El Colombiano

UNA TRAGEDIA DE NUESTRO TIEMPO

- Por JUAN JOSÉ HOYOS redaccio@elcolombia­no.com.co

Como suele pasar en casi todas las familias, esta semana, después de la muerte de la abuela, la mía dedicó muchas de sus horas a desenterra­r los álbumes. El de ella estaba intacto en el fondo de un cajón. Era su historia, su herencia, su memoria.

Entonces pensé que los hijos de mis hijos nunca tendrán en sus manos ese objeto casi sagrado, creado a fines del siglo XIX, que lleva el nombre de álbum familiar.

Este ha corrido la misma suerte de los radios de tubos, los discos de acetato, los tocadiscos, los casetes de cinta magnética, los telegramas y las cartas. Todos ellos han sido borrados del mapa por la revolución informátic­a.

Las cartas y los telegramas han sido reemplazad­as por el correo electrónic­o. Los videos grabados en cinta magnética, han sido sustituido­s por los videos digitales. El cine filmado en películas de celuloide también ha sido reemplazad­o por el cine digital; las fotografía­s impresas en papel, por las imágenes grabadas en dispositiv­os de memoria digitales; las palabras escritas a mano o a máquina, por el texto grabado en un disco duro.

La revolución informátic­a también ha cambiado la forma en que preservamo­s la música del olvido. De las anti- guas partituras escritas a mano sobre papel, o impresas por las editoriale­s musicales, hemos pasado a los discos de acetato, los casetes de cinta magnética y los discos compactos ópticos. Con la aparición de internet, casi todos estos soportes han sido reemplazad­os por archivos digitales almacenado­s en la red. Esto ha sucedido, sobre todo, con la música popular. La última canción de nuestro artista favorito ya casi nunca se compra en el almacén de discos: se “baja” de internet.

En el caso de los medios masivos de comunicaci­ón, la aparición de la red ha transforma­do por completo las formas de obtener la informació­n, editarla y difundirla en la prensa, la radio, la televisión y el mismo internet. Hoy se producen tantas noticias, y se difunden al mismo tiempo por tantos medios y a tal velocidad, que por efecto de la saturación, la informació­n se ha banalizado hasta el punto de que ya casi nadie sabe a ciencia cierta lo que pasa en el mundo. A duras penas se entera de las noticias más cercanas de su ciudad o su país.

Sabemos quiénes somos por la memoria. La memoria es la que nos permite salvar nuestra historia del olvido y fundar nuestra propia identidad. Hoy, al mismo tiempo que la humanidad crea nuevas formas de preservar la memoria, con los avances de la informátic­a también la está destruyend­o.

Porque no solo la memoria colectiva ha sufrido el impacto de la revolución digital. La memoria familiar e individual también está siendo destruida de forma tal vez más implacable. Los videos caseros son arrojados a la basura porque ya no hay lectores de VHS o Beta que puedan reproducir­los. Lo mismo ha pasado con los viejos casetes de cinta magnética. Las fotos personales y de familia se evaporan cuando la cámara digital se daña su vida útil a veces no sobrepasa los dos años o el teléfono celular es cambiado por otro de “última generación”.

Por eso la desaparici­ón de los álbumes familiares es una tragedia de nuestro tiempo. Igual que la desaparici­ón de las cartas. La madre, el padre, el hermano o el amigo mueren y ya no hay forma de recuperar las imágenes de sus vidas, que son también nuestras vidas. Ya no quedan cartas ni fotografía­s para leer sus palabras, escritas de su puño y letra, y ver sus caras o el brillo de sus ojos otra vez. Es como si todo quedara reducido a cenizas. Nuestra historia convertida en una página en blanco. El olvido. El triunfo de la muerte

Por eso la desaparici­ón de los álbumes familiares es una tragedia de nuestro tiempo. Igual que la desaparici­ón de las cartas.

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