SÍ, PERO NO; NO, PERO SÍ
Me da la impresión de que en Colombia sufrimos lo que yo llamaría el síndrome del “sí, pero no”, que también se podría enunciar al revés: “no, pero sí”. El plebiscito del año pasado fue un momento clave de ese comportamiento. Elevada la polarización al máximo, el país se dividió en bandos irreconciliables. No solo en lo que se refiere a la paz, sino en muchos de los otros grandes problemas de la vida nacional. Y más en este camino hacia la pacificación, con sus sombras y sus luces, con sus aciertos y sus errores. Un momento en el que, para acabar de ajustar, los escándalos de corrupción le dan un definido olor a podrido al pasado, al presente y al futuro, metidos como estamos en un mundo de ambigüedades, en un mar de mentiras y autoengaños. Le hablé de esto al padre Ni
canor Ochoa, mi tío. Me oyó con una cierta ironía insinuada en el rabillo del ojo.
-Para mí, ese síndrome del “sí pero no”, “del no pero sí”, de que tú hablas, lleva a que se esté presentando en las personas y en la sociedad un comportamiento que podría responder a lo que los psicólogos llaman “disonancia cognitiva”.
-Se refiere usted, tío, supongo, a la teoría de León Festinger.
-Pues sí, aunque no es mi intención meterme en honduras académicas sobre ese tema. Digamos, para entendernos, que la disonancia hace referencia a la existencia en un mismo sujeto de dos ideas contradictorias o incompatibles entre sí, o en un mismo grupo de personas, o en sectores definidos de la so- ciedad. Cuando un individuo mantiene o defiende dos ideas contradictorias o incompatibles nace una incomodidad sicológica o un desasosiego moral. Eso sería la disociación.
-Se origina una falta de armonía entre lo que se cree y lo que se hace. Ustedes, los curas, deben manejar mucho en el confesionario esa desarmonía, pienso yo.
-Pues, para ser francos, en muchos el catolicismo es el típico “sí, pero no” y viceversa, de que tú hablas. O dicho de otro modo, que nuestros compromisos morales, éticos y religiosos se mueven en el campo de la disonancia cognitiva.
-Una disonancia que, tío, lleva a la mentira, al autoengaño.
-Exacto. Una mentira, un autoengaño que, a mi juicio, ex- plica el reino de las ambigüedades en que vivimos, el imperio de la corrupción en que nos movemos. Y delatan la frustración que esgrimimos para explicar lo inexplicable, para justificar lo que no tiene justificación. ¿Estamos, muchacho?
-Pues, tío, francamente, sí, pero no. O mejor, no pero sí.
-Sin chistecitos baratos, sobrino. Existe, claro, una salida, ya que arriba mencionaste el confesionario: lo que redime al penitente es el perdón. Perdón de Dios y perdón entre ofensores y ofendidos, entre víctimas y victimarios. El perdón ayuda a superar la disonancia, que sería el pecado, y superar esa disarmonía personal y colectiva que es la guerra y la injusticia. El perdón, entonces, sería un trasunto de la paz