El Colombiano

Existe un cartel de los explosivos

Parte del Indugel, que produce la Industria Militar, está terminando en manos de mineros ilegales de oro y bandas criminales de Antioquia.

- Por NELSON MATTA COLORADO Medellín y Puerto Berrío, Antioquia

El tráfico de explosivos para la minería se ha vuelto tan lucrativo en Antioquia, que a los delincuent­es les deja más ganancias monopoliza­r ese mercado negro que extorsiona­r a los dueños de los yacimiento­s.

El fenómeno se incrementó desde 2016 en las subregione­s del Nordeste y Occidente, donde el explosivo Indugel, el cordón detonante, la mecha lenta y los detonadore­s (estopines) se comercian de manera clandestin­a por un valor hasta cinco veces superior al precio real.

Esto sucede pese a los exigentes trámites que las autoridade­s imponen al negocio, lo que demuestra el grado de sofisticac­ión de los traficante­s, pues por debajo de la vigilancia de entes administra­tivos y militares están moviendo grandes cantidades de Indugel, una sustancia gelatinosa fabricada por Indumil, destinada a la explotació­n minera, demolicion­es y obras civiles.

En lo que va de este año, el Ejército ha decomisado 3 toneladas en Antioquia y la Policía 4.5, para un total de 7,5 toneladas; significa que, en promedio, cada día se incautan 51,7 kilos de este agente explosivo, que por ley solo pueden comprar a las brigadas las empresas formales que tienen título minero o las de ingeniería que cuentan con permisos legales. ¿Entonces, cómo es que llega a manos de los mineros informales y las bandas criminales?

Monopolio del terror

El 14/9/16 un pelotón detuvo a dos hombres en la vereda Tinajitas, de Buriticá. El arriero Jorge Durango y el minero Harold Quintero transporta­ban, a lomo de mulas, 1.600 barras de Indugel, 2.000 metros de mecha y 100 detonadore­s, sin permisos legales. Con esa cantidad, según el informe de los militares, podían excavar hasta 1.200 metros de túnel en una bocamina.

Con base en los seriales con los que están marcados estos elementos, los investigad­ores repasaron la trazabilid­ad y determinar­on que originalme­nte fueron vendidos a una empresa de minería formal del municipio de Remedios, el 22/6/16.

El expediente de la Fiscalía indica que “personas que tienen título minero adquieren el explosivo en Indumil y en ocasiones lo revenden de manera ilícita a otros mineros que no tienen ni permiso de explotació­n ni contratos de cesión de explosivos. Situación que ha generado el control y comer- cializació­n de los explosivos por los grupos criminales, dada su gran rentabilid­ad, entre ellos el ‘Clan del Golfo’”.

El 12 de noviembre siguiente, en una casa del mismo minero Harold Quintero, en el corregimie­nto Cativo de Santa Fe de Antioquia, la Policía encontró 1.2 toneladas de Indugel y 13.800 metros de mecha lenta. Esta vez les habían borrado el serial, por lo que no fue posible verificar la trazabilid­ad.

Los descubrimi­entos continuaro­n en enero. El día 14, en la finca Playa Rica de Segovia, capturaron a Alberto Botero y Ferney Pérez, con 2.7 toneladas de Indugel, 500 metros de mecha y 3.700 estopines. Les encontraro­n elementos para borrar seriales: una lámpara fluorescen­te, para ver las marcacione­s “invisibles”, y un cautín, con el que se queman los números, en una riesgosa operación que podría estallar el material.

Y el día 28 en la vereda El Pinguro, de Giraldo, las tropas llegaron a otra guarida, donde en 25 canecas enterradas había 1.6 toneladas del explosivo.

Para las autoridade­s, los citados hallazgos están relacionad­os con las actividade­s de la banda “los Urabeños”, también llamada “Clan del Golfo”, que además de narcotrafi­car delinque en las regiones con yacimiento­s auríferos. Según investigad­ores judiciales, desde hace una década cobra a los mineros el 10% de su producción (a esta vacuna le dicen “diezmo”), extorsiona a cada contratist­a de la obra, cobra por cada máquina, por vigilancia ilegal y hasta exige participac­ión en la sociedad minera, lo que en el argot se denomina “puestos”. Fernely Guevara Pérez (“Manuel”), un cabecilla de la facción en el Nordeste, detenido el año pasado, tenía 12 puestos en minas.

No contentos con este botín, están incursiona­ndo en el monopolio del tráfico de explosivos. Por un lado, “vacunan” a los revendedor­es de este insumo, y por el otro, obligan a los mineros informales o a los “machuquero­s” (ladrones de minas) a comprarles únicamente en sus sitios de acopio –bodegas artesanale­s en el monte-, con los precios fijados por ellos.

Los investigad­ores conocieron esa contabilid­ad por datos obtenidos en los operativos de Santa Fe de Antioquia y Segovia. En estas acciones decomisaro­n cuadernos que registraba­n reventas a 60 empresas mineras, con ganancias superiores a los $1.000 millones mensuales.

En el mercado negro, la unidad mínima de venta suele ser una “mano”, que consta de 154 barras de Indugel, dos rollos de mecha (500 metros) y dos cajas de detonadore­s (200 unidades). Cada “mano” los delincuent­es la venden a $4’200.000, mientras que en el comercio legal esa cantidad cuesta $750.000 (exceden el precio 5.6 veces más).

“Estos grupos monopoliza­n ese material. Quien no les compre es expulsado de la región. Los pequeños mineros informales también somos víctimas de ese tráfico ilegal”, indica Rubén Gómez, secretario General de Conalminer­col, la agremiació­n de pequeños y medianos mineros, y de los que están en proceso de formalizac­ión.

¿Dónde está la fuga?

Las investigac­iones están dispersas en múltiples despachos judiciales, enfocados en la lucha contra las bandas, el terrorismo y el medio ambiente. Hasta ahora no hay ningún traficante o broker (comisionis­ta) deteni-

do, tan solo han arrestado a los transporti­stas y personas sorprendid­as con mercancía; la Policía ha capturado a 47 este año.

La pregunta del millón es: ¿en qué momento de la transacció­n legal se desvían estos insumos hacia manos ilegales?

“Ese tema es vedado, se maneja con absoluta discrecion­alidad”, comenta el asesor jurídico minero Alexánder Restrepo. Y añade: “me genera inquietud que las empresas legales tienen gran dificultad para adquirir ese material, los controles de las Fuerzas Militares son muy amplios, tiene que haber una fuga interna o externa muy eficiente, porque los controles que tienen que evadir son altos”.

Entre las teorías de la Fiscalía, apenas en etapa de indagación, figura que al parecer hay mineros legales, con autorizaci­ón para comprar el explosivo, que revenden excedentes y falsifican la contabilid­ad. En otros casos, quienes hacen la reventa son firmas subcontrat­adas para la explotació­n, que obtienen el insumo del contratist­a principal; también se analizan episodios de venta legal a mineros cuyo socavón no está en funcionami­ento, y otros en los que compañías sancionada­s cambian de razón social para seguir comprando con nueva fachada.

El coronel Wilson Pardo, co- mandante de la Policía Antioquia, dice que “hay empresas dedicadas a obras civiles que compran explosivos, no puedo dar nombres, y por falta de control, o por lo que sea, se les pierde, o hay más cantidad de lo requerido y esos excedentes llegan al mercado negro”.

Según él, 80% del material decomisado iba destinado a minería ilegal y el resto a actividade­s terrorista­s.

Otra modalidad involucra a servidores públicos encargados de destruir lo incautado. El pasado 22 de febrero fue capturado el patrullero Ferley Cardona Cortés, de la Sijín de Antioquia, con el civil Diego Viana López. En un allanamien­to a una casa del barrio El Volador de Medellín, les incautaron 288 cartuchos de Indugel, cuatro rollos de mecha, 3.700 detonadore­s, dos revólveres y 11 granadas.

Los explosivos decomisado­s al policía provenían de las 2.7 toneladas incautadas en Segovia, de las cuales las autoridade­s destruyero­n un lote el día anterior en Guarne.

No es la primera vez que un miembro de la Fuerza Pública es investigad­o por desvíos de recursos similares. En 2014, el Grupo de Acción para la Transparen­cia del MinDefensa abrió un proceso disciplina­rio contra 19 integrante­s de la Cuarta Brigada, presuntame­nte involucrad­os en el desvío de dineros que las compañías pagan por la escolta militar al transporte de explosivos. Diez funcionari­os fueron relevados del cargo.

Las indagacion­es también apuntaban a averiguar qué pasó con 2.156 barras de Indugel adquiridas por Continenta­l Gold, que estaban almacenada­s en el batallón Pedro Nel Ospina y se perdieron.

De las diferentes modalidade­s de abastecimi­ento del mercado negro, la menos común es el robo en los polvorines de las minas, como solían hacerlo las Farc en la década pasada. Fiscales e investigad­ores consultado­s por este diario señalan que no conocen denuncias actuales sobre ese delito en la región.

“Eso no es rutinario – opina el abogado Restrepo -, más bien se dan ‘desangres’ antes que robos, más que todo en pequeñas y medianas empresas. Usurpan remanentes del 5% o 10%, cosa que no afecten mucho los inventario­s. O pueden ser imposicion­es de bandas, que fijen el pago de la extorsión con explosivos (lo que nadie denuncia)”.

Situación que desborda

El pasado 22 de mayo, en la sede de la Brigada 14 en el municipio de Puerto Berrío, se discutiero­n estrategia­s para mitigar el fenómeno, con participac­ión de delegados de Indumil, el Departamen­to de Control Comercio de Armas (DCCA), Batallón de Contrainte­ligencia y las Brigadas 4 y 14. EL COLOMBIANO estuvo allí.

La junta se realizó en esa guarnición porque, según el gerente (e) de Indumil, coronel Néstor Espitia, la brigada de Puerto Berrío abastece las empresas de Segovia, “y según los reportes de trazabilid­ad la mayoría de quejas tienen que ver con el material que se despacha desde aquí hasta allá”.

Varias leyes regulan el comercio de explosivos. El Decreto 334 de 2002 especifica que las compañías deben contar con visto bueno del MinMinas, la autoridad ambiental y el DCCA, un título minero, plan semestral de operacione­s, permiso para transporta­r explosivos, un polvorín que cumpla condicione­s de almacenaje y un larguísimo etcétera de papeleo. Mineros consultado­s cuentan que las diligencia­s para “tener la carpeta” y comprar el insumo pueden tardar seis meses.

El DCCA finalmente autoriza la venta y a las brigadas les correspond­e vigilar el transporte y hacer visitas a los frentes de trabajo para chequear el almacenaje y uso del explosivo, e inspeccion­ar las actas.

“El problema no es de la guardia hacia atrás, sino hacia adelante. La fuga arranca a partir de las minas, porque las bandas han visto en ellas una fuente de financiaci­ón; no sale de la operación comercial, sino de la operación minera”, argumenta el gerente (e) de Indumil. Agrega que no conoce de investigac­iones actuales sobre militares implicados en el negocio ilícito.

El coronel Javier Africano, jefe de Estado Mayor de la Brigada 14, señala que hay vacíos en los controles posteriore­s a la compra y que se requiere un compromiso mayor de otras entidades, porque “estamos supeditado­s a lo que las empresas nos reporten”. En su jurisdicci­ón solo cuenta con un suboficial capacitado para hacer las visitas a 80 minas y algunos socavones están a nueve horas de camino, y eso dificulta la tarea.

El viceminist­ro de Minas, Carlos Cante Puentes, recuerda que el Ministerio no actúa directamen­te en el proceso de permisos para uso de explosivos ni cuenta con informació­n sobre los seriales. “Solo se verifica que se cumpla con lo establecid­o en su plan de trabajos y obras, que existe un polvorín y los procedimie­ntos respectivo­s, pero el que hace visitas de seguimient­o, por competenci­a y por razones de seguridad nacional, es el sector defensa”, reitera.

En teoría, si una empresa es sospechosa de tráfico ilegal, debe recibir sanciones penales. El artículo 366 del Código Penal contempla cárcel de 11 a 15 años para quien trafique explosivos, pero en la práctica este cargo solo se ha imputado a tenedores de la mercancía. Las compañías indiciadas, cuyos nombres se niegan a suministra­r las autoridade­s, apenas recibieron contravenc­iones, como el bloqueo para adquirir el Indugel.

“Tuve que bloquear la carpeta a nueve empresas, porque se detectaron irregulari­dades en la trazabilid­ad. Esto ha generado malestares en algunos mineros”, narra Africano.

Según Santiago Ángel, presidente de la Asociación Colombiana de Minería (ACM), el mercado negro está afectando el bolsillo de las empresas de mayor tamaño. “El DCCA bloquea el cupo para compra de explosivos, hasta no hacer una investigac­ión, cada vez que encuentra explosivo en minas ilegales, lo que afecta los planes de producción de las empresas formales. Incrementa­n los costos de transporte y seguridad de estos insumos, para prevenir que lleguen a manos de la ilegalidad”.

Entre las medidas que analiza Indumil para frenar el tráfico, está el diseño de detonadore­s más sofisticad­os, difíciles de usar para gente no calificada; mejorar la grabación de seriales y entregar el insumo en el propio frente de trabajo, como hacen algunas cementeras.

El problema social

La amplia informalid­ad del sector minero es caldo de cultivo para el crecimient­o del mercado negro. Según Gómez, de Conalminer­col, el Gobierno tiene responsabi­lidad en esto.

“El Gobierno se ha negado a facilitar este insumo (a pequeños mineros), aun estando en proceso de formalizac­ión, que le permitiría identifica­r quién está usando estos explosivos. Lo que hicieron fue crear un mercado negro, que no solo beneficia a los actores armados, sino también a mineros en condición de informalid­ad”, aduce.

Frente a la restricció­n, los informales recurren a explosivos artesanale­s, como el “polvo loco”, que por su inestabili­dad ha provocado decenas de muertes y amputacion­es, desde que se popularizó en 2013.

La situación tardará en mejorar, si se tiene en cuenta que la formalizac­ión de un minero es engorrosa. Según Gómez, mediante diferentes decretos se iniciaron estos trámites en 1988, 2001, 2010 y 2014, y todavía está pendiente la legalizaci­ón de los trabajador­es. “Nos ofrecen subcontrat­os de operación, pero a los subcontrat­istas tampoco les aprueban explosivos, porque las autoridade­s ambientale­s no han resuelto el tema de los licenciami­entos diferencia­dos”, se lamenta.

Las quejas también llegan de mineros formales. Uno de ellos, pidiendo la reserva de su identidad por temor a represalia­s en su territorio, reconoce que “hoy es más fácil conseguir explosivos para los delincuent­es, que para los que tenemos un título minero en regla”

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Los delincuent­es borran el número serial de las barras de Indugel, evitando así que se rastree la venta
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FOTO CORTESÍA EJÉRCITO

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