El Colombiano

LA TIERRA Y LA INJUSTICIA

- Por FRANCISCO CORTÉS RODAS franciscoc­ortes2007@gmail.com

Pensar los problemas de justicia social en nuestro país debe resultar de la comprensió­n de la injusticia real que viven los millones de seres humanos excluidos de la posibilida­d de disfrutar de las condicione­s sociales, económicas y políticas que teóricamen­te les pertenecen como miembros de una comunidad política. Fenómenos como la pobreza de los campesinos, el despojo de sus tierras y el desplazami­ento al que fueron sometidos, no pueden entenderse como desgracias o consecuenc­ias infortunad­as de la guerra: son injusticia­s que tienen autores, como los ejércitos privados de derecha e izquierda, y el Estado en su incapacida­d para detener actos privados o públicos de injusticia. Partir de la injusticia para establecer cómo un Estado debe organizars­e a fin de asegurar a todos unas condicione­s justas, supone asumir una perspectiv­a diferente a la que han adoptado las democracia­s liberales. En estas, la justicia se deriva de principios abstractos y universale­s que aplican a todas o a la mayoría de las sociedades, con independen­cia de su configurac­ión concreta y relaciones sociales.

Partir de la injusticia es encontrar y describir las experienci­as de injusticia que se dan en la realidad social, para formular qué tareas tiene que cumplir una concepción de justicia en la definición de los fines del Estado y de la sociedad.

En este sentido, como formas de injusticia se pueden defi- nir, por ejemplo, las prácticas por medio de las cuales los campesinos, obligados a la colonizaci­ón de tierras baldías -tras el fracaso de la reforma agraria-, fueron posteriorm­ente despojados de sus tierras por los grandes hacendados, mediante la fuerza y el engaño. En la Costa Atlántica, el Magdalena Medio y los Llanos Orientales esta fórmula política de la gran propiedad hizo posible un importante proceso de acumulació­n de capital, que además fue sostenido por el Estado al desprotege­r los derechos de los campesinos sobre la tierra. El resultado del despojo armado ha sido una mayor concentrac­ión de la propiedad. Actualment­e el 77 % de la tierra está en manos de 13 % de propietari­os, pero el 3,6 % de estos tiene el 30 % de la tierra. Se calcula que 6,6 millones de hectáreas fueron despojadas por la violencia en las últimas dos décadas (Reyes).

Para superar la injusticia histórica del despojo, el Estado reconoce en el Acuerdo Final la existencia del conflicto armado y el daño que ha sufrido la población campesina como consecuenc­ia de la guerra. Frente a esto propone el acuerdo agrario y el proyecto de ley de tierras.

La perspectiv­a de la injusticia permite mostrar que los grupos más poderosos, legales e ilegales, que han utilizado la corrupción estatal y la violencia tienen una responsabi­lidad directa en generar pobreza y desigualda­d profundas en el campo.

Sus acciones no resultaron del carácter irremediab­le de los males humanos, que se pueden considerar como desventura­s. Fueron injusticia­s. Este proceso de reconocimi­ento de los derechos de los campesinos debe hacer posible que los ochociento­s mil agricultor­es sin tierra y los dos millones de microfundi­stas puedan tener acceso a tierras productiva­s y a apoyo estatal

El resultado del despojo armado ha sido una mayor concentrac­ión de la propiedad.

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