SOBRE LA NUEVA GUERRA FRÍA
Estación Vientos de guerra, en honor (o deshonor) a la novela de Herman Wouk, el escritor judío-norteamericano que dio cuenta de lo peor que ha creado el hombre: el afán de destruir al otro justificando esta pasión triste (como lo tiene claro Baruj
Spinoza) con toda clase de argumentos y supuestos hechos en los que abundan la mentira, el señalamiento a punta de etiquetas (lo que nos hacen creer del otro para odiarlo) y la promoción del miedo, que a veces destruye más que las bombas, pues baja la estima de las personas, las hace peligrosas (cunde la paranoia) y traidoras a principios y valores y, como bien lo describe
Patrick Modiano en “La trilogía de la ocupación”, nos baja a escalas en las que la oscuridad está más presente que la claridad, llegando así a negarnos a nosotros mismos, que en esta condición sobrevivimos violentando todo lo que nos hace humanos: la creación de la cultura, la moral en la tierra (que no es una creencia sino un comportamiento) y la razón de la ciencia. Y en este punto, caemos.
El siglo XX, a pesar de sus descubrimientos y el avance en creatividad y educación, fue un tiempo oscuro abundante en miedos variados: guerras, colapsos económicos, nuevas pestes y enfermedades mentales, destrucción del ambiente y codicia delirante. Y cuando no se vivió el hecho, pues todo se acaba deteniendo, se amenazó con que pasaría algo peor. Y así, a falta de un hecho violento (económico, militar, salud pública) en calor, se promocionó el hecho en frío, en potencia, listo a darse si la ocasión era propicia. En la guerra fría (1948-1989), que fue la época de las novelas de espías, se habló de botones y teléfonos rojos que daban inicio a lo peor, de bombas de hidrógeno y otras que superaban en megatones a las bombas de Hiroshima y Nagazaki, de contro- les espaciales y de sociedades mecanizadas. El puro miedo.
Y ahora volvemos a lo mismo y el miedo (que contiene esquizofrenia) se extiende igual que la contaminación ambiental: se habla de bombas madre, de bombas padre, de tambaleos financieros, de apocalipsis al estilo de Dan Brown (Inferno), de teorías conspirativas superiores en poder a las del siglo XIX, en fin, volvemos a lo frío (el infierno de Dante abundaba en hielos) y la tecno-ciencia se pone al servicio de la destrucción con ensayos biológicos, radioacti- vos, matemáticas puras aplicadas al mundo financiero (el dinero por el dinero). Y claro, frente a esto, nuestra estima cae, el futuro se fragmenta, los proyectos se quedan en veremos y vivimos al día, como en los tiempos de la peste, consumiendo y, a pesar de la sublimación, esperamos que suceda lo peor. Y en este caldo, los profetas se multiplican.
Acotación: La física explica que hay dos tipos de entropía: la positiva, que destruye; y la negativa, que construye. Y todo en el universo es entrópico positivo, menos la vida que no para de construir. El hombre tiene las dos entropías, puede destruir o construir. Pero algo nos pasa y preferimos la pulsión de muerte. Y esta sí, conduce la final de la historia
El siglo XX, a pesar de sus avances y descubrimientos, fue un tiempo oscuro abundante en miedos variados.