APPLE VIENE A WASHINGTON
El cambio sin respeto por el pasado es pernicioso. Las historias sobre las vidas aquí son el recurso más precioso que tenemos.
El mes pasado hablé sobre cómo autores locales como yo utilizamos “lugar” en nuestro trabajo. La Biblioteca Carnegie, una brillante estructura BeauxArts regalada a la ciudad hace un siglo por el industrialista An
drew Carnegie — se ha converti- do en el más reciente símbolo de los tiempos aburguesantes de Washington: Apple lanzó recientemente los planes para convertir el edificio, por mucho tiempo un espacio cívico, en una lujosa tienda.
La ciudad misma, como la Biblioteca Carnegie, está consiguiendo un nuevo sistema operativo. En la más reciente actualización, los habitantes son más blancos, más ricos, más conectados. ¿Qué significa eso para el sentido de lugar aquí?
Desde la Guerra Civil, la ciudad ha sido una meca, un faro para los negros como yo, en busca de libertad y oportunidad. Después de casi dos décadas de inversión desenfrenada y un influjo de nuevos habitantes, estamos tratando de descifrar quiénes somos. Los residentes negros siguen siendo el grupo étnico más grande de la ciudad, pero los recién llegados están cambiando drásticamente la cultura.
¿Qué es lo que ahora define a Washington para las casi 700.000 personas que llaman hogar a la ciudad fuera de la sombra de los monumentos, el Capitolio y la Casa Blanca? ¿Somos una experiencia de comercio blanca estéril y extrañamente alegre?
Recientemente, después de una reunión en el centro de la ciudad, estaba caminando cerca de la antigua sede del Washington Post, donde trabajé durante años. La esquina de las calles 15 y L en el Noroeste, una intersección que una vez conocí bien, se había reducido a escombros en preparación para otra nueva construcción. Ya no conocía la izquierda o la derecha. Tuve que parar a alguien a pedir direcciones.
La novelista Marita Golden, otra panelista de la Biblioteca Carnegie, tiene un nuevo libro, “La Amplia Circunferencia del Amor”, que ha encontrado la metáfora correcta para esta desorientación: la mente de uno de sus personajes está siendo consumida por alzhéimer mientras Washington pasa por su transformación. Cuando él camina por la calle en la esquina de 14 yU y ve nuevos condominios altos y gente blanca, no sabe decir si su mente lo está engañando.
Los residentes blancos de hace mucho tiempo también están luchando para identificarse con el lugar.
Es verdad. Ya no trato de introducir a los peatones a las amigables costumbres de mi barrio. Claro está que el cambio es lo más orgánico de las ciudades. La renovación y el crecimiento son emocionantes -son la razón por la que muchos de nosotros, mi familia se incluye, aguantamos las muchas indignidades e inconveniencias de la vida citadina, vivir tan cerca de los demás humanos.
Pero el cambio sin respeto por el pasado es pernicioso. Las historias sobre las vidas aquí son el recurso más precioso que tenemos. Esos posibles inversionistas en frente de mi casa son más pobres porque nunca tuvieron la oportunidad de conocer a la Señora Maxine, quien se crió en esa casa, la cual su padre compró con su sueldo como asistente de vagones. O la anterior dueña de mi casa, la señora Álvarez, quien crió a ocho hijos ahí, además de sus rosales, los cuales yo aún cuido. O todas las demás mujeres negras que criaron a sus familias, barrieron las aceras todos los días y sirvieron como vigilantes del barrio.
Algún día, todos somos reemplazados por el siguiente objeto brillante. El edificio de la Biblioteca Carnegie pronto ofrecerá los más recientes teléfonos celulares y computadores portátiles. Pero nuestras historias nunca serán obsoletas. Eso es lo que hace a una ciudad un lugar con corazón latente y no solo un contenedor de repuestos reemplazables