HISTORIAS DE LOCOS BAJITOS (25)
No se diga más, los bajitos tienen la palabra:
Preguntas que Cristóbal y Juan Pedro, mellizos de 6 años, les han formulado a sus papás:
¿Comprar dos niños es más barato?
¿Por qué la gente pelea tanto si querer es tan fácil?
¿Adónde van las estrellas fugaces?
¿El pan del Padrenuestro lleva mantequilla?
¿Las hormigas son mujeres o también hay hormigos?
¿A qué horas duermen las cigüeñas?
¿Por qué los perros no ladran en español?
A Ilona, mi nieta de 2 años largos, le mostraron mi foto en el periódico y comentó: “¡Mi abu, mi abu!”. Luego preguntó preocupada: “¿Y mi abi (abuela?)”.
Ramiro (6 años), presenciaba el interrogatorio que un encuestador le hizo a su mamá. Al retirarse, el niño le preguntó a la mamá que qué estaba haciendo ese señor. Ella le dijo que estaba recogiendo datos para un censo. Al llegar el papá del trabajo, esta fue la versión de Ramiro:
- ¡Papi, vino un señor buscando gatos para una cena en Colombia!
David Andrés, 3 años, asistía con su abuela a una ceremonia el Sábado Santo en la iglesia del barrio. En voz baja, la abuela lo instruía sobre la pasión y muerte del Señor. Como al salir al atrio no estaba el infaltable vendedor de crispetas, David Andrés dice: “Lástima que hayan matado al Señor, con las crispe- tas tan buenas que vendía”.
Los papás de Susana se cansaron de comprarle ropa fina y bonita. Solo le gustan los bluyines, las sudaderas y los chicles. Un día que caminaban por un centro comercial el papá le mostró a una niña parecida a ella, rubia, de pelo largo y lacio, de ojos azules, y quien llevaba un vestido muy hermoso y le comentó lo bien que se veía esa niña de vestido. A lo cual Susana contestó, con las manos en jarra:
- Papi, uno es como es y no como se vista.
Diálogo de Sofía, 4 años, con su mami:
- Hija, cómete el brócoli, ¿no ves que hay niños que no tienen nada qué comer?
- ¡Pues yo les comparto mi brócoli!
De José Manuel, de 5 años, estudiante del grado transición: “¿Te imaginas uno regar las plantas con leche y que de los árboles salgan vacas?”.
Una vez llamé a un cliente por teléfono. Al otro lado me respondió un niño. Al preguntarle por el papá o la mamá me dijo que él estaba haciendo la siesta y ella bañándose. Pero que sabía escribir bien y fácilmente podía anotar mi nombre. Francisco, le dije. Luego le deletreé letra por letra unas cinco veces. “F-r-a-nc-i-s-c-o- y le dices que me llame luego”. Después de un largo silencio, me causó risa la inquietud del pelao: -Señor ¿Cómo hago la F? Mi nieta Carla, de 5 años, me preguntó ¿por qué uno se tiene que morir si nació para vivir?