VAMOS COLOMBIA
Casi 100 voluntarios donaron su tiempo para apoyar estas familias de San Carlos y generar tejido social que permitiera crear una chispa de esperanza en ellas.
“La última vez que estuve en la Vereda Santa Rita, en San Carlos, Antioquia, pasé tres días debajo de la cama, siendo un joven de 14 años, cogido de la mano de mis padres y rezando el día entero para que no nos mataran. Detrás de nuestra casa, en el filo de la montaña, la guerrilla de las Farc voliando chumbimba y en el corredor de la casa el Ejército, respondiendo con balín. La casa temblaba cuando el Ejército bombardeaba desde el aire y solo cuando entraba la noche paraban de darse bala y en ese momento salía mi papá corriendo a la cocina, hacía una aguapanela y traía quesito porque no comíamos nada en el día. Llorábamos porque, la verdad, sentíamos que esta vez si no nos salvaríamos.
Después de esas tres noches tan horribles salimos con tres chiros, la nevera, dos camas desarmadas y un par de ollas para Medellín, a vivir en Bello, sin trabajo y aguantando hambre. Yo empecé a rebuscarme la comidita, pero nunca nos alcanzó y vivimos colgados todo el tiempo. Un día la quebrada se creció y se llevó todo lo que teníamos, pero ¿sabe qué? La gente pobre sabe compartir y mucha gente de bien nos ayudaron y dieron donaciones, quedamos mejor ajuarados que antes. Al final, las bandas en el barrio nos hicieron ir. Fue horrible, gracias a Dios, San Carlos había mejorado y nos arriesgamos y volvimos a la tierrita, con mucho miedo. La manigua se había comido la carretera y así y todo entramos. La casa estaba muy acabada, pero no hay nada mejor que volver a lo de uno, y con mucha moral paramos el ranchito y empecé a sembrar café. Hoy la gente sigue retornando y esto está muy tranquilo por acá y confiamos que no se vuelva a dañar”. Campesino desplazado de la vereda Santa Rita.
La semana pasada estuvimos en el lugar que protagoniza las palabras anteriores: San Carlos. Lo hicimos en el marco del programa “Vamos Colombia”, liderado por la Andi, USAID y el apoyo de va- rias empresas. Apoyamos 10 familias para que recuperaran sus cafetales y reconstruyeran el salón comunal, el cual fue volado con un cilindro bomba por las Farc. La comunidad insistía que era fundamental el salón comunal para poder hacer las reuniones y así tener donde reencontrase para trabajar por la vereda. Casi cien voluntarios donaron su tiempo para apoyar estas familias y generar tejido social que permitiera, probablemente no resolver todas las dificultades de estas gentes, pero sí generar una chispa de esperanza en ellas y para nosotros, los voluntarios, ponernos en los zapatos de estas víctimas de la guerra y el desplazamiento.
Ojalá, los colombianos nos reconciliemos al fin, dejemos de mirar atrás con odio y rencor, pero sin olvidar los horrores que constituyen nuestra historia reciente. Ojalá, perdonemos y pensemos cómo ayudamos a los miles de colombianos víctimas y desplazados por la violencia, iguales a ese campesino que noblemente me relató su historia.
En estas personas humildes y maltratadas, es sobre quienes deberíamos enfocar nuestros esfuerzos para algún día en realidad poder hablar de justicia. Sin lugar a dudas, son ellos quienes necesitan de verdad al Gobierno y a la sociedad en general