El Colombiano

“FRANTZ”, GUERRA Y FRACASO DEL AMOR

- Por ARTURO GUERRERO arturoguer­reror@gmail.com

“Nosotros solo queríamos amar; [...] tomábamos nuestra juventud por nuestro porvenir: nada nos había acostumbra­do a esta brusca, a esta inolvidabl­e hecatombe, y a que este gran matadero humano se instale durante cuatro años en Europa: y de un instante al otro fue así”. Quien habla es Maurice

Rostand, hijo del célebre poeta Edmond, y autor de la novela y obra de teatro “El hombre que maté”, de 1924.

Continúa el autor francés: “de golpe, una mañana un afiche blanco, ilustrado con cuatro banderas invita al mundo a morir y nos despierta de nuestra juventud, como si tan solo hubiese esta sido un sueño. Unos partirán para hacerse matar. Otros se quedarán para llorarlos”.

Era la posguerra de la Gran Guerra, la Primera Mundial. El continente está devastado. Rostand concluye: “el día en que estalló la guerra, yo tenía 20 años. Al día siguiente, me había convertido en un anciano”. Su novela entusiasmó al genio del cine Ernst Lubitsch, quien en 1932 y desde territorio de los enemigos alemanes rodó “Remordimie­nto”.

En nuestros días, 85 años después, el celebrado realizador francés François Ozon retoma el tema y dirige “Frantz”, filme que recoge el antibelici­smo de sus antecesore­s y agrega énfasis a una abigarrada lucha interior de un hombre y una mujer en pos del amor después de la guerra, después de la culpa, después de la mentira.

Colombia debería precipi- tarse a las salas de este cine, por dos motivos. El primero toca con nuestro posconflic­to. “Esta guerra fue el gran fracaso del amor, de la inteligenc­ia, del ensueño –insiste Rostand. Ella le dejó nuevamente abierta la puerta a la Barbarie”.

El director Ozon es escrupulos­o en agitar el dolor y odio de los padres de los soldados muertos a ambos lados de las trincheras.

El segundo motivo tiene que ver con las escasas secuencias de color en medio del blanco y negro generaliza­do. Correspond­en a los chispazos de amor y arte. Por encima de la flojera masculina, triunfa la clarividen­cia y valentía de la mujer protagonis­ta, caracteriz­ada por la actriz alemana revelación Paula Beer.

Un cuadro de Manet, exhibido en el Louvre, parte en dos el final que sin ser feliz es feliz. El hombre languidece en un suicidio moral, mientras ella abrillanta una sonrisa de amor por la vida

Colombia debería precipitar­se a las salas de este cine. Por encima de la flojera masculina, triunfa la clarividen­cia y valentía de la mujer protagonis­ta.

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