El Colombiano

JESÚS GARCÍA SE RETA EN LAS CANCHAS DE GOALBALL

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Desde que Jesús María García tiene memoria está a cargo de su abuela. Aunque no ahonda mucho en los detalles, sus padres no lo acompañan y él se vio afectado por el conflicto armado. Nació hace 27 años en la vereda La María de Briceño y desde pequeño trabajó en la recolecció­n del café. De esa época a Chucho, como le dicen, le gusta hablar poco. “La guerra fue muy dura, a uno bien joven solo le tocaba coger sus cosas e irse”, relata. Recaló en Ituango, lugar en el que viviría el accidente que lo marcó. Se movilizaba en una moto y cayó por un precipicio, el vehículo le explotó en la cara, generándol­e serias heridas: un hueco en su nariz, cicatrices en sus brazos y pérdida de visión. “La vida se me cerró en ese momento, me sentía inútil”. Producto de la insegurida­d en ese territorio, pero, sobre todo del tratamient­o médico, se trasladó al barrio María Cano Carambolas de Medellín. Allí encontró dos ángeles: el sacerdote Paolo y su casera, a quien no quiso identifica­r. Paolo, de origen coreano, estaba organizand­o obras para el mejoramien­to de una iglesia. Jesús se le acercó y le pidió trabajo. Al otro día, el cura le hizo un guiño para que le demostrara la tenacidad con la que podía trabajar. Su otra aparición, la señora que le cedió un pedazo de su casa, lo motivó a estudiar. “Ella me instó a terminar bachillera­to hace tres años y hasta hice cursos de sistemas”. Luego encontró su terapia para el alma: el goalball. Este deporte, solo para discapacit­ados visuales, fue la escapatori­a perfecta. Allí llegó hace un año, cuando conoció el programa de Escuelas Populares del Inder, y Paula, una de las profesoras, le dijo a él que que tenía el físico apto para trabajar esta disciplina (delgado y ágil). Él no le vio problema a las dos horas de camino en metro desde Carambolas hasta el Atanasio Girardot. Consiguió su protector genital, las coderas y tapaojos; habló con su entrenador Diego Builes y comenzó una práctica que le propone, junto a otros dos compañeros, defender arcos y lanzar un balón para realizar anotacione­s. “Este es un deporte que les exige física y mentalment­e, acá también les mueve el aprendizaj­e porque, por ejemplo, todos los comandos y órdenes se dan en inglés (goal, one to zero...)”, comenta Diego, quien lleva cinco años trabajando con esta disciplina y hoy colabora con el Club Cima, creado por Jesús y otros amigos para ayudar a víctimas del conflicto con ceguera. Jesús, ahora, se gana la vida como albañil pero donde se construye un mejor futuro es en su club.

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FOTO DONALDO ZULUAGA

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