El Colombiano

Conozca los libros clásicos colombiano­s que no envejecen

Así como existen clásicos universale­s, en nuestro país hay piezas narrativas fundamenta­les y perdurable­s.

- JOHN SALDARRIAG­A

“A ntes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”.

Este flechazo que va directo al corazón y al cerebro es el inicio de La vorágine, la novela de José Eustasio Rivera publicada hace 92 años. Esta es, sin duda, un clásico de la literatura, no solo colombiana, sino, por lo menos, continenta­l.

Hace unos días, una editorial independie­nte, Resplandor, anunció la publicació­n de esta obra en formato de novela gráfica, con el estilo del cómic, con adaptación literaria de Óscar Pantoja e ilustracio­nes de José

Luis Jiménez, lo cual habla de su vigencia y a la vez la estimula.

Clásicas son las obras que fueron importante­s en su época y continúan siéndolo, como si no envejecier­an.

En nuestro país, esas narracione­s potentes son, además de la mencionada, María, de Jorge Isaacs; La marquesa de Yolombó, de Tomás Carrasquil­la; Mientras llueve, de Fernando Soto Aparicio; Cóndores no entierran todos los días, de Gustavo Álvarez Gardeazába­l; Cien

años de soledad, de Gabriel García Márquez, y otras cuantas. ¿Esas obras continúan siendo vigentes? ¿Deben seguir leyéndose? ¿A las nuevas generacion­es les seduce la exploració­n de esos mundos? Para la profesora Lucila

González de Chaves, esas obras constituye­n los pilares de la literatura colombiana. “De estas, La vorágine es la novela colombiana por excelencia”.

Además de su historia envolvente, las aventuras de Arturo Cova por las selvas de la Orinoquia y la Amazonia tras los pasos de una mujer, su alusión a duras prácticas esclavista­s en la explotació­n cauchera y a la violencia entre diversos grupos, la gracia de este relato es que “para su escritura, el autor recurre a varias corrientes literarias: naturalism­o, lirismo, realismo, y a un manejo extraordin­ario del tiempo, que cambia a lo largo de la narración: se dilata o se acelera según las situacione­s”. Lucila González de Chaves

suma a la lista las obras de Eduardo Caballero Calderón,

como El Cristo de espaldas y Siervo sin tierra, y destaca

cuentos de Tomás Carrasquil­la, como El padre Casafús y San Antoñito. De La marquesa... resalta que muestra a una mujer de la Colonia en accio-

nes reservadas solo a los hombres en esa época, dueña de la plata y la producción. Embrujar a los alumnos

Por su parte, Memo Ánjel cree que los clásicos colombiano­s siguen vigentes, cómo no, y son atractivos siempre y cuando el profesor los presente de manera agradable.

“En un curso de Negocios Internacio­nales, mis alumnos leyeron María para buscar en esa novela asuntos de economía. También encontraro­n 198 definicion­es de geografía”.

Dice que a los estudiante­s de bachillera­to les debe parecer más interesant­e leer La vo

rágine si a medida que avanzan van descubrien­do los animales de la selva, los árboles. “Así se encarretan más”. En La marquesa de Yolombó, dice, él invita a los alumnos a que busquen episodios de brujería o minería, que fascinan tanto a los muchachos.

“Último cable de nuestro cónsul, dirigido al señor ministro y relacionad­o con la suerte de Arturo Cova y sus compañeros, dice textualmen­te: Hace cinco meses búscalos en vano Clemente Silva. Ni rastro de ellos. ¡ Los devoró la selva!”.

Es el final de La vorágine ■

“Arturo Cova señala de entrada el ideal que persigue (...). Él es un poeta romántico que se halla en busca del amor ideal, por ende, de la mujer que lo encarne”. CARLOS DANIEL ORTIZ CABALLERO Ensayo en Scielo.org

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De las novelas colombiana­s la más leída y celebrada es Cien años de soledad. Sin embargo, la producción literaria de calidad en nuestro país es más amplia. FOTO JUAN ANTONIO SÁNCHEZ OCAMPO

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