Jóvenes que lideren el país
Iniciamos este domingo una trilogía editorial para llamar la atención sobre la importancia que tiene para el futuro de Antioquia y del país estimular y promover el liderazgo entre los jóvenes.
Ellos tienen la energía, la audacia, la frescura y el talento para transformar la realidad de una ciudad, una región y un país convulsionados, de enormes contradicciones y desajustes sociales, políticos y económicos. Les ha tocado nacer y crecer en esta Colombia al filo de transiciones y cambios decisivos. Una ciudadanía de polaridades chispeantes frente a asuntos transversales de la democracia: la paz, la participación, la inclusión, los derechos humanos y la justicia.
Por eso es momento de proponerse la apertura de espacios y condiciones para levantar una juventud de conciencia profunda acerca de los roles que le corresponden y de las responsabilidades que tiene frente a esa nación cruzada por tantas incertidumbres como proyectos. Muchachos que sean capaces de maniobrar el timón que orientará la marcha de Colombia en el primer cuarto de este siglo.
El paso inicial, para tener alguna oportunidad de gestar líderes capaces de trabajar por sus pares y de gerenciar nuestro presente y futuro, es crearles un entorno de garantías, herramientas y desarrollo de sus talentos y personalidades. Un sistema de libertades, derechos y deberes. Un ambiente cultural que promueva mentalida- des amplias para las relaciones con un mundo que cada vez rompe más las barreras tecnológicas e idiomáticas.
Ese entorno, de seguridad social, de oportunidades económicas, puede crearlo un Estado eficiente, robusto y dinámico que engendre individuos no solo competitivos sino auténticos y dispuestos a compartir conocimientos y habilidades. Con capacidad de escu- char, de interactuar y de esforzarse por los demás. Rodeados por una sociedad que les permita participar y expresarse.
La situación actual de amenaza a los niños y adolescentes colombianos, la vulneración de sus derechos incluso a niveles degradantes de la condición humana, con abusos sexuales y de su integridad, con falta de alimentos y educación y en contextos de delincuencia y violencia en los que son instrumentalizados para la ilegalidad, son algunos de los problemas y retos que debe asumir la institucionalidad para que no se desperdicien y malformen esos liderazgos juveniles.
La protección permanente del Estado a los menores en sus nichos familiares, escolares y sociales es esencial para levantar generaciones con las “cualidades deseables” para romper cadenas y fenómenos ligados a la violencia y la criminalidad en todo nivel.
Hoy algunos colegios, universidades y programas públicos y privados del país han abierto canales de intercambio permanente con otras instituciones del mundo para sacar a nuestros muchachos de la estrechez mental de otros tiempos y de ciertas marginalidades contemporáneas.
De las diferentes recetas disponibles, citamos algunos ingredientes clave para “cocinar” un nuevo liderazgo juvenil: pensamiento crítico, buena comunicación, responsabilidad social, conciencia ambiental, multiculturalidad, objetivos y metas claros de mediano y largo plazo, capacidad de escucha, trabajo en equipo y formación de saber (académica y técnica).
Estas líneas editoriales apenas son una aproximación y un estímulo, no una palabra sentada, sobre el deber ser de ese liderazgo. El interés es invitar a que la institucionalidad en su conjunto reaccione ante la necesidad de renovar la formación de jóvenes autónomos y comprometidos con el país.
Muchachos que reciban los retos del futuro “con los brazos abiertos”, en una Colombia llena de oportunidades, pero también de amenazas