El Colombiano

SOBRE EL YA NO CABEMOS

- Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGEL memoanjel5@gmail.com

Estación Chorizo, apretada al máximo y con embutidos diversos, lista a reventarse y donde conviven la grasa con la cebolla, trocitos de carne con hierbas varias y en la que, cuando ya hierve el aceite (a veces requemado), se abren distintas ranuras porque lo que tiene adentro se ancha y busca salida del forro que la contiene, pero unos lacitos en los extremos lo impiden, así que el chorizo da vueltas, huele, cambia de color, salta y ahí está, perdiendo tamaño útil, pero apretando, endurecien­do las partes y soltando olores. Y en este mundo apretado, que se parece a la ciudad desbordada, los que dirigen siguen embutiendo edificios, carros, motos, camiones, buses, vías y ruido, como si el forro ya no fuera de tripa sino un elástico, lo que le cambia el sabor al chorizo y ya, entre ese aire plástico, se vuelve algo que no se digesta ni respira, que mezcla una cosa con otra y al fin, como dice Tomás Carrasquil­la de la fritanga de la madre de Agustín Alza

te, lo que más se ve es lo que pasa en el infierno.

La mentalidad chorizo tan propia de estos países de tierra caliente en los que todo se dilata a la par que no paramos de estrecharn­os, como si el asunto del desarrollo fuera un baile al que no para de llegar gente no solo con su pareja sino cargando neveras, camas, sillas, escaparate­s, televisore­s, vehículos y directorio­s telefónico­s viejos, algo así como “Los funerales de la mamá grande”, ese cuento de García Márquez en el que, a un solo evento llegan racimos de banano, guacamayas, loros, frutas, legumbres, reliquias, días y noches, y más gente que la que asistió al sepelio del gran Burundú Burundá, que ocupó al tope una avenida de 348 metros de ancho y cientos de kilómetros de largo, cargando palos, armas, banderas, aviones, azadas, carretas, en fin, toda la des- mesura para que el difunto no estuviera solo.

Las ciudades, como todo cuerpo, tienen límites y rebasarlos crea deformidad­es de todo tipo, tanto físicos como administra­tivos. Y para evitar el desborde (que es entrar en crisis) son necesarias medidas métricas (cúbicas que eviten la densidad loca) para optimizar el espacio útil disponible, el óptimo establecim­iento de lugares (vivienda, espacios públicos, zonas industrial­es, vías), a más de conocer los flujos de los ciudadanos, la cota de agua nece- saria para no crear pandemias y sostener la biodiversi­dad, y la carga de energía debida que la ponga en funcionami­ento. Y todos estos elementos están limitados y tienen un tope que, al reventarse, ya no solo crean un desorden (a veces irreparabl­e) sino daños en todos los sentidos: se dañan el aire, el comportami­ento ciudadano, el paisaje, la movilidad, el pensar.

Acotación: la densidad es la relación entre la masa y el volumen de una sustancia. Y en las ciudades, lo denso es la medida disponible para establecer la relación entre espacio, número de habitantes, actividade­s y movilidad. Y tiene un tope. Cuando se llega a él, se crea otra ciudad. Y lo que menos se parece a una ciudad es un chorizo

Las ciudades tienen límites y rebasarlos crea deformidad­es de todo tipo, tanto físicos como administra­tivos.

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