REVIVIR AL ENEMIGO
Mucho antes de las pataletas de Nicolás Maduro, incluso antes de los insultos que le dedicaba semanalmente Hugo
Chávez, la OEA arrastraba un historial de críticas por ser un organismo inoperante, sin dientes, sobrepasado por las transformaciones de un continente en ebullición.
Construido a mediados del siglo pasado como punto de encuentro de los pensamientos políticos del hemisferio y como canal diplomático para solucionar desacuerdos entre sus miembros, el organismo rápidamente se transformó en un eslabón clave de los intereses de Estados Unidos en el enfrentamiento frío que marcó con sangre a América Latina. Su poca capacidad de acción, pero sobre- todo sus posturas inequitativas para resolver problemas multilaterales, lo fueron relegando en la geopolítica americana.
A ese caminar moribundo se le sumó la explosiva llegada del siglo XXI. El último clavo en el ataúd de la institución lo puso la nueva ola de la izquierda y su líder, Hugo Chá
vez, consciente de la importancia de que el fenómeno del Socialismo del Siglo XXI contara con entidades de respaldo multilateral insistió con diplomacia y dinero en la creación de nuevos foros. Alba primero, Unasur después y Celac por último; significaron una burocratización de la diplomacia latinoamericana y replegaron a la OEA hasta convertirla en invitada de segundo plano.
Sin embargo, ante la crisis económica de los países impulsores de los nuevos entes y los evidentes cambios políticos, la OEA encontró una forma de recuperar el control de la diplomacia. El antiguo Secretario General José Miguel Insulza, que prefirió siempre caminar de puntillas ante el poderío venezolano, fue reemplazado en 2015 por un alevoso Luis Alma
gro, que rápidamente expuso sus críticas contra Caracas.
El nuevo aire que recibe la OEA, en esta historia particular de muertos que reviven, viene justamente de su enemigo más público. El anuncio de la retirada de Venezuela, narrado como el último acto de la rebeldía bolivariana contra el imperio, contrario a su propósito de golpear a la institución, le da un increíble protagonismo no buscado. La OEA, de las sombras, sale ahora como adalid de las libertades democráticas contemporáneas.
El movimiento venezolano es torpe en todo sentido. Al costo político hay que sumarle el económico justo cuando cada peso debería destinarse a solventar las angustias del pueblo. Pero eso no se sopesa en Miraflores. Lo que se busca, ahora como antes, es el escándalo
El nuevo aire que recibe la OEA viene justamente de su enemigo más público.