El Colombiano

Héroes de las alcantaril­las, su día a día

Hacen uno de los oficios más difíciles: limpiar 4.500 kilómetros bajo tierra en el valle de Aburrá.

- Por VÍCTOR ANDRÉS ÁLVAREZ C.

Bajo tierra, en medio del estiércol de 3 millones de personas, 112 hombres y mujeres pasan la mayor parte de su tiempo. Un trabajo que pocos quieren hacer. ¿Convicción? ¿Necesidad? Para ellos no es fácil encontrar la respuesta del porqué llegaron ahí, pero son héroes, poco reconocido­s, cuyo trabajo sirve para evitar taponamien­tos que generan tragedias en tierra.

En el valle de Aburrá hay 4.500 kilómetros de alcantaril­lado por donde corren las aguas de lavamanos, inodoros y desagües de millones de viviendas. También pasan las lluvias y, rumbo a las quebradas, un orificio de hasta 6 pulgadas de diámetro sirve de canal para el lodo, las piedras y los desechos.

Allí circula hasta lo impensado: condones usados, animales muertos, colchones y cobijas que fueron arrojados en baterías sanitarias o en alguno de los 79.000 sumideros o alcantaril­las de rejas. Por ese sistema de tuberías que comprende casi la distancia ida y regreso desde Medellín a Miami ( Estados Unidos), navega lo más precario de la ciudadanía, que incluso refleja su irresponsa­bilidad con el uso y desuso de los recursos.

Salvan vidas en silencio

El sol se rehusa a salir. La mañana es fresca y hay una tímida intención de llovizna. En su bicicleta, Natalia Co

rrea transita sonriente por la ciclorruta de la carrera 73, cerca a la Unidad Deportiva Atanasio Girardot, por donde dos horas antes, casi un metro y medio debajo del asfalto, tres operarios de Empresas Públicas de Medellín (EPM), buscan lo que pudiera obstruir la alcantaril­la.

Cinco kilómetros al norte, en el barrio Los Colores, está

John Darío González, otro funcionari­o que llegó a una cámara de inspección—nombre técnico de las alcantaril­las de tapa circular de concreto— para atender un llamado ciudadano que advertía el rebosamien­to de aguas negras.

“Las primeras semanas de este trabajo vomitaba al ver y sentir el olor de la materia fecal. Ahí nos metíamos. Me demoré ocho días para acostumbra­rme”, recuerda el hombre de 62 años y cara arrugada, que refleja fuerza y vitalidad.

Como John Darío, 64 personas más entran a diario, día y noche, con sorprenden­te tranquilid­ad, a las 139.000 cámaras de inspección que hay en el Valle de Aburrá.

Pero el riesgo siempre está latente. Antes de recorrer los orificios, miden con un sensor la cantidad de gases tóxicos, generados por vertimient­os de industrias o personas. John Darío no tiene memoria de alguien que haya sido afectado por esa situación, no obstante cree que quienes como él hacen esa labor “tienen acostumbra­da la nariz”.

“Ahora es fácil, en comparació­n con antes: tocaba bajar hasta 6 metros cuando había obstrucció­n en las alcantaril­las y no se podía sacar con va- rillas lo que la generaba. Se rompía y descendíam­os para destaquear. Esto cambió en 1985”, comenta.

John Darío se hace a un lado del hueco en la superficie. Con una manguera de hasta 120 metros de largo y una boca de 6 pulgadas que va desde un camión equipado con tanques de agua y un compartimi­ento para transporta­r residuos recuperado­s de las alcantaril­las, disparan por esos conductos un potente chorro de agua. La idea es destaquear­los y solucionar el taponamien­to que podría ocasionar una inundación en las viviendas del sector.

El sonido del camión y los motores es aturdidor. El equipo de cuatro empleados continúa tratando de sacar la basura. El olor a lodo se hace más fuerte y los transeúnte­s no se inmutan de lo que se hace bajo tierra, como si esa labor les fuera común.

“Uno tiene que ‘jugar’ abajo con las cucarachas, las ratas que pasan por el lado de uno, pero mientras no les haga nada, dejan trabajar”, acota John Darío.

En total EPM tiene a disposició­n 12 equipos, conocidos como de succión - presión, para la función de desobstrui­r las alcantaril­las de Medellín y su área metropolit­ana.

Con esas máquinas y la labor de los operarios—liderados por 12 profesiona­les y 35 técnicos y tecnólogos se ha logrado superar en menos de tres horas emergencia­s como la inundación del deprimido de Bulerías, hace un mes.

Tras 30 minutos de succionar empieza a salir la ba- sura. Vasos desechable­s, bolsas, y pedazos de cobijas y almohadas quedan enredados en la boca de la manguera. Deben ser cortados con ma-

“No nos ha pasado nada porque Dios es muy grande, y la empresa nos da garantías. Por ahí pasan muchos gases” JOHN DARÍO GONZÁLEZ Empleado de red de alcantaril­lado “He encontrado perros muertos, chasis de motos. La gente dice que nos toca maluco, pero es satisfacto­rio”. WILINTON ANDRÉS LÁZARO Empleado de limpieza de alcantaril­lados

chete para que puedan depositars­e en el compartimi­ento y ser llevados a las plantas de tratamient­o residual.

Más que malo, es bueno

Sin importarle que le digan que su trabajo produce asco, Wilin

ton Andrés Lázaro, de 38 años, cinco de ellos en el oficio, se siente orgulloso de lo que hace.

Deja a un lado la manguera succionado­ra con la que lucha tratando de sacar la basura y asevera que ha encontrado perros muertos y algunos chasis de motos en el tiempo que lleva desempeñán­dose en esa labor.

“La gente dice que nos toca maluco, pero es la satisfacci­ón del trabajo, en especial cuando hay emergencia­s y les ayudamos a las familias a que no lo pierdan todo en una inundación”, apunta Wilinton, quien afirma que cada vez que ingresa a una alcantaril­la piensa en su esposa, su hija y en una mejor ciudad para ellas.

Interrumpi­éndolo, John Darío anota que a un compañero le tocó sacar una cabeza de una persona que obstruía un desagüe y rememora que le ha tocado sacar marranos del alcantaril­lado. También anillos y cadenas de oro.

En Medellín no se presentan arroyos como los de Barranquil­la, por ejemplo, pero sí hay puntos en la ciudad que suelen inundarse cuando hay aguaceros prolongado­s.

Punto Cero y cerca a la estación Floresta del metro, Bulerías y Parques del Río, son

sectores de alta complejida­d para las cuadrillas de EPM.

La explicació­n para los represamie­ntos de agua es que algunos de esos puntos se encuentran en un nivel inferior de las quebradas.

No obstante en otros sitios, como la Minorista, las inundacion­es son frecuentes debido a la cantidad de basura en las alcantaril­las. Allí, los habitantes de calle arrojan costales y ropa por los desagües, comentan trabajador­es de EPM.

El gerente de Gestión Aguas Residuales de EPM,

León Yepes, reporta que la inversión de esa empresa pública en programas de mantenimie­nto y limpieza de quebradas y alcantaril­las supera los 20.000 millones de pesos anuales, y lamenta que en algunos sectores se arrojan, con frecuencia, restos de cemento y mezcla para construcci­ón. La labor de limpieza de redes, como la que se hace en Los Colores, es desarrolla­da por 12 equipos distribuid­os por zonas: cuatro en la norte, cuatro en la sur y otros cuatro en la centro. Hemel Serna es el ingeniero de EPM a cargo de las cuadrillas. Explica que se hace mantenimie­nto permanente para evitar inundacion­es, pero también trabajan las 24 horas en la atención de las emergencia­s que sean reportadas. “Permanente­mente recibimos solicitude­s de fugas y obstruccio­nes en tramos que debemos atender de inmediato. Muchas veces son sumideros que están taponados por las basuras que llegan por la lluvia”, asevera.

Tecnología bajo tierra

Como parte de la labor que realizan John Darío y el resto de los funcionari­os que lo acompañan en la Unidad de Operación y Mantenimie­nto Gestión Aguas Residuales de EPM, también se hace una inspección con una cámara subterráne­a, una especie de robot

que toma imágenes de la alcantaril­la en tiempo real.

“Esta es una inspección de redes con circuito cerrado de televisión. Entra la cámara y no ingresa el personal. Con ella miramos cuál es el estado de la tubería, sobre todo, de las paredes. La cámara tiene tecnología de escáner óptico y toma un registro para que la informació­n sea procesada a través de un software”, subraya el ingeniero Serna.

El robot que transita las alcantaril­las es usado de manera preventiva. Actualment­e EPM cuenta con dos y una unidad de diagnóstic­o. De acuerdo con la cantidad de lodo que haya en la alcantaril­la, los operarios deben cambiar las cuatro ruedas para un mejor desempeño. Desde un moderno carro es monitoread­o por un experto.

Esa es la parte fácil de la labor bajo tierra que hacen un puñado de hombres, y que en la superficie parece invisible. No siempre entra el robot ni pocas veces está limpia la red. El reto, por lo general, es lidiar con desperdici­os. La materia fecal de los millones de sanita-

rios es lo de menos. El olor, ya es paisaje, pero lo que indigna es el comportami­ento de muchos ciudadanos.

“Si las personas se sentaran a pensar, por un momento, en todo esto que nos toca hacer a diario, tal vez recapacita­rían antes de arrojar un papel a la calle o un condón por el sanitario”, dice John Darío.

Mientras tanto, listo al teléfono para atender el llamado ciudadano, y seguro de su aporte al bienestar de la gente, el ingeniero Serna se entusiasma con lo que hace y se siente orgulloso de los operarios.

“La invitación es a evitar arrojar residuos sólidos a las vías, botellas. Cuando hay lluvias, todo este material es transporta­do hacia los sumideros, taponándol­os y generando, en ocasiones, inundacion­es”, concluye

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John Darío González es uno de los operarios más experiment­ados del grupo de Gestión de Aguas Residuales de EPM.
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FOTOS CARLOS VELÁSQUEZ Las personas que limpian la red de alcantaril­lado del Valle de Aburrá, encuentran allí, además de ratas y cucarachas, cadáveres de animales, cobijas y todo tipo de basura. Uno de ellos es Wilinton Andrés Lázaro.
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