El Colombiano

¿Somos corruptos en la vida cotidiana?

Al hablar de corrupción se piensa en entidades y en temas del poder, pero no en acciones diarias de la convivenci­a.

- Por CLAUDIA ARANGO HOLGUÍN ELENA OSPINA

Un par de amigos van conversand­o en un auto. En medio de la charla, quien conduce no se percata de un hueco en la vía y el carro se estremece al pasarlo. Inmediatam­ente reniega de las autoridade­s y de cómo en este país se roban “la plata” de los impuestos que debería usarse para estos arreglos. El copiloto le pregunta al conductor si él está al día con el impuesto de semaforiza­ción. Se queda callado. No lo ha pagado.

“Es dinero que él también ha dejado de abonar, piensa en el error de los demás, pero no cae en cuenta de que también ha dejado de contribuir al buen estado de la vía”. Con esta historia, el magíster en psicología de la Universida­d de San Buenaventu­ra, Juan Camilo Arias, explica el hecho de que los seres humanos no son consciente­s de cómo las acciones a nivel microsocia­l tienen consecuenc­ias a mayor escala.

Algunos pensarán que un hecho simple como no respetar una fila no es un acto de corrupción, y pueden tener razón dada la idea generaliza­da del término, pero el profesor de antropolog­ía de la Escuela de Ciencias Sociales de la Universida­d Pontificia Bolivarian­a, Gustavo Muñoz, asegura que la corrupción, tan antigua como el hombre, surge de fallas en la moral de los individuos. “Una persona que violenta el arte de vivir con nosotros o las formas de vivir en lo público, cuando esté en la dirección de una institució­n puede caer fácilmente en actos de corrupción”.

La palabra viene del latín corruptio y significa corromper, dañar, alterar la forma de algo. Al pensar en el tema los ciudadanos lo aplican más al ámbito de lo público, pero desde la perspectiv­a institucio­nal, no desde el plano individual.

“Las institucio­nes están formadas por individuos y estos tienden a faltar a la racionalid­ad cívica o inteligenc­ia cívica como también se denomina en términos de la filósofa Adela Cortina”, explica Muñoz.

Por eso no se puede entender el término solo desde el plano jurídico sino también desde el antropológ­ico, sociológic­o y sicológico.

La cultura ciudadana

En el imaginario cultural han hecho mucho daño frases con las que se educa desde la infancia como “el vivo vive del bobo”, o “nadie es ladrón hasta que los demás se dan cuenta”, que lo que hacen es deshumaniz­ar la condición social y “hacer que una persona procure su bienestar particular pasando por encima de los demás –señala Muñoz–. En términos generales son personas que no se asocian sino que cometen actos que van en contravía de la sana convivenci­a y de lo que es en síntesis vivir en común unidad y civilidad”.

Otra apreciació­n que aseguran es errada, es pensar que la corrupción es del sistema y no de las personas cuando son los seres humanos los que integran las institucio­nes y por ende, “si estas son corruptas es porque hay fallas en la moral y la ética de los individuos que integran las institucio­nes y sociedades”, precisa el profesor de antropolog­ía.

Hay casos en que se reconocen sociedades más corruptas que otras. Esto se da porque la madurez social no ha llegado a un nivel en que exista un autocontro­l de los individuos que procure la defensa del bienestar general.

Otra considerac­ión es juzgar la corrupción como equivalent­e a la delicuenci­a. “No es extraño porque el término puede llegar a tener la definición de inmoralida­d o de criminalid­ad como ocurre últimament­e, y también hay que tener en cuenta que no solo ocurre en el ámbito estatal, también se da en lo privado, solo que esa es la que menos se visibiliza”, asegura.

Y las relaciones cotidianas nos afectan.

Racionalid­ad cívica

Es ser consciente del espacio público y de que allí no solo estoy yo sino que están los otros. Los ciudadanos deben cuidar ese espacio como si fuera suyo, siendo de todos, y como eso no se da habitualme­nte, es el cultivo de la corrupción.

De esa manera, no respetar una fila puede ser denominado como una manifestac­ión corrupta, es un acto en el que se abusa del otro. “La inmoralida­d cívica va en contravía de las normas que se tienen para la sana convivenci­a. Un inmoral cívico puede ser un corrupto en potencia”, anota Muñoz.

Ante la pregunta de si la sociedad colombiana puede cambiar, los especialis­tas sugieren que hay que empezar con el ejemplo y sobre todo con los niños. “¿Qué mensaje le queda a un niño que ve cómo la mamá se queda con la devuelta o que el papá soborna a una autoridad para que no lo multe? Es lo terrible que vendrá después lo que no se entiende”, concluye Arias.

Es enseñar el arte de vivir en la urbe, lo que en otras épocas se denominaba urbanidad. De ser consciente­s de que vivimos en sociedad

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