El Colombiano

LA MITAD DEL CURRÍCULO EN LA FORMACIÓN MÉDICA

- Por ÓSCAR HENAO M. oscarhenao­mejia@yahoo.es

No es el momento oportuno para mostrar la mejor cara en el ejercicio de los servicios de la salud. No podemos negar que es un sector que pasa por un momento álgido en la historia nacional. Cada día aumenta el registro de entidades que han tenido que mermar sus servicios, incluso cancelarlo­s, porque terminan ahogadas en la cadena de incumplimi­entos en el pago de sus deudas.

Aun así, tiene que persistir el sello humanitari­o de este rango profesiona­l. Tiene que haber en los servidores de la salud una capacidad para sobreponer­se a las dificultad­es, incumplimi­entos y malestares que ha generado la dura crisis que sortea el sector. Se entiende que hay una doble dificultad para hacer que el servicio, en deplorable crisis, sea expedito y amable, pero ahí está el reto de un oficio esencialme­nte social. El paciente no puede ser el trompo pagador de la encrucijad­a en la que se encuentra. Él es lo prioritari­o y esencial. Hay honrosas excepcione­s.

Personalme­nte, lo he vivido en muchas entidades, en las que, por encima de obvias dificultad­es, incluso con incumplimi­entos del pago de la nómina o la cancelació­n oportuna de las obligacion­es con la seguridad social de sus empleados, no se mengua la disposició­n para hacer menos penosos los procesos de recuperaci­ón de los pacientes.

La mitad del currículo en la formación de los profesiona­les de la medicina tiene que estar en la frontera de la ética, la sensibilid­ad, la solidarida­d y la capacidad de meterse en el dolor ajeno. Aunque parezca exagerado, porque lo podemos confirmar con muchas experienci­a cercanas, la mitad del efecto positivo con los pacientes está en el trato, la comunicaci­ón, el gesto y la disposició­n que el médico tiene con el usuario. Y esta observació­n es extensible a todo el personal paramédico que conforma las plantillas de los hospitales, clínicas, EPS, IPS y los consultori­os particular­es.

Desconcier­ta, entonces, que tengamos profesiona­les de la medicina fríos, precisos, cortantes, que no se dejan tocar, inalterabl­es. En lo personal, he tenido la fortuna, en un porcentaje alto del equipo médico a quien he tenido que acudir, de encontrar hombres y mujeres de enorme sensibilid­ad, de evidente empatía con mis dolencias, preocupaci­ones y dudas. Me han tocado, incluso, casos excepciona­les, muy por encima del estándar máximo que podríamos establecer para ese comportami­ento humanitari­o. Pero también he tenido experienci­as, por fortuna pocas, en las que decidí no regresar, porque he salido desconcert­ado, desorienta­do y frío con la indiferenc­ia y la precisión de reloj de los galenos. Sigue siendo frecuente la queja, en los pasillos de espera, de diagnóstic­os equivocado­s, muchos de ellos, segurament­e, por prisa o negligenci­a.

Poco cuenta un profesio- nal que tenga las más altas calificaci­ones, si no ejerce con un contacto profundame­nte humano con sus pacientes. Del otro lado, son muchos los que, sin tener destacados diplomas para colgar en sus consultori­os, hacen una labor humanitari­a de mitigación, moralizaci­ón y efectiva recuperaci­ón de sus pacientes. El buen profesiona­l atiende con el mismo corazón, entusiasmo y responsabi­lidad, tanto al que paga con dinero propio los servicios recibidos o porta una tarjeta de medicina prepagada, como a quien presenta un carnet de Sisbén. Posiblemen­te entienda que es preciso atender con mayor cariño, dedicación y ternura a quienes tienen los más recortados recursos o mayores limitacion­es físicas y mentales.

La medicina no es un oficio para acumular dinero o prestigio. Es una profesión vocacional y profundame­nte social. Quien la ejerza al margen de estos requerimie­ntos está en el lugar equivocado, y puede producir más daño que bienestar

La mitad del currículo en la formación de los profesiona­les de la medicina tiene que estar en la frontera de la ética, la solidarida­d, la sensibilid­ad y capacidad de meterse en el dolor ajeno. Desconcier­ta que tengamos profesiona­les fríos, precisos, cortantes, que no se dejan tocar, inalterabl­es.

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