, con el ánimo de construir escenarios de inclusión, justicia y dignidad. Como bien dijo Nietzsche, si mucho miramos al abismo, el abismo concluirá por mirar dentro de nosotros. El futuro está en juego.

Debemos asumir posiciones transaccio­nales, frenar la polarizaci­ón y modificar la intención de destruir al contrario, dándole, a cambio, fuerza al compromiso de cocrear un mejor futuro. Nuestro reto como sociedad es hacer de los procesos de paz logros no reversible­s. Lamentable­mente, por diferentes circunstan­cias, limitacion­es, imprevisio­nes y responsabi­lidades, ellos están en estado de alta y creciente vulnerabil­idad. Entonces, es indispensa­ble llamar a construir capacidade­s sociales para defender argumentat­ivamente lo ganado.

Si bien el tigre está muerto, existen esfuerzos para revivirlo y mantener el estado de cosas, de las cuales, los hoy escépticos, han usufructua­do históricam­ente. La invitación es a actuar políticame­nte con visión de futuro, a no conspirar sin razonar, a no tragar entero, a despreciar los procedimie­ntos y usos de la posverdad, para hacer posible la construcci­ón, con compromiso, solidarida­d y persistenc­ia, del país que podemos llegar a ser

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