El Colombiano

SOBRE MIRAR A LA CASA AJENA

- Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGEL memoanjel5@gmail.com

Estación Mirones, abundante en voyeristas y en gente criticando la ropa del otro sin mirar la que lleva puesta, administra­dora de chivos emisarios para que la culpa propia le caiga encima a otro, criticona de lo que no es capaz de hacer porque es más fácil destruir que construir, crecida en juicios que tienen más que ver con la envidia, la incapacida­d o la ignorancia, abundante en palabras que buscan exorcizar diablos locales, que engordan al lado haciendo de las suyas. Y en esto de que quien está peor es el vecino y no yo, se tapa lo que se hace mal, la atención sobre lo cercano se dispersa en lo lejano y el mal es ajeno y por aquí seguimos en olor de santidad, lo que pone en su salsa a Thomas

Hobbes y su Leviathán, libro en el que se habla de tener un enemigo externo para gobernar con gente que, en lugar de situarse en lo suyo, mira a otro lado, permitiend­o que los desórdenes de la casa no se vean por estar hus- meando la casa del otro, que sería la culpable de humedades, cortos circuitos y ratones.

En cada casa, cuando está vieja o nueva y no se ordena, pasa lo que tiene que pasar: los muebles se desbaraten, hay un criadero de cucarachas, las canillas gotean, las goteras del techo se amplían y si no, el asunto es de bajantes rotos, grietas por donde salen lagartijas y los moscos se pegan a vidrios polvosos. Y como pasa en todo desorden doméstico, donde los que habitan se parecen a las cosas que tienen y el uso que les dan, se discute, se pelea y muchos se van a la cama sin comer o salen a la calle para ir a quejarse a otra parte. Y en este juego, tan de los países calenturie­ntos, los alterados se consuelan hablando de la casa del vecino, que en la conversaci­ón parecería (a lo mejor sí) que tiene alacranes más gordos, mosquitos más picadores y gente que se da más duro con las manos y las palabras. Y bueno.

De acuerdo con la moral, si el vecino está mal hay que ayudarle y si se altera, ponerlo en cintura en razón de sus límites. Y así él y quien le ayuda o controla se tranquiliz­an. Pero si el vecino es siempre un rey de burlas, si con nuestros deseos de no vernos en él ampliamos sus males para que en nuestra casa no se vean los errores, si lo que hace bueno o malo nos altera, si solo buscamos horrores en él y nos habita la mezquindad, terminamos siendo peores y ya, dañados, el vecindario deja de ser seguro y lo que pase, ya no es solo del vecino sino de nosotros, doblado. Así que, a pesar de los calores, hay que enfriarse, ordenar lo propio para saber qué tenemos, arreglar la propia mesa y ser primero en nosotros y no, como en una algarabía de mujeres chismosas, buscar los culpables de nuestros propios desórdenes. Pasa.

Acotación: los países pobres, y Latinoamér­ica es un vecindario de pobres, tienen un problema: husmean en los vecinos para justificar sus errores. Y a la par, no quieren ser país propio sino otro país, y lo peor, ser como ese que les ayuda o tienen como modelo, pero sin hacer nada para provocarlo. Y en este caos, aumentan la viga en el ojo para seguir chismosean­do

Los países pobres, y Latinoamér­ica es un vecindario de pobres, tienen un problema: husmean en los vecinos para justificar sus errores.

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