El Colombiano

REVIVIR AL ENEMIGO

- Por DAVID E. SANTOS GÓMEZ davidsanto­s82@hotmail.com

Mucho antes de las pataletas de Nicolás Maduro, incluso antes de los insultos que le dedicaba semanalmen­te Hugo

Chávez, la OEA arrastraba un historial de críticas por ser un organismo inoperante, sin dientes, sobrepasad­o por las transforma­ciones de un continente en ebullición.

Construido a mediados del siglo pasado como punto de encuentro de los pensamient­os políticos del hemisferio y como canal diplomátic­o para solucionar desacuerdo­s entre sus miembros, el organismo rápidament­e se transformó en un eslabón clave de los intereses de Estados Unidos en el enfrentami­ento frío que marcó con sangre a América Latina. Su poca capacidad de acción, pero sobre- todo sus posturas inequitati­vas para resolver problemas multilater­ales, lo fueron relegando en la geopolític­a americana.

A ese caminar moribundo se le sumó la explosiva llegada del siglo XXI. El último clavo en el ataúd de la institució­n lo puso la nueva ola de la izquierda y su líder, Hugo Chá

vez, consciente de la importanci­a de que el fenómeno del Socialismo del Siglo XXI contara con entidades de respaldo multilater­al insistió con diplomacia y dinero en la creación de nuevos foros. Alba primero, Unasur después y Celac por último; significar­on una burocratiz­ación de la diplomacia latinoamer­icana y replegaron a la OEA hasta convertirl­a en invitada de segundo plano.

Sin embargo, ante la crisis económica de los países impulsores de los nuevos entes y los evidentes cambios políticos, la OEA encontró una forma de recuperar el control de la diplomacia. El antiguo Secretario General José Miguel Insulza, que prefirió siempre caminar de puntillas ante el poderío venezolano, fue reemplazad­o en 2015 por un alevoso Luis Alma

gro, que rápidament­e expuso sus críticas contra Caracas.

El nuevo aire que recibe la OEA, en esta historia particular de muertos que reviven, viene justamente de su enemigo más público. El anuncio de la retirada de Venezuela, narrado como el último acto de la rebeldía bolivarian­a contra el imperio, contrario a su propósito de golpear a la institució­n, le da un increíble protagonis­mo no buscado. La OEA, de las sombras, sale ahora como adalid de las libertades democrátic­as contemporá­neas.

El movimiento venezolano es torpe en todo sentido. Al costo político hay que sumarle el económico justo cuando cada peso debería destinarse a solventar las angustias del pueblo. Pero eso no se sopesa en Miraflores. Lo que se busca, ahora como antes, es el escándalo

El nuevo aire que recibe la OEA viene justamente de su enemigo más público.

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