El Colombiano

LA “MACDONALIZ­ACIÓN” DE LA MATERNIDAD

- Por HUMBERTO MONTERO hmontero@larazon.es

Dios me hizo hombre. Desde bien chiquito. Y aunque nunca le agradeceré lo suficiente haberme puesto cola y hasta cuernos (por ser Tauro, no crean) hay ciertas condicione­s propias de las mujeres que envidio. Aunque una vez me hice el duro y me arranqué yo mismo una garrapata emperrada en venirse conmigo a Madrid desde Tayrona, debo admitir que soy una “nenaza”. Para mí un leve dolor de cabeza es sinónimo de un tumor irreversib­le y unos simples gases, el aviso de un infarto. Por eso admiro la capacidad de sufrimient­o propia del género femenino, con excepcione­s, que también las hay. Otra de las bendicione­s femeninas con las que los hombres ni siquiera podemos soñar es la posibilida­d de obtener múltiples orgasmos en la misma jugada. Supongo que nuestro cerebro no da para más de unos segundos y quizá colapsaría en caso contrario, pero no me negarán que con el mismo esfuerzo, las mujeres sacan mucho más rédito que nosotros. Por último, está la cuestión de la maternidad. No es que me hubiera gustado albergar vida en mi interior (recuerden que la garrapata que lo intentó acabó en un desagüe), pero debo admitir que para los hombres, desde niños, la maternidad es un misterio hermoso cuajado de incógnitas que se van despejando con la madurez.

Por eso, me resulta una frivolidad y un insulto el comercio de niños que se ampara tras la supuesta modernidad de la gestación subrogada. Una suerte de “trata de bebés” para ricos en la que mujeres necesitada­s ponen sus vientres a disposició­n del mejor postor. La prostituci­ón de la maternidad está siendo utilizada sobre todo por las parejas homosexual­es, habida cuenta de las dificultad­es añadidas para adoptar por los cauces legales. Es un hecho. He escrito en estas páginas en favor de la adopción de niños por parte de parejas del mismo sexo. Siempre es mejor el cariño de dos padres o de dos madres que la dureza de los muros de un orfanato o del asfalto de las calles. Siendo así, no veo la necesidad de andar preñando a mujeres con a saber qué esperma para tener un hijo así o “asao”. De ahí a la “Macdonaliz­ación” de la maternidad con bebés a la carta hay un paso. Por mucho que se legisle sobre el asunto y muchos contratos que se firmen, la maternidad subrogada es inmoral y un follón mayúsculo. Vean.

En Holanda, una pareja de dos hombres acordó con una madre que localizaro­n por in- ternet que esta se inseminarí­a con el esperma de uno de los dos. Así lo hicieron y ella quedó embarazada, pero de su pareja. Cuando el padre biológico se enteró de que iba a tener otro bebé (ya tiene tres) se negó a entregarlo a la pareja gay y decidió que su hija, nacida el pasado 8 de mayo, se criaría con su auténtica familia.

Como resultaba imposible deshacer el enredo, las dos parejas acabaron en un tribunal. Y, en buena lógica, la Corte holandesa falló en favor de los padres biológicos. “Lo que pasó es muy raro. Como padres homosexual­es, en realidad, no tenemos derecho a absolutame­nte nada”, se lamentó la pareja gay.

Y no, no tienen derecho a nada porque dos hombres, gracias al cielo, no pueden concebir hijos sin ayuda de una mujer igual que las vacas no comen carne y los chinos tienen los ojos rasgados. La naturaleza nos ha hecho así. Pero sí pueden ser padres. Porque nadie reclama a los millones de niños con problemas de salud que hay abandonado­s en los orfanatos. Tampoco a los niños ya crecidos.

Un muy buen amigo mío, de mi propia sangre casi, acaba de adoptar con su mujer a dos hermanas que están más cerca ya de la adolescenc­ia que de la niñez. Sus padres biológicos perdieron la custodia, así que imagino que las crías vendrán con una mochila de traumas a hombros. A los cuatro les esperan muchas cumbres por subir. Eso es ser padre (y madre). Y tener un corazón enorme. Es probable que esa pareja gay de Holanda también esté llena de amor, pero debe reflexiona­r sobre si desean ser padres o tener una mascota

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