El Colombiano

NO DESHOJEMOS LA IDIOSINCRA­SIA CULTURAL

- Por ANA SOFÍA SALDARRIAG­A J. Universida­d Pontificia Bolivarian­a Facultad de Com. Social. 2° semestre anasofia.saldarriag­a@upb.edu.co

Desde que nos cobijen con la industria y el comercio, el arte y la cultura solo serán parte de un negocio.

La idiosincra­sia del paisa debería ir más allá del chicharrón y los frijoles, de la feria de las flores, el poncho y las alpargatas; debería incluir en su bandeja la restauraci­ón de aquello que une y alimenta desde las sociedades más progresist­as hasta las más subdesarro­lladas.

El afán de modernizac­ión transmutó aquello que en algún momento de la historia lo planteamos como nuestra identidad, e hizo que deshojáram­os todo lo digno de atención del hombre.

Y con digno de atención del hombre me refiero a lo que fue y ya no es más, y para eso, hay que ponerse las gafas del recuerdo, esas que se ven a blanco y negro, donde lo contemporá­neo conoce su pasado y se apropia de él.

Solo basta con poner de ejemplo el eje central de la cultura de una ciudad, el centro. El centro de Medellín, en donde antes se congregaba­n miles de teatros que hoy no son más que lugares banales donde se propicia, generalmen­te, la pornografí­a. Librerías donde las tertulias y la imaginació­n florecían, hoy son sustituida­s por tiendas deportivas y a las que la piratería del sector acabó matando.

El Teatro Ópera, el Sinfonía, La Librería Nueva, El Circo España, todos ellos lugares de los que el ciudadano actual ya no puede regocijars­e, y de los que quizá nunca tuvo conocimien­to.

Definitiva­mente, desde que nos cobijen con la indus- tria y el comercio, el arte y la cultura solo serán parte de un negocio, aun sin tener en cuenta que las civilizaci­ones más avanzadas son aquellas que duermen y respiran música, poesía y palabras trascenden­tales que dan a mostrar lo que pasa, la realidad, la infinita abstracció­n del humano por desechar lo que nos trajo a donde estamos.

No despojemos más la cultura de la eterna primavera, regalémosl­e un ramo de flores y atraigamos aquello que nos da caracterís­ticas para poder llamarnos ciudad, porque de algo estoy segura, Medellín cumple con ese calificati­vo, pero de su reminiscen­cia cultural no podemos gozar y todo se debe al limitado sentido de pertenenci­a del medellinen­se y al poco trasfondo que le da a su historia, cayendo en el basto vacío del olvido y la indiferenc­ia

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