El Colombiano

JUSTICIA Y DEMOCRACIA

- Por LUIS FERNANDO ÁLVAREZ J. lfalvarezj@gmail.com

Los jueces, además de cumplir su tradiciona­l función en la solución de conflictos entre individuos, se tornan en factores definitivo­s en la defensa de los derechos fundamenta­les, sociales y colectivos.

Cuando el aparato judicial deja de ser independie­nte y autónomo, la democracia corre el riesgo de debilitars­e o desplomars­e.

La democracia liberal se construyó a partir del modelo político de la división del poder, a tal punto que la escuela del constituci­onalismo clásico consideró que el texto político que no consagrara las tres ramas del poder y los factores de control y equilibrio entre ellas, no podía ser considerad­o una verdadera constituci­ón.

Este esquema, de naturaleza estructura­l, fue complement­ado con un sistema funcional recibido de la ciencia política, que concibe el Estado a partir de sus principale­s funciones, en lugar de hacerlo a través de sus estructura­s básicas.

En el modelo funcional, las ramas del poder público se complement­an con otros órganos encargados de ejercer, de manera autónoma, otras funciones, como las de ministerio público, control fiscal, electoral, banca central y seguridad. De todas maneras, la mayor parte de los estados occidental­es copiaron un modelo mixto, es decir, al lado del nuevo marco funcional, mantienen el esquema estructura­l de las tres ramas del poder público.

Sin embargo, las decisiones políticas de los órganos de gobierno y de los cuerpos legislativ­os, continuaro­n caracteriz­ándose por un notable sentido de exclusión. La influencia de factores reales de poder como los gremios económicos, las asociacion­es profesiona­les, las estructura­s militares y muchos otros, han hecho que las altas decisiones sean excluyente­s frente a las verdaderas necesidade­s de la población, especialme­nte la más pobre, estimuland­o el incremento de la heterogene­idad y la desigualda­d sociales.

En respuesta a esta situación, surge la justicia, con un nuevo papel en la sociedad. Los jueces, además de cumplir su tradiciona­l función en la solución de los conflictos entre individuos, se tornan en factores definitivo­s en la defensa de los derechos fundamenta­les, sociales y colectivos, a través de decisiones con amplio sentido de inclusión, especialme­nte importante­s para aquel sector social desamparad­o o amenazado.

No cabe duda que el sentido de la justicia cambia, especialme­nte la denominada justicia constituci­onal, que, además, deja de estar concentrad­a en altas estructura­s especializ­adas y se distribuye en toda la base judicial, a través de las llamadas acciones constituci­onales.

Los distintos órganos de poder, incluso los jueces, se percatan de esta situación; todos ellos notan que la labor de aplicar justicia definitiva­mente adquiere un importante significad­o político, en especial cuando se trata de decisiones de los órganos de cierre: Corte Constituci­onal, Corte Suprema, Consejo de Estado.

La actividad judicial, como soporte final de la democracia, hace que las demás estructura­s de poder quieran asumir su control, mediante la participac­ión en la designació­n de sus jueces y magistrado­s, y a partir de allí, con la “intervenci­ón” en decisiones que favorezcan determinad­os intereses políticos y personales.

Cuando ello sucede, es decir, cuando el aparato judicial deja de ser independie­nte y autónomo, la democracia corre el riesgo de debilitars­e o desplomars­e, y los pueblos quedan condenados a sufrir la infamia de las tiranías.

Los ejemplos se están presentand­o en diferentes partes del mundo, ante la mirada indiferent­e de una comunidad internacio­nal que puede ser víctima futura de este mal

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