El Colombiano

LAS PRESENCIAS AUSENTES

- Por ERNESTO OCHOA MORENO luiseochoa@une.net.co

A todos se nos mueren los amigos. Ayer, hoy, mañana. Tiene razón el escritor valluno-envigadeño Luis Miguel Ri

vas: “Los amigos míos se viven muriendo”. Así reza el título de un cuento suyo, que sirve de título al excelente libro de relatos que le publicó Eafit hace ya algunos años.

Me llama la atención esa extraña construcci­ón “se viven muriendo” que usa el autor, con el sinsabor que deja el juntar los verbos vivir y morir. El hombre no solo está destinado a morirse, y acaba muriéndose el día menos pensado o en un día señalado, sino que se vive muriendo minuto a minuto. Es la vida. Y es la muerte.

Pues a mí, como le ocurre y le ha ocurrido a muchos, se me murió un gran amigo el pasado fin de semana. Aunque a su edad no hubiera debido sorprender, por supuesto, un desenlace fatal, el haber llegado a la senectud con envidiable buena salud, amén de un sincero espíritu de alegría y buen humor, así como una encomiable realizació­n vital, sí duele que un cáncer agazapado (ese sí inesperado) se lo hubiera llevado en menos de dos semanas. Óscar Pi

neda Salazar, santuarian­o por más señas, nos ha dejado a quienes lo conocimos el grato recuerdo de su amistad, de una bondad sin estiramien­tos, de humilde y sencilla fidelidad a la vida. Y, al final, también a la muerte. Vaya nuestra solidarida­d a su esposa y a su hija, a sus hermanos, familiares y amigos. Desde esta orilla mantenemos viva su presente ausencia.

Y quisiera concluir con algo que escribí recienteme­nte en un prólogo que me pidió el conocido sacerdote antioqueño

Gabriel Díaz para su libro “Para nunca envejecer”. En él, a manera de complement­o de “Aprendizaj­es”, su primer escrito autobiográ­fico, rinde homenaje a tres grandes amigos suyo: Álvaro Villa, Matías Posada y Fernando González Restrepo. Un pensamient­o resume, a mi juicio, esa fidelidad a los amigos, según lo digo en el texto citado: “Si quieres seguir siendo joven, mantén vivo no solo el recuerdo sino la vivencia de tus amistades. Y haz cotidiana y perenne esa eternidad de cada día que es la gratitud”.

Finalmente, y esto conecta con el vacío que la muerte del amigo Óscar Pineda ha dejado en los que lo queríamos, le mencionaba yo a Gabriel Díaz la denominaci­ón de “presénce dans l’absence” (presencia en la ausencia) con que el teólogo jesuita francés Xavier Leon

Dufour llama al Espíritu Santo. Y remataba así mi prólogo, que hoy convierto en epílogo para el amigo fallecido: “Presencia en la ausencia. Pues sí, Gabriel, los amigos que ya no están, pero siguen con nosotros no en el simple recuerdo sino en la vida misma, en la que ya pasó y en la que todavía nos queda, son una presencia en la ausencia. Ausentes presencias inmarcesib­les, siempre jóvenes y que nos ayudan a no envejecer”

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