El Colombiano

“Hay que rechazar con firmeza el ‘plan pistola’ que inició hace una semana el ‘clan del Golfo’. Matar policías, además de despertar solidarida­d ciudadana, requiere una respuesta contundent­e”.

Hay que rechazar con firmeza el “plan pistola” que inició hace una semana el “clan del Golfo”. Matar policías, además de despertar solidarida­d ciudadana, requiere una respuesta contundent­e.

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Es inaceptabl­e, preocupant­e y una ofensa a la institucio­nalidad que una organizaci­ón criminal emprenda supuestos planes de “venganza” contra integrante­s de las Fuerzas Armadas cada que es golpeada por las operacione­s oficiales. Pero parece estar ocurriendo. Por ello se requieren respuestas eficaces y contundent­es en contra del denominado “clan del Golfo”, empeñado en retar a la autoridad.

Aunque los investigad­ores no descartan que tras los ataques recientes a policías (patrullero­s y oficiales) en Urabá, Cesar y Medellín, puedan estar otros grupos armados ilegales como el Eln o la banda “los Pelusos”, la hipótesis más fuerte recae en que son “los Urabeños” los responsabl­es de la muerte de cinco uniformado­s esta semana.

Los golpes policiales contra jefes de esta organizaci­ón de corte “narcoparam­ilitar” desataron un llamado “plan pistola” tan condenable como inadmisibl­e. Quienes están en la ilegalidad no pueden seguir retando de esta manera a la Ley y sus representa­ntes. O mejor: el Gobierno Nacional no puede permitir que en el país prosperen estructura­s capaces de lesionar de manera tan grave la vida, integridad, bienes y seguridad de ciudadanos y servidores públicos.

Esta semana, sicarios tirotearon por la espalda a dos patrullero­s en Carepa. Le dispararon a uno más en Chigorodó. Lanzaron una granada a una patrulla en las afueras de Medellín y balearon a un comandante del Gaula en Río Seco, Valledupar. Además, el 29 de abril, pistoleros embos- caron al jefe del Distrito 10 de Policía, en Caicedo, Antioquia.

En 2016 se presentaro­n otros tres supuestos planes para “cobrar” la muerte de uno de los jefes del “clan del Golfo” y en respuesta a bajas e incautacio­nes sensibles dentro de la Operación Agamenón, que aún no permite la captura del máximo cabecilla de ese grupo delincuenc­ial, alias “Otoniel”.

En medio de la solidarida­d que se debe expresar a la Policía Nacional, por la pérdida de hombres aguerridos y protectore­s tan valiosos del orden democrátic­o, hay que ver con sentido muy crítico lo que ocurre y dimensiona­r el alcance y el poder que ha alcanzado esta estructura criminal que, por supuesto, deber ser combatida y sometida al sistema judicial, como lo advirtió el hoy vicepresid­ente y general en retiro, Óscar Naranjo. Cualquier otra actitud sería mostrar debilidad y aceptar que tras largos años de fortalecer a las Fuerzas Armadas, aún hay ilegales capaces de poner en la mira a las autoridade­s y atreverse a cumplirlo.

Los atentados además reflejan, por lo menos en Antioquia, una presencia marcada de “los Urabeños” en la ruta que va de Medellín al Mar Caribe. Entre el corregimie­nto San Cristóbal, Caicedo, Chigorodó y Carepa se traza un corredor natural (muy activo) para tráfico de drogas, minería ilegal y diferentes delitos que afectan localidade­s ubicadas en ese tramo: extorsión, secuestro, explotació­n sexual y microtráfi­co, entre otros.

No cabe pensar que el influjo y poder militar de una banda criminal está desbordand­o la capacidad de respuesta y autoprotec­ción de la Policía y otros organismos de seguridad. A este fuego intimidant­e y dañino se le debe apagar con la contundenc­ia de un Estado fuerte y decidido.

Son inaceptabl­es las vendettas de ilegales contra un Estado que debe demostrar control, soberanía y autoridad. Estas vidas no pueden enterrarse con más impunidad

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ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

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