EL SR. TRUMP VA A WASHINGTON
Después de reuniones y llamadas telefónicas con altos funcionarios este mes, un republicano que con regularidad tiene que manejar a la administración Trump me confió su frustración. “La disfunción en esta Casa Blanca simplemente no tiene límites”, dijo.
De las muchas cosas que preocupaban a la gente antes de que Trump asumiera el cargo, resultó que el problema princi- pal era su incompetencia y no sus tendencias autoritarias, al menos hasta el momento.
Eso no quiere decir que Trump no tiene éxitos de qué hablar. Su nombramiento de
Neil Gorsuch a la Corte Suprema fue una movida maestra; también lo fue el de gran parte de su equipo de política extranjera, con la notable excepción del ex-asesor de seguridad nacional, Michael Flynn.
Pero los primeros días de la presidencia Trump se han visto marcados por extraordinaria ineptitud. La vimos desde el comienzo, con su fallida orden ejecutiva prohibiendo la entrada de refugiados de países específicos. Desde entonces los tropiezos se han acumulado: el fracaso de la cámara republicana para aprobar la Ley Americana de Cuidado de la Salud; peleas mezquinas con aliados; la decisión consciente de dejar vacantes a cientos de nombramientos clave, que en su falso populismo es más significativo de lo que puede parecer.
Cuando se toman juntos (y estoy dejando por fuera a muchos), estos desarrollos pintan un retrato de un hombre que no estaba para nada preparado para llenar el principal requerimiento de su empleo -gobernar bien y de manera competente. En algún nivel, Trump sabe esto. Como lo expresó esta semana, “pensé que sería más fácil”.
Un momento revelador llegó cuando la canciller Angela
Merkel de Alemania supuestamente tuvo que explicarle una y otra vez que no podía hacer un acuerdo comercial con Alemania directamente, sino con la Unión Europea. Otro vino cuando Trump, al describir su conversación con el presidente Xi
Jinping de China sobre Corea del Norte, admitió: “Después de escuchar durante 10 minutos, me di cuenta de que no es tan fácil”.
Habiendo trabajado en tres administraciones presidenciales, sé que cada presidente y cada miembro del personal se enfrenta a una curva de aprendizaje abrupta. Uno se ve obligado a tomar decisiones importantes en un período corto de tiempo, sin toda la información que le gustaría, a menudo causando consecuencias no deseadas.
Sin embargo nunca hemos visto nada como lo que está sucediendo con Trump.
En 2016, muchos electores vieron la ignorancia no como algo que causa vergüenza sino algo para celebrar.
Trump fue un inquietante pionero de cómo hacer campaña y ganar, mientras que era completamente despreciativo de las complejidades de la política. Habiendo desechado a la clase política como estúpidos “perdedores”, prometió que él solo arreglaría todo “muy rápidamente” y tan fácilmente. El caos era su credo.
Pero no es posible que lo que funcionó en la campaña funcione en el transcurso de una presidencia. Me doy cuenta de que todo esto suena irremediablemente anticuado y fuera de sincronía con nuestros cínicos y enojados tiempos. Para muchos, la frustración con nuestros líderes políticos, que es comprensible, se ha transformado en desprecio por la misma gobernanza, lo cual es peligroso, una tendencia que llega a un tipo desesperado de nihilismo político.
Pero a veces aprendemos el valor de algo con su ausencia. En la edad de Trump, tal vez descubriremos de nuevo que hay un arte no tanto en el trato sino en el gobierno.
Podríamos empezar con reconocer que gobernar requiere un dominio de los asunto, una visión y la habilidad de traducir la visión en realidad legislativa. Quienes gobiernan bien piensan táctica y estratégicamente. Saben cómo negociar y hacer compromisos, cuando plantarse y cuando rendirse.
Líderes políticos efectivos son capaces de movilizar a la opinión por el bien de sus agendas, rodearse de asesores sabios que los retarán y harán preguntas duras. Son organizados. Prestan atención a los detalles. Evitan crear distracciones innecesarias y se mantienen por fuera de los escándalos. Encuentran la manera de trabajar con el partido de oposición y ven el patrón de los acontecimientos antes que el resto de nosotros. Y se conocen a sí mismos, incluyendo sus debilidades.
Tal vez ningún presidente ha poseído todas estas cualidades. Pero lo que separa a Trump de los demás es que no posee casi ninguna. Pone asombrosa confianza en sus instintos, en escuchar a sus instintos. Ese manejo de improviso podrá funcionar para un cantante del Rat Pack o una estrella de la televisión de realidad; no funciona tan bien para un presidente