El Colombiano

LA ÚLTIMA ESTACIÓN

- Por JUAN JOSÉ HOYOS redaccio@elcolombia­no.com.co

Esta semana murió en nuestra casa, en medio de las montañas de Cisneros, Ligia

Moreno. Murió en paz en la tierra donde nació hace 96 años. La misma que sembró su padre con sus propias manos cuando era joven.

La casa está junto al río Nus, a unos metros de la carrilera por donde pasaba hace muchos años el Ferrocarri­l de Antioquia. El tren la llevaba año tras año con sus hijos por ese camino de hierro, desde Medellín hasta Puerto Berrío, donde vivía con Alberto en una hacienda junto al río Magdalena.

Para los que no la conocieron, sé que el suyo es apenas un nombre. No para Martha, la compañera de mi vida, ni para sus hermanos, ni para mis hijos. Tampoco para los hijos de Lisandro Moreno y

Graciela Llano, que crecieron junto a ella en estas montañas y, después, en Santo Domingo, el pueblo de niebla de don To

más Carrasquil­la, su pariente. Para nosotros, ella era la abuela. Así le decíamos todos: sus hijos, mis hijos, los vecinos de nuestra casa, los cortadores de caña, Chela, Rosalba, sus amigas del campo, Viviana, la peluquera, el padre Weimar…

Ligia llegó a vivir a nuestra casa en Medellín cuando se quedó sola, hace más de vein- te años. Luego se fue con nosotros para Cisneros.

Cuando entró por primera vez a la casa, se quedó parada junto a la ventana de la cocina mirando la cascada por la que el río Nus se despeña desde el alto de La Quiebra y cae al valle, a pocos metros de la boca del túnel que une las viejas estaciones de El Limón y Santiago: el mismo túnel que ella vio construir cuando era niña e iba a cantar y a recitar a las fiestas de los ingenieros canadiense­s que trabajaban en la obra.

“¿ Dónde estamos?” preguntó ella, con los ojos puestos en la cascada. “En Cisneros”, respondió Octavio, un campesino que nos ayudaba en el trasteo. “Entonces, esa que está allá es La Chorrera, y yo nací en esa montaña”, dijo ella, señalando la cascada. “Y esta es la tierra que mi abuelo Luciano les dejó a mi papá y a sus hermanos… La tierra de mi padre”.

Yo la escuché, asombrado. Nosotros la habíamos comprado sin tener idea de esa historia. Después de la muerte de Luciano, su hijo Lisandro había recibido esas tierras en herencia, en nombre de todos sus hermanos. Allí nació Ligia, en 1920. Después, Lisandro se fue a vivir con su familia a Santo Domingo. Allí montó una tienda. En la gran depresión de 1930, la tienda quebró. Lisandro vendió la tierra para pagar sus deudas. Luego, vino a dar a Medellín con sus trece hijos. La tierra cambió de dueños y, hace unos años, una parte de la hacienda fue dividida en parcelas. En una de ellas, sin saber esta historia, construimo­s nuestra casa.

Cuando cumplió 95 años, Ligia todavía pasaba junto al fogón la mitad del día. Y bailaba, cantaba y recitaba como cuando era niña. Sabía canciones que jamás he escuchado en otras bocas. Y contaba historias que parecían sacadas de una novela de don Tomás. Ella las había escuchado de boca de Francisco Luis Mo

reno, el viejo “tío Colís”. Por las tardes, cuando se sentaba a tejer en el corredor, se quedaba contemplan­do las montañas del otro lado del río y empezaba a contar historias de su infancia, del Ferrocarri­l de Antioquia, de su padre Lisandro y sus 42 cosecheros. “Todavía me parece que lo veo pasar”, decía, señalando los potreros.

Ligia murió la noche del jueves 4 de mayo en la misma tierra donde nació. Esa fue su última estación. Tierra amiga, tierra del padre, que es dos veces nuestra patria

Homenaje a Ligia Moreno, esa mujer campesina que a sus 95 años todavía pasaba la mitad del día junto al fogón y bailaba, cantaba y recitaba como cuando era niña. Murió donde nació.

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