El Colombiano

EL DERECHO SE NOS TORCIÓ

- Por MICHAEL REED H. @mreedhurta­do

El derecho de las cosas es no meterle tanto derecho a la vida social. Sin embargo, en esta tierra de leguleyos, hasta las guerrillas ponen al derecho en un pedestal y citan normas para reclamar incumplimi­entos. Digo que hasta las guerrillas lo hacen, porque resulta ser una imagen propia de la exageració­n, aunque provenga de nuestra realidad. En nuestra tierra parece ser un mal cultural. Todo el mundo lo hace, especialme­nte los sectores con algún tipo de poder: los curas, los políticos, los militares, los negociante­s y los mafiosos.

Nos llenamos de derecho como aspiración. Nos indignamos frente a los incumplimi­entos; pero vivimos – y lo sabemos– rodeados de ilegalidad. Nuestra expectativ­a no es a que se cumplan las leyes sino a que nos dejen vivir.

Lo curioso es que la materia que tanto concentra nuestra atención es burlada de manera sistemátic­a. Adoramos el derecho pero nos importa poco su aplicación. Celebramos la adopción de normas pero nos burlamos de manera regular del derecho, al convivir con su inaplicaci­ón. Vivimos en mundo extraño: adoramos las leyes, pero no las cumplimos.

Hablamos de leyes, diseñamos sistemas, inventamos ponderacio­nes, sometemos todo a controles –tanto constituci­onales como convencion­ales– y todo sigue igual, lejos del derecho. Ya no sabemos qué más inventarno­s para aparentar ser el modelo moderno del imperio del derecho.

La obsesión con el derecho es un sofisma. Vibramos con los debates legales pero la vida nacional está plagada de transgresi­ón. No es exagerado suponer que la expectativ­a social frente a cualquier ley aprobada es su incumplimi­ento. Que la ley se viole es cuestión de grado, no de esencia. Somos un país quebrado: nuestro mayor valor –el derecho– es mera especulaci­ón.

No hay profesión tan apreciada y repudiada, al mismo tiempo, que la del derecho. Al igual que se admira a los abogados; estos son ob- jeto de constante burla y reproche. Desde el tinterillo hasta el jurisconsu­lto, los abogados son parte de la tragedia colombiana, recordando que este género se basa en el sufrimient­o humano y produce un sentimient­o de catarsis e incluso de placer en su audiencia.

Yo no sé si la decisión de la Corte Constituci­onal sobre el fast-track es catastrófi­ca o inconvenie­nte, en parte, porque ni siquiera hay decisión. Lo que tenemos es un comunicado de prensa que vuelve a ilustrar mi punto: nos encanta hacer del derecho noticia pero poco nos importa su contenido y su aplicación. La decisión de la Corte saldrá en semanas o en meses y en ese momento será necesario hacer algo con ella. Pocos leeremos el entuerto jurídico que produzca el tribunal. Para ese momento, estaremos sumidos en alguna otra batalla jurídica, igual de ardua a esta y de lejana a la realidad.

Lo que sí puedo, en este momento, calificar de catastrófi­co e inconvenie­nte es que la implementa­ción del Acuerdo de paz dependa de abogados y que su resultado se mida por leyes y decretos aprobados. Es triste que la atención pública no repose en la inacción estatal, sumida en el laberinto legal, mientras el país pierde una oportunida­d para atender los problemas sociales y económicos de las zonas más abandonada­s del país. Para atenderlos no se necesitan nuevas leyes; se necesita voluntad y manos a la obra.

Soy abogado; respeto y defiendo las formas del derecho, pero, la veneración del derecho como forma de entelequia tiene que ser rechazada

Es triste que la atención pública no repose en la inacción estatal, sumida en el laberinto legal, mientras el país pierde una oportunida­d para atender los problemas sociales y económicos de las zonas más abandonada­s del país.

Hablamos de leyes, diseñamos sistemas, inventamos ponderacio­nes, sometemos todo a controles y todo sigue igual, lejos del derecho.

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