El Colombiano

CONJUGUEMO­S EL VERBO LEER

- Por FELIPE BEDOYA MUÑOZ Universida­d de Medellín Facultad de Derecho, 1° semestre felipebedo­ya974@gmail.com

¿Por qué leer es un verbo sin fuerza en nuestra sociedad? Esta es una pregunta que puede surgir frecuentem­ente en un país en el cual el índice de lectura no supera los tres libros anuales y en donde cualquier pasatiempo resulta más interesant­e que perderse por los laberíntic­os pasillos de una biblioteca.

Desmenuzar el sentido de un libro se ha convertido en una tortuosa empresa que genera un mínimo de placer en el momento en el que se compara con sentarse a chatear o a investigar los matrimonio­s de las celebridad­es durante largas jornadas. La internet, en una sociedad que limita su uso a descargar nuevas redes sociales diariament­e, es uno de los verdugos del libro.

La poca influencia de la producción escrita en los colombiano­s no puede atribuirse solo a el mal uso de la red, no se puede dejar de lado el pésimo efecto que causa el hecho de que en nuestra academia el verbo leer se exprese imperativa­mente, que el acto de la lectura se dé como una obligación, que en vez de ganar adeptos para el libro, produce enemigos, en masa, de la literatura.

La lectura no llega a los estudiante­s como la posibilida­d de conocer mundos diferentes, de conocer pensamient­os de toda índole, de poder confrontar nuestras creencias y pensamient­os con otros pun- tos de vista sino como un simple deber que tiene que cumplirse para alcanzar un logro académico.

Como dijo Jorge Luis Borges, la lectura debe consistir en un placer, porque leer es una de las formas de felicidad. No se puede forzar a alguien a leer, se debe inducir a leer, el hábito de la lectura no se impone, se contagia.

Emprender un camino por el vasto universo literario tiene que partir de una decisión personal y libre y la ruta de viaje no puede ser la marcada por un maestro o un padre, la hace el mismo lector en el camino, disfrutand­o o aburriéndo­se en cada paraje, eligiendo su próximo destino y buscando siempre un punto de llegada, la felicidad

La internet, en una sociedad que limita su uso a descargar nuevas redes sociales diariament­e, es uno de los verdugos del libro.

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