Héroes de las alcantarillas, su día a día
Hacen uno de los oficios más difíciles: limpiar 4.500 kilómetros bajo tierra en el valle de Aburrá.
Bajo tierra, en medio del estiércol de 3 millones de personas, 112 hombres y mujeres pasan la mayor parte de su tiempo. Un trabajo que pocos quieren hacer. ¿Convicción? ¿Necesidad? Para ellos no es fácil encontrar la respuesta del porqué llegaron ahí, pero son héroes, poco reconocidos, cuyo trabajo sirve para evitar taponamientos que generan tragedias en tierra.
En el valle de Aburrá hay 4.500 kilómetros de alcantarillado por donde corren las aguas de lavamanos, inodoros y desagües de millones de viviendas. También pasan las lluvias y, rumbo a las quebradas, un orificio de hasta 6 pulgadas de diámetro sirve de canal para el lodo, las piedras y los desechos.
Allí circula hasta lo impensado: condones usados, animales muertos, colchones y cobijas que fueron arrojados en baterías sanitarias o en alguno de los 79.000 sumideros o alcantarillas de rejas. Por ese sistema de tuberías que comprende casi la distancia ida y regreso desde Medellín a Miami ( Estados Unidos), navega lo más precario de la ciudadanía, que incluso refleja su irresponsabilidad con el uso y desuso de los recursos.
Salvan vidas en silencio
El sol se rehusa a salir. La mañana es fresca y hay una tímida intención de llovizna. En su bicicleta, Natalia Co
rrea transita sonriente por la ciclorruta de la carrera 73, cerca a la Unidad Deportiva Atanasio Girardot, por donde dos horas antes, casi un metro y medio debajo del asfalto, tres operarios de Empresas Públicas de Medellín (EPM), buscan lo que pudiera obstruir la alcantarilla.
Cinco kilómetros al norte, en el barrio Los Colores, está
John Darío González, otro funcionario que llegó a una cámara de inspección—nombre técnico de las alcantarillas de tapa circular de concreto— para atender un llamado ciudadano que advertía el rebosamiento de aguas negras.
“Las primeras semanas de este trabajo vomitaba al ver y sentir el olor de la materia fecal. Ahí nos metíamos. Me demoré ocho días para acostumbrarme”, recuerda el hombre de 62 años y cara arrugada, que refleja fuerza y vitalidad.
Como John Darío, 64 personas más entran a diario, día y noche, con sorprendente tranquilidad, a las 139.000 cámaras de inspección que hay en el Valle de Aburrá.
Pero el riesgo siempre está latente. Antes de recorrer los orificios, miden con un sensor la cantidad de gases tóxicos, generados por vertimientos de industrias o personas. John Darío no tiene memoria de alguien que haya sido afectado por esa situación, no obstante cree que quienes como él hacen esa labor “tienen acostumbrada la nariz”.
“Ahora es fácil, en comparación con antes: tocaba bajar hasta 6 metros cuando había obstrucción en las alcantarillas y no se podía sacar con va- rillas lo que la generaba. Se rompía y descendíamos para destaquear. Esto cambió en 1985”, comenta.
John Darío se hace a un lado del hueco en la superficie. Con una manguera de hasta 120 metros de largo y una boca de 6 pulgadas que va desde un camión equipado con tanques de agua y un compartimiento para transportar residuos recuperados de las alcantarillas, disparan por esos conductos un potente chorro de agua. La idea es destaquearlos y solucionar el taponamiento que podría ocasionar una inundación en las viviendas del sector.
El sonido del camión y los motores es aturdidor. El equipo de cuatro empleados continúa tratando de sacar la basura. El olor a lodo se hace más fuerte y los transeúntes no se inmutan de lo que se hace bajo tierra, como si esa labor les fuera común.
“Uno tiene que ‘jugar’ abajo con las cucarachas, las ratas que pasan por el lado de uno, pero mientras no les haga nada, dejan trabajar”, acota John Darío.
En total EPM tiene a disposición 12 equipos, conocidos como de succión - presión, para la función de desobstruir las alcantarillas de Medellín y su área metropolitana.
Con esas máquinas y la labor de los operarios—liderados por 12 profesionales y 35 técnicos y tecnólogos se ha logrado superar en menos de tres horas emergencias como la inundación del deprimido de Bulerías, hace un mes.
Tras 30 minutos de succionar empieza a salir la ba- sura. Vasos desechables, bolsas, y pedazos de cobijas y almohadas quedan enredados en la boca de la manguera. Deben ser cortados con ma-
“No nos ha pasado nada porque Dios es muy grande, y la empresa nos da garantías. Por ahí pasan muchos gases” JOHN DARÍO GONZÁLEZ Empleado de red de alcantarillado “He encontrado perros muertos, chasis de motos. La gente dice que nos toca maluco, pero es satisfactorio”. WILINTON ANDRÉS LÁZARO Empleado de limpieza de alcantarillados
chete para que puedan depositarse en el compartimiento y ser llevados a las plantas de tratamiento residual.
Más que malo, es bueno
Sin importarle que le digan que su trabajo produce asco, Wilin
ton Andrés Lázaro, de 38 años, cinco de ellos en el oficio, se siente orgulloso de lo que hace.
Deja a un lado la manguera succionadora con la que lucha tratando de sacar la basura y asevera que ha encontrado perros muertos y algunos chasis de motos en el tiempo que lleva desempeñándose en esa labor.
“La gente dice que nos toca maluco, pero es la satisfacción del trabajo, en especial cuando hay emergencias y les ayudamos a las familias a que no lo pierdan todo en una inundación”, apunta Wilinton, quien afirma que cada vez que ingresa a una alcantarilla piensa en su esposa, su hija y en una mejor ciudad para ellas.
Interrumpiéndolo, John Darío anota que a un compañero le tocó sacar una cabeza de una persona que obstruía un desagüe y rememora que le ha tocado sacar marranos del alcantarillado. También anillos y cadenas de oro.
En Medellín no se presentan arroyos como los de Barranquilla, por ejemplo, pero sí hay puntos en la ciudad que suelen inundarse cuando hay aguaceros prolongados.
Punto Cero y cerca a la estación Floresta del metro, Bulerías y Parques del Río, son
sectores de alta complejidad para las cuadrillas de EPM.
La explicación para los represamientos de agua es que algunos de esos puntos se encuentran en un nivel inferior de las quebradas.
No obstante en otros sitios, como la Minorista, las inundaciones son frecuentes debido a la cantidad de basura en las alcantarillas. Allí, los habitantes de calle arrojan costales y ropa por los desagües, comentan trabajadores de EPM.
El gerente de Gestión Aguas Residuales de EPM,
León Yepes, reporta que la inversión de esa empresa pública en programas de mantenimiento y limpieza de quebradas y alcantarillas supera los 20.000 millones de pesos anuales, y lamenta que en algunos sectores se arrojan, con frecuencia, restos de cemento y mezcla para construcción. La labor de limpieza de redes, como la que se hace en Los Colores, es desarrollada por 12 equipos distribuidos por zonas: cuatro en la norte, cuatro en la sur y otros cuatro en la centro. Hemel Serna es el ingeniero de EPM a cargo de las cuadrillas. Explica que se hace mantenimiento permanente para evitar inundaciones, pero también trabajan las 24 horas en la atención de las emergencias que sean reportadas. “Permanentemente recibimos solicitudes de fugas y obstrucciones en tramos que debemos atender de inmediato. Muchas veces son sumideros que están taponados por las basuras que llegan por la lluvia”, asevera.
Tecnología bajo tierra
Como parte de la labor que realizan John Darío y el resto de los funcionarios que lo acompañan en la Unidad de Operación y Mantenimiento Gestión Aguas Residuales de EPM, también se hace una inspección con una cámara subterránea, una especie de robot
que toma imágenes de la alcantarilla en tiempo real.
“Esta es una inspección de redes con circuito cerrado de televisión. Entra la cámara y no ingresa el personal. Con ella miramos cuál es el estado de la tubería, sobre todo, de las paredes. La cámara tiene tecnología de escáner óptico y toma un registro para que la información sea procesada a través de un software”, subraya el ingeniero Serna.
El robot que transita las alcantarillas es usado de manera preventiva. Actualmente EPM cuenta con dos y una unidad de diagnóstico. De acuerdo con la cantidad de lodo que haya en la alcantarilla, los operarios deben cambiar las cuatro ruedas para un mejor desempeño. Desde un moderno carro es monitoreado por un experto.
Esa es la parte fácil de la labor bajo tierra que hacen un puñado de hombres, y que en la superficie parece invisible. No siempre entra el robot ni pocas veces está limpia la red. El reto, por lo general, es lidiar con desperdicios. La materia fecal de los millones de sanita-
rios es lo de menos. El olor, ya es paisaje, pero lo que indigna es el comportamiento de muchos ciudadanos.
“Si las personas se sentaran a pensar, por un momento, en todo esto que nos toca hacer a diario, tal vez recapacitarían antes de arrojar un papel a la calle o un condón por el sanitario”, dice John Darío.
Mientras tanto, listo al teléfono para atender el llamado ciudadano, y seguro de su aporte al bienestar de la gente, el ingeniero Serna se entusiasma con lo que hace y se siente orgulloso de los operarios.
“La invitación es a evitar arrojar residuos sólidos a las vías, botellas. Cuando hay lluvias, todo este material es transportado hacia los sumideros, taponándolos y generando, en ocasiones, inundaciones”, concluye