El Colombiano

NO VOLVIERON DESPUÉS DE LA MASACRE

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Jhoana Mosquera estaba embarazada cuando se desató el enfrentami­ento entre paramilita­res y guerriller­os en Bojayá, Chocó. Recuerda que estuvo muchas horas refugiada bajo su cama, sin comer, tomar agua ni dormir. Ella y su familia huyeron a Vigía del Fuerte, Antioquia y de allí a Quibdó. Pero como no encontraba trabajo, se fue para Apartadó (Urabá) y, años más tarde, se radicó en Medellín. Nunca más volvió a Bojayá. Su hijo, Iván Andrés, que este 20 de mayo cumplirá 15 años, no ha conocido la tierra que vio crecer a su madre: “No lo pienso llevar, porque no quiero que le vaya a tocar lo que me pasó a mí, quiero verlo crecer feliz”.

La infancia perdida

Si hay algo que los bojayacens­es extrañen de su antiguo pueblo es el río, ya que el nuevo Bellavista queda muy retirado de la ribera, lo que es bueno para evitar las inundacion­es tan comunes en los pueblos chocoanos, pero de alguna manera sienten que se les arrebató algo.

“Me acuerdo que este era un pueblo hermoso, que compartía con mis amigos, jugábamos bolas, microfútbo­l, aquí en este mismo río nos bañábamos, nos tirábamos del puente hacia allá”, cuenta, señalando en dirección al Río Bojayá, Luis Alberto Mosquera Rivas, quien contaba con apenas 4 años cuando ocurrió la masacre y tiempo después tuvo que irse para el pueblo nuevo.

“Lo que más extraño es bañarme en el río, no lo dejé de hacer para siempre, pero antes lo hacía a cada ratico, permanente­mente. No había terminado de salir del colegio cuando ya me estaba tirando al río con mis amigos. Nos quitábamos el uniforme, lo dejábamos guardado donde una vecina y nos poníamos a bañar en el río y lo pasábamos sabroso. Llegábamos a la casa mojados”, recuerda.

Las costumbres cambian

Hoy el programa preferido de los jóvenes ya no es meterse el Atrato o al Bojayá. Yúdifer, Fréider y Luis disfrutan de unas mejores instalacio­nes en Bellavista: parques, biblioteca, polideport­ivo, un colegio más amplio y diseñado apropiadam­ente para el clima y hasta tener internet gratuito.

Ellos crecen en viviendas de material, ya no en ranchitos de madera como les tocó a sus padres, aunque algunos habitantes reclaman que son muy pequeñas para familias tan numerosas.

“Cada día en la mañana me levanto para ir al colegio. De allá salgo a la 1: 30 p.m. y de ahí a almorzar. Me encanta estar aquí en el parque, casi todas las noches me vengo para acá y me voy como a las ocho de nuevo para mi casa”, relata Yúdifer, a quien le gusta jugar en los columpios con sus amigos y ahí hacerles algunas demostraci­ones musicales.

Fréider, en cambio, prefiere jugar y chatear en su tableta y gastar sus horas rodando en bicicleta por las amplias calles del pueblo nuevo.

La paz que da esperanza

“Yo no digo que con la firma de la paz la guerra se acabará, porque la paz también está desde la casa. Pienso que es un proceso que apenas se está iniciando para que pueda haber paz en Colombia. Es un método que utiliza el Gobierno para que las personas puedan rehacer su vida, como los guerriller­os que se desmoviliz­aron. Ahí hay paz”, sostiene Yúdifer, con una sonrisa mucho más amplia.

Desde que inició el proceso de paz con las Farc, las cosas han cambiado en su vida: se terminaron las balaceras de las que tenía que salir corriendo y la gente dejó de hablar de las Farc, palabra que la llenaba de inquietude­s.

Ahora cree que todo este nuevo ambiente podrá ayudarle a cumplir sus sueños de ser una cantante famosa: “Que la gente me reconozca por lo que soy, como una persona luchadora, que a pesar de que aquí hubo guerra, pues salió adelante. Es decirle al mundo: ¿cómo así que el Chocó no puede?”

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