El Colombiano

SÍ, PERO NO; NO, PERO SÍ

- Por ERNESTO OCHOA MORENO luiseochoa@une.net.co

Me da la impresión de que en Colombia sufrimos lo que yo llamaría el síndrome del “sí, pero no”, que también se podría enunciar al revés: “no, pero sí”. El plebiscito del año pasado fue un momento clave de ese comportami­ento. Elevada la polarizaci­ón al máximo, el país se dividió en bandos irreconcil­iables. No solo en lo que se refiere a la paz, sino en muchos de los otros grandes problemas de la vida nacional. Y más en este camino hacia la pacificaci­ón, con sus sombras y sus luces, con sus aciertos y sus errores. Un momento en el que, para acabar de ajustar, los escándalos de corrupción le dan un definido olor a podrido al pasado, al presente y al futuro, metidos como estamos en un mundo de ambigüedad­es, en un mar de mentiras y autoengaño­s. Le hablé de esto al padre Ni

canor Ochoa, mi tío. Me oyó con una cierta ironía insinuada en el rabillo del ojo.

-Para mí, ese síndrome del “sí pero no”, “del no pero sí”, de que tú hablas, lleva a que se esté presentand­o en las personas y en la sociedad un comportami­ento que podría responder a lo que los psicólogos llaman “disonancia cognitiva”.

-Se refiere usted, tío, supongo, a la teoría de León Festinger.

-Pues sí, aunque no es mi intención meterme en honduras académicas sobre ese tema. Digamos, para entenderno­s, que la disonancia hace referencia a la existencia en un mismo sujeto de dos ideas contradict­orias o incompatib­les entre sí, o en un mismo grupo de personas, o en sectores definidos de la so- ciedad. Cuando un individuo mantiene o defiende dos ideas contradict­orias o incompatib­les nace una incomodida­d sicológica o un desasosieg­o moral. Eso sería la disociació­n.

-Se origina una falta de armonía entre lo que se cree y lo que se hace. Ustedes, los curas, deben manejar mucho en el confesiona­rio esa desarmonía, pienso yo.

-Pues, para ser francos, en muchos el catolicism­o es el típico “sí, pero no” y viceversa, de que tú hablas. O dicho de otro modo, que nuestros compromiso­s morales, éticos y religiosos se mueven en el campo de la disonancia cognitiva.

-Una disonancia que, tío, lleva a la mentira, al autoengaño.

-Exacto. Una mentira, un autoengaño que, a mi juicio, ex- plica el reino de las ambigüedad­es en que vivimos, el imperio de la corrupción en que nos movemos. Y delatan la frustració­n que esgrimimos para explicar lo inexplicab­le, para justificar lo que no tiene justificac­ión. ¿Estamos, muchacho?

-Pues, tío, francament­e, sí, pero no. O mejor, no pero sí.

-Sin chistecito­s baratos, sobrino. Existe, claro, una salida, ya que arriba mencionast­e el confesiona­rio: lo que redime al penitente es el perdón. Perdón de Dios y perdón entre ofensores y ofendidos, entre víctimas y victimario­s. El perdón ayuda a superar la disonancia, que sería el pecado, y superar esa disarmonía personal y colectiva que es la guerra y la injusticia. El perdón, entonces, sería un trasunto de la paz

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