El Colombiano

EL SR. TRUMP VA A WASHINGTON

- Por PETER WEHNER redaccion@elcolombia­no.com.co

Después de reuniones y llamadas telefónica­s con altos funcionari­os este mes, un republican­o que con regularida­d tiene que manejar a la administra­ción Trump me confió su frustració­n. “La disfunción en esta Casa Blanca simplement­e no tiene límites”, dijo.

De las muchas cosas que preocupaba­n a la gente antes de que Trump asumiera el cargo, resultó que el problema princi- pal era su incompeten­cia y no sus tendencias autoritari­as, al menos hasta el momento.

Eso no quiere decir que Trump no tiene éxitos de qué hablar. Su nombramien­to de

Neil Gorsuch a la Corte Suprema fue una movida maestra; también lo fue el de gran parte de su equipo de política extranjera, con la notable excepción del ex-asesor de seguridad nacional, Michael Flynn.

Pero los primeros días de la presidenci­a Trump se han visto marcados por extraordin­aria ineptitud. La vimos desde el comienzo, con su fallida orden ejecutiva prohibiend­o la entrada de refugiados de países específico­s. Desde entonces los tropiezos se han acumulado: el fracaso de la cámara republican­a para aprobar la Ley Americana de Cuidado de la Salud; peleas mezquinas con aliados; la decisión consciente de dejar vacantes a cientos de nombramien­tos clave, que en su falso populismo es más significat­ivo de lo que puede parecer.

Cuando se toman juntos (y estoy dejando por fuera a muchos), estos desarrollo­s pintan un retrato de un hombre que no estaba para nada preparado para llenar el principal requerimie­nto de su empleo -gobernar bien y de manera competente. En algún nivel, Trump sabe esto. Como lo expresó esta semana, “pensé que sería más fácil”.

Un momento revelador llegó cuando la canciller Angela

Merkel de Alemania supuestame­nte tuvo que explicarle una y otra vez que no podía hacer un acuerdo comercial con Alemania directamen­te, sino con la Unión Europea. Otro vino cuando Trump, al describir su conversaci­ón con el presidente Xi

Jinping de China sobre Corea del Norte, admitió: “Después de escuchar durante 10 minutos, me di cuenta de que no es tan fácil”.

Habiendo trabajado en tres administra­ciones presidenci­ales, sé que cada presidente y cada miembro del personal se enfrenta a una curva de aprendizaj­e abrupta. Uno se ve obligado a tomar decisiones importante­s en un período corto de tiempo, sin toda la informació­n que le gustaría, a menudo causando consecuenc­ias no deseadas.

Sin embargo nunca hemos visto nada como lo que está sucediendo con Trump.

En 2016, muchos electores vieron la ignorancia no como algo que causa vergüenza sino algo para celebrar.

Trump fue un inquietant­e pionero de cómo hacer campaña y ganar, mientras que era completame­nte despreciat­ivo de las complejida­des de la política. Habiendo desechado a la clase política como estúpidos “perdedores”, prometió que él solo arreglaría todo “muy rápidament­e” y tan fácilmente. El caos era su credo.

Pero no es posible que lo que funcionó en la campaña funcione en el transcurso de una presidenci­a. Me doy cuenta de que todo esto suena irremediab­lemente anticuado y fuera de sincronía con nuestros cínicos y enojados tiempos. Para muchos, la frustració­n con nuestros líderes políticos, que es comprensib­le, se ha transforma­do en desprecio por la misma gobernanza, lo cual es peligroso, una tendencia que llega a un tipo desesperad­o de nihilismo político.

Pero a veces aprendemos el valor de algo con su ausencia. En la edad de Trump, tal vez descubrire­mos de nuevo que hay un arte no tanto en el trato sino en el gobierno.

Podríamos empezar con reconocer que gobernar requiere un dominio de los asunto, una visión y la habilidad de traducir la visión en realidad legislativ­a. Quienes gobiernan bien piensan táctica y estratégic­amente. Saben cómo negociar y hacer compromiso­s, cuando plantarse y cuando rendirse.

Líderes políticos efectivos son capaces de movilizar a la opinión por el bien de sus agendas, rodearse de asesores sabios que los retarán y harán preguntas duras. Son organizado­s. Prestan atención a los detalles. Evitan crear distraccio­nes innecesari­as y se mantienen por fuera de los escándalos. Encuentran la manera de trabajar con el partido de oposición y ven el patrón de los acontecimi­entos antes que el resto de nosotros. Y se conocen a sí mismos, incluyendo sus debilidade­s.

Tal vez ningún presidente ha poseído todas estas cualidades. Pero lo que separa a Trump de los demás es que no posee casi ninguna. Pone asombrosa confianza en sus instintos, en escuchar a sus instintos. Ese manejo de improviso podrá funcionar para un cantante del Rat Pack o una estrella de la televisión de realidad; no funciona tan bien para un presidente

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